Hace 30 años, un 3 de junio de 1994, el Instituto de Salud Pública de Chile certificaba mi estado serológico como persona viviendo con VIH/SIDA. Joven e intrépido, gozando mis dulces 25 años, era informado de un cambio radical en mi apenas loca vida, desafiada por la muerte, el estigma y los prejuicios sociales, inundado de dudas, preguntas e incertidumbres.
Ha pasado el tiempo, 30 años. Y aquí estoy. La vida ocurre y transcurre. Han sido años de ocultarse, conocerse y (re)conocerse, años de negación inicial y aceptación final. Tiempos de cambios, dolores, emociones y movilizaciones. Tiempos de lucha social y medial, lucha política, legal e institucional. Batallas sinceras y pro(positivas) que han transformado la enfermedad de fin de siglo en una causa de respeto y dignidad, cambiando el estigma de dolor y vergüenza en marca de rebeldía y compañía.
Han sido años de activismo personal y grupal, social y cultural. Tiempos de bienvenidas y despedidas. Tiempos de vida y tiempos de muerte. Tiempos de ida y tiempos regreso. Tiempos que no se detienen nunca porque todavía estamos, gozamos, respiramos, sentimos y resentimos. Agradezco a todas las personas que han rodeado mi vida de complicidades, afectos y esperanzas manteniendo viva la rebelde llama del existir.
Dedico estas sentidas imágenes a todos los que han partido mucho antes que nosotras, amigos y amigas, compañeros y compañeras, muy especialmente al inolvidable Manuel Rodríguez Contreras que heredó su tratamiento para salvar mi vida, murió para que otros resistan, luchen y vivan, sobrevivan. Porque aquí estamos y estaremos, siempre vivas, nunca invivas.
Muchas gracias a querida amiga y colega Florencia Doray por acompañarme en este emocionante deseo de urgente e importante memoria siempreviva del VIH/SIDA en Chile.
El Cortijo de Conchalí, 3 junio de 2024