viernes, octubre 25, 2024

Patricio Fernández: demasiado amado, demasiado odiado

Comparte

La semana pasada estuvo marcada por un conflicto político en el oficialismo protagonizado por Patricio Fernández, ahora ex asesor presidencial para la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado. Todo comenzó cuando los extractos de una conversación que Fernández tuvo con el sociólogo Manuel Antonio Garretón se esparcieron por redes sociales.

Según unos, lo que hacía quien fuera director y fundador de The Clinic era relativizar el quiebre democrático de 1973, al problematizar aquel hecho político y decir que sí, que pudo haber gente que estuviera de acuerdo con el término abrupto de la Unidad Popular. Según otros, los defensores de Fernández, no decía nada espantoso, ni tremendo, sino que establecía que, aparte de los que quisieron atentar con el gobierno de Allende desde el primer día, había quienes pudieron estar descontentos con el rumbo del gobierno.

¿Es cierto esto último? Sí, claro que lo es. Hubo sectores, que no eran necesariamente de derecha, que tenían problemas con la administración de Salvador Allende. ¿Hace eso que sea justificable que se vea como viable una interrupción a un gobierno institucional? No. Porque la democracia debe siempre establecer estándares que sobrepasen ojalá la mirada que se puede tener en un momento determinado de la historia. Por más que haya ganas, pretensiones, rabias e inseguridades provocadas por el contexto  político, siempre el relato democrático debe prevalecer aunque no quiera ser siempre cumplido. Por lo tanto, la discusión apunta a dos lados: a la arista anímica de la época, si se quiere, y a otra política.

Sin embargo, nada de esto se vislumbra en los argumentos esgrimidos por unos y otros en el fango twittero. Para los defensores de Fernández esto es algo así como una lucha contra la cancelación, poniéndolo a él como un mártir de la libertad de expresión, de la moderación y la reflexión política ante la intolerancia. Los dueños de la prudencia salían de lado a lado a manifestar su cariño y su aprecio por “Pato”, a quien se referían como si lo conocieran de toda la vida, tratando de arrimarse al árbol de la sensatez, demostrando que Chile sigue siendo esa gran familia en la que los unos a los otros se huelen dependiendo de si se conocen o no.

Para quienes lo condenaban, en cambio, era la representación casi diabólica de los 90; de una elite ensimismada y repleta de beneficios por haber alimentado su rebeldía al son de lo que sus padres concertacionistas le permitían. Según ellos, este personaje no era puro ni tampoco de la esencia misma de la izquierda. No pertenecía al mundo del dolor real, sino al de los que se habían permitido representar a un sector que nunca habían habitado realmente.

Esta persona tomó una relevancia demasiado grande en medio de abrazos y escupitajos virtuales. Ponerse en favor o en contra de él era algo así como una posición ante la vida, la política y los famosos 30 años; un antagonismo casi ideológico. Había que tener una opinión ya no sobre lo que había dicho o se creía que había dicho, o de lo que él decía que había dicho, sino sobre su figura, sus vestimentas, su pose intelectualoide y sus contactos.

Había que condenar o aplaudir a este sujeto del que lo único que se sabe es que maneja muy bien el poder. Era imperioso parecer de su círculo cercano, o derechamente repudiar el lugar geográfico, específicamente un bar, en el que junto a ese círculo se juntaba a pensar su supuesta rebeldía transicional. Todo con tal de pararse desde un lugar de la historia que hablaba más de lo que algunos querían parecer que de lo que realmente se estaba discutiendo.

Pero, ¿es tan significativo Fernández como para provocar estas emociones? ¿Tiene tanto peso ideológico o intelectual como para crear en torno a él tamaño antagonismo? ¿Es tan horrible o tan magnífico lo que representa? No se sabe, pero, digámoslo, hay que tener talento para causar tanto con tan poco. Hay que ser alguien para inspirar tantas emociones sin ser nadie realmente. Hay que ser el hijo predilecto de esta gran familia para generar tal polémico intercambio entre tus detractores y tus adherentes sin decir nada sorprendentemente novedoso, ni grave.

Lo trágico de todo esto, sin embargo, es que su figura sirva como otro distractor para que la sociedad chilena dé peleas estéticas, vistosas, repletas de lugares comunes sobre el horror sucedido hace medio siglo y que sigue ahí, lacerante. Es decir, que sirva para que en Chile se siga haciendo algo que es una costumbre hace ya bastante, demasiado tiempo: discutir sin hacerlo realmente.

Francisco Méndez
Francisco Méndez
Analista Político.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Te puede interesar

Lo Último

¡Apoya al periodismo independiente! Sé parte de la comunidad de La voz de los que sobran.
Únete aquí

¡Apoya al periodismo independiente!

Súmate, sé parte de la comunidad de La voz de los que sobran. Así podremos seguir con los reportajes, crónicas y programas, que buscan mostrar la otra cara de la realidad, esa que no encontrarás en los medios de comunicación hegemónicos.