1. Se ha evidenciado en los últimos días –fundamentalmente a propósito de una columna escrita por el cientista político y profesor universitario Alfredo Joignant en el diario “El País”–, algo que, en realidad, no es nuevo, pero que alcanza un nivel de cristalización y pirotecnia tal que deja de ser una simple mirada sobre lo que fue Octubre para estibar, finalmente, en el proyecto de una cierta élite académica (no diré intelectual, ni ensayística porque, creo, no lo es) que pretende definir, parametrizar y cercar el significante mismo de lo que fue la Revuelta del 2019.
Esta élite académica liderada, probablemente, por su figura más rutilante, el abogado y rector Carlos Peña, y tras el cual se cuadra un sin número de profesores universitarios, figuras públicas y políticas, fundaciones de todo tipo, etc., se recupera en su relato y en su performance como una nueva derecha, progresista en su fuero narrativo, pero derecha al fin. Y digo derecha porque lo que se ve con nitidez en este grupo, es un intento por desactivar lo que deviene puramente social o, al decir de Negri, “Multitud” (pensador al que el mismo profesor Joignant apunta como uno de los eméritos inspiradores de las escrituras de la Revuelta, y tiene razón, pero lo que no me queda claro es si sabe que antes de leer a Negri hay que leer a Spinoza), para reinstalar la prédica institucional al interior de la cual esa misma multitud es esterilizada y conminada a volver a ser no potencia sino, nuevamente, masa subordinada a la restauración de los poderes típicos.
Por cierto, no hablamos de una derecha militarista ni típicamente hacendo-portaliana, o de una que niega los crímenes de la Dictadura (muchos la padecieron), sino de una de nuevo acervo que empotrada en sus asépticas universidades, millonarios centros de investigación y un descomunal acceso a los medios de comunicación (que le da, igual, un incomparable soporte a su “mensajería”) es capaz de atacar, además, a un sinnúmero –ahora sí– de intelectuales, sindicándolas/os como glorificadoras/es de “El Estallido” y casi obligándolas/os a dar explicaciones por haberse atrevido a tener la desfachatez de dar su opinión y pensar el acontecimiento así, a la intemperie de las cifras; sin mediciones, sin datos a la vista y, sobre todo, por no haberlos hecho parte o consultado, es decir, un imperdonable atrevimiento del margen pensante.
Ellas y ellos “si lo vieron venir”, tenían toda la información a la mano y habían leído todos los informes del PNUD desde el año 1998, entonces ¿por qué no lo advirtieron y por qué se les cortó la lengua quedando sin conceptos, categorías, cruces teóricos o marcos referenciales cuando la multitud devino Revuelta? ¿por qué ahora piden explicaciones acerca de lo que ellos mismos no pudieron nombrar?
Entre el objeto de sus dardos está Nelly Richard, a la que el profesor Joignant llama “delirante” en un arrebato, a esta altura, irrespetuoso con el pensamiento mismo cuando se trata de una pensadora de la talla y prestigio tal, poseedora de una cultura superlativa y de un estilo escritural, también, superior y a quien, por cierto, no ha leído, puesto que sabría que en su último libro Tiempos y modos recientemente publicado, dirige una crítica elaborada y contundente a las llamadas “Escrituras de la Revuelta” (el concepto es de Miguel Valderrama) entre las cuales me incluye, junto a otras y otros que participamos de ese momento sin más armas en la mano que la pulsión de la palabra y un relato que, ciertamente pudiendo ser errático muchas veces, obedeció a lo vertiginoso del instante, a la descoincidencia de la hendidura con la normalidad temporal, dando cuenta de que lo que se vivía era a todas luces algo excepcional, sin concepto. Según esta nueva derecha ¿era mejor que estas voces no hubieran existido o deberían haberse silenciado?
Es una nueva derecha académico-progresista de marcado corte neoliberal y que niega la potencia arrebatadora de Octubre, criminalizando la protesta y desestimando el hecho de que fue la cristalización no de un “malestar”, sino de un síntoma histórico y que, de paso, desfunda, con la rapidez de los que no saben, contra figuras de la estatura de Nelly Richard frente a la cual, es obvio, no tienen nada que hacer.
Hay, además, en esta derecha de nuevo cuño-negacionista, un intento desesperado por darle cuadratura a Octubre, negando su potencia histórica de ahí en más y martillando con el telos incidente del “fatal destino histórico del estallido social”, al decir del profesor Joignant. Se quiere abreviar el significante y “tener” la palabra, la primera y la última, desmovilizando cualquier otra interpretación y, por lo mismo, es que urge reaccionar frente a este intento de apropiación histórica que por más débil conceptualmente que sea, no deja de ser de suyo un peligro, toda vez que se dispone de tanto capital superpuesto: el político, el económico y el mediático.
Entonces se me revela justo aclarar teóricamente, en algo, “el delirio”.
2. Octubre fue, siguiendo a Alain Badiou en Lógicas de los mundos, el acontecimiento que “[…] viene a hacer inciso, en el fraseado continuo de un mundo, el frágil centelleo de lo que no tiene lugar de ser”[1]. Es decir, una interrupción total en la tranquila narrativa de un mundo que se revela imperturbable en su adecuación a sí, a sus tramas típicas, a su historia que oblitera los márgenes y hace invisible aquello que se desadapta progresiva y subterráneamente generando un magma que, en algún momento, irrumpirá descoincidiendo y dejando (en el aire del tiempo) un temblor; la impronta de ese inciso que vino a dar posibilidad a aquello que parecía nunca tendría lugar de ser. Lo resentimos y se dejó ver, pero como se ve pasar al espectro, a modo de holograma; apareciendo, ocultándose y reapareciendo nuevamente; su desplazamiento fue fantasmagórico, sin regularidad, sin embargo estremeció ex nihilo el corazón de la sociedad chilena, su mercadeo[2], sus ritos portalianos, josepiñeristas y guzmanianos; acontecimiento que nos instaló por un momento casi inexistente en el umbral por donde devino el flujo de lo imponderable que tuvo el rostro –por primera vez– extraño y sin forma de la soberanía cuando aún no es régimen (de la soberanía aconteciendo).
Es a esta luz, por ejemplo y como se ha insinuado, que todas las lecturas relativas al malestar propias de la nueva derecha que han intentado leer el bullado “Estallido social” en Chile, están equivocadas. “El malestar” no es algo que se produzca en un momento determinado del transcurrir de la cultura o una sociedad. No es la expresión de una crisis (en los diferentes sentidos que adquiere esta palabra en su origen griego, κρίσις, del verbo krinein: “separar”, “decidir”, “romper”). Y no lo es porque en el bajo fondo de las sociedades lo que se vive es la crisis, desde siempre. No se trataría que de un momento a otro y a propósito de las promesas cumplidas o incumplidas del pacto neoliberal signado en Dictadura y suturado en los gobiernos de la Concertación, se haya producido una paradoja tal que devino en un malestar acelerando el metabolismo de la crisis en toda su magnitud.
¿Necesitó Octubre, en algún momento, planificar un protocolo para mostrar su multiplicidad constitutiva? En la divergencia y la diferencia propia de la multitud ¿hubo alguna estrategia para reafirmar la multiplicidad de lo múltiple ya en despliegue? O, por el contrario ¿no fue la Revuelta otra cosa que la emergencia y el punto de fuga en el que el cada quien en su ipseidad se vio llevado –sin coacciones de ningún tipo– a volcarse en un ser con alguien más?
3. Escribe Negri:
[…] las fuerzas primarias que guían la historia de las luchas de resistencia y los movimientos de liberación modernos, así como los movimientos de resistencia más productivos de la era contemporánea, tienen el impulso motriz de la lucha contra la miseria y la pobreza, y un profundo anhelo de democracia, de una democracia auténtica de todos para todos, basada en relaciones de igualdad y libertad.[3]
Desde aquí, las resistencias desplegadas a lo largo de la Modernidad han sido motivadas por el sueño democrático; resistencias que han tenido lugar por las promesas inconclusas, truncas y negadas de la democracia propiamente tal. Mas, no se trataría del sueño por cualquier deseo democrático, sino por una democracia que sea reflejo de la superación de la miseria humana e instale como sus valores fundantes a la igualdad y la justicia. Este argumento es importante y da cuenta de una suerte de encuentro entre la necesidad de la revolución como Marx nos la heredó y el valor de la democracia como sistema o régimen liberal. Pero, ahora, y es esto es lo importante, como democracia radicalizada y en desajuste con el poder normado.
Si entendemos por luchas de la posmodernidad a los movimientos contra-capital que se han levantado en el mundo en las últimas décadas del siglo XX y lo que va del XXI, veremos que la escisión entre lo político y lo social no es una operación propia de la población emergente. Lo que está en el corazón de estas reivindicaciones y que de alguna forma agiliza su dinámica disruptiva, es el hecho de que lo político ya va en ellas como expresión de lo social. La multitud es social y, de una vez y sin distancia, política.
En esta línea es que Octubre, igual, fue resistencia evidente, pero una que nunca dejó de lado el sueño de una democracia plena, radical y en constante espera. Y esto nunca lo reconocerá la nueva derecha. Octubre, tal como lo apuntaba Negri, fue una expresión más de la vieja lucha de las resistencias de la Modernidad por reponer el sueño democrático. La querella fue contra todas las promesas más originales, sostenidas y publicitadas desde la revolución francesa y lo teóricos liberales, pero, siempre, teniendo en el intersticial de la subjetividad colectiva la urgencia de la revolución; revolución en nombre de una democracia más humana, justa, al interior de la cual los siglos de abuso hacendo-neoliberales regenerados una y otra vez por la fronda oligárquica y sus pactos sucesivos, se detuvieran.
4. Retomamos aquí algo ya sostenido. Lo normal es entender a los procesos sociales estructurales de forma inversa, descendente, es decir: fisura/grieta/fractura. Son tres niveles distintos con intensidades completamente diferentes, aunque dependientes las dos últimas de la primera, que es la que opera en el subterráneo de una sociedad y que siempre es. La fractura es originaria, crítica, nunca no la hay y el discurrir de la cultura misma se da sobre ella. La crisis se estabiliza cuando la fractura se tensa desencadenando un vertiginoso y densísimo desplazamiento que altera y conmociona al orden social, en este caso. A esta fractura se le ha dado a llamar, de forma simplista y como ya lo hemos remarcado, “el malestar anómico”, el cual solo es pensado al nivel de la fisura.
5. Entonces la nueva derecha progresista y negacionista, en su afán desproporcionado por ajustar a su “medida” la narrativa de lo que ocurrió (la Revuelta), no da con el ancho ni el largo, puesto que así como consigna sin vergüenza que pensadoras como Nelly Richard “deliraron” por no tener un número o una estadística canonizada como antecedente, en su propia doctrina del empadronamiento histórico y en su búsqueda por desactivar la potencia de lo social devenido multitud fue incapaz de elaborar conceptos, de tensionar nuevas fórmulas o acceso teóricos por fallidos que puedan –o no– haber sido, en fin.
Y aquí, justo aquí, se revela algo que sabemos pero que subrayamos, a la derecha siempre se le ha permitido imponer, pero carece de algo que no se compra ni se estudia; algo que no se encuentra en mercado alguno ni se transa en ninguna bolsa ni bursátil ni académica. La derecha (la antigua, la típica o la nueva) nunca ha podido: imaginar.
[1] Alain Badiou, Lógicas de los Mundos. El Ser y el Acontecimiento 2, Buenos Aires, Manantial, 2008, p. 63
[2] “El nuevo tiempo se organizaba en torno a una señal básica: la sociedad no existe; solo los individuos mercadeando”. Manuel Canales, La pregunta de Octubre Fundación, apogeo y crisis del Chile neoliberal, Santiago de Chile, LOM, 2022, p. 20
[3] Michael Hardt y Antonio Negri, Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio, Barcelona, Debate, 2004, p. 94