miércoles, julio 3, 2024

Una réplica a José De Gregorio: Los que siempre han tenido todo y nunca han cedido nada

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En 2020 publiqué una columna en el entonces CIPER Académico interpelando a las escuelas de negocios por su férreo silencio ante la problemática del estallido social y la posterior pandemia global. En aquella oportunidad, intenté problematizar la ridiculización que las redes sociales hicieron de la profesión ingeniería comercial, por la inoperancia mostrada desde algunos de sus exponentes en posiciones de gobierno público en dicho tiempo. Mi propuesta apuntó a develar como la educación en ámbitos de negocios se ha dedicado, casi sin fisuras, a la mera divulgación de un modelo económico neoliberal que convierte toda práctica social en una mercancía transable en una sociedad que hacen sinónimo de mercado.

En aquella época aseveré: “No es de extrañar entonces que las escuelas de negocios alberguen discusiones acerca de la contingencia solo para mostrar su capacidad de convertirla en otro objeto de la gestión eficiente y obtener una vez más los réditos esperados”. 

No debiera sorprender que hasta la fecha dicho silencio, y con ello la desconexión total respecto del contexto y la contingencia en la que se insertan, siga en pie. Tampoco es posible dar cuenta de ningún proceso reflexivo que les haya invitado a revisar sus modos y contenidos luego de las profundas transformaciones sociales que el mundo ha experimentado en los últimos años.

Las escuelas de negocios chilenas siguen divulgando neoliberalismo noventero desde voces masculinas como si nada hubiese pasado, ni en el país, ni en el mundo.

Sin embargo, en estos días el Decano de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, la que debiéramos considerar como la más relevante a nivel nacional, ha decidió dirigirse a la comunidad. Lo hace desde la investidura de su cargo y en el contexto de una ceremonia de graduación en su facultad. Cuando hace uso de la palabra y les habla a quienes acaban de graduarse, elige articular un discurso de advertencia amenazante, que busca poner límites al futuro desempeño de quienes le escuchan. Para hacerlo, habla de terceras personas, cuenta una ‘historia’, y a través de ello construye un relato descalificador de las iniciativas críticas de un grupo particular.

En esto, el decano une su voz a la de otros similares, quienes llevan años aplacando la participación social y política de la juventud en nuestro país. Una vez más, la voz masculina de hombres mayores se alza desde el podio del poder para contener y corregir cualquier intento de insurrección de quienes consideran menores. En este caso apunta incluso a prevenirla, advirtiendo acerca de lo que no se debe hacer. En concreto, advirtiendo de los riesgos de desobedecer.

Lo que llama más la atención, es el modo en que el decano hila su ‘historia’. En primer lugar afirma que el grupo de jóvenes al cual se refiere ‘lo tuvo todo’. En palabras del ex Director del Banco Central, tenerlo todo sería sinónimo haber protestado por condiciones sociales injustas estando en la educación media, luego insistir durante la educación universitaria y continuar aquello en el ejercicio de la política formal. Aquí, ‘tenerlo todo’ es algo que se atribuye a quienes no tienen nada más que el derecho (siempre amenazado) de reclamar por lo que falta. ‘Tenerlo todo’ en aquellos que el decano define como ‘privilegiados’ es usar el espacio que da dicho ‘privilegio’ para hacer visibles las carencias de quienes nunca han tenido nada, y a quienes se les sigue negando todo. Ese grupo protestó en el colegio por una paupérrima educación pública, la que sigue exactamente igual; luego se movilizó por la mercantilización de la educación superior, la que también sigue donde mismo.

En ese entonces se le sumaron las críticas al sistema de pensiones chileno, firme como roble; la denuncia de las miserias de las regiones, la crisis habitacional, la falta de agua, la inmensa desigualdad, etc, etc, etc. Todo lo que continúa operando en nuestro país sin morigeración alguna. Tampoco tiene atenuante la insistente violencia discursiva de atribuirle a este grupo el liderazgo de una crisis social de proporciones, de manera de quitarle relevancia y seguir desoyendo lo que la amplia ciudadanía reclamó de manera espontánea, urgente y crítica.

‘Lo perdieron todo’ puede ser entendido entonces como el enrostramiento irónico de quienes nunca han cedido nada. Se olvida el decano, académico, doctor del MIT, ex director del banco central, ex tri-ministro de economía, minería y energía (varón heterocis de clase alta) que la protesta no se ejerce en el vacío. No se protesta por nada, y no se protesta frente a nadie.

Esto invita a preguntarse desde donde supone entonces el decano que habla. En sus palabras de despedida, elige por fin referirse a la contingencia, pero lo hace organizando su discurso alrededor de una crítica a otros. Una crítica por la falta de autocrítica vociferada desde el podio del privilegio de la enunciación de quien ostenta poder en la universidad más importante del país. Una crítica amenazante que entrega el último estertóreo disciplinador a quienes dejan las aulas y se aprontan a un ejercicio profesional.

La verdad es que el decano hizo un excelente despliegue de aquello que nombró como “ese sentido de superioridad intelectual y moral, que nos lleva a desconocer las complejidades de la realidad”. Sin embargo, no hizo más que ver la paja en el ojo ajeno otra vez. Eligió perder de nuevo  la oportunidad de educar y la reemplazó por la de intimidar. El discurso del decano cava el pozo protector alrededor de su torre de marfil y lo llena de cocodrilos. Elige quedarse dentro, elige separarse de la contingencia; elige descalificar en lugar de reflexionar; elige amedrentar en lugar de estimular; elige golpear la mesa y poner límites, en lugar de invitar a la renovación a través de las nuevas generaciones. Como los pingüinos soberanos de Happy Feet el decano elige ‘permanecer’.

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