El proletariado de cada país debe, por supuesto, arreglar cuentas ante todo con su propia burguesía.
KARL MARX.
Me soplaron que estaba todo pasando en Alonso de Córdoba y me ofendí un poco: no fui convidada a la inauguración más taquillera del semestre. Tampoco iba a hacer la de las frescas que llegan sin invitación, hasta que me llegaron fotos y videos. Pensé que por error había abierto el chat con el gasfíter de mi marido –vecino del barrio Mapocho–, quien suele enviarme imágenes caricaturescas, que a ciertas, pero muy escasas horas, comprueban los delirios de un cantautor no muy bueno que se paseó una vez por allí.
Si no supiera de performance y videoinstalación, habría visto un pastor evangélico al lado de un carro sopaipillero, predicando al lado de la señora de la fritanga. Cuando revisé el video, tuve que pausarlo de inmediato: el pastor andaba pavoneándose y para más remate, destemplado. La vendedora se notaba estoica; cualquiera con dos dedos de frente lo habría hecho callar. Me percaté entonces, que el chat si era con Don Bonifacio Bermejo. ¡No estaba al tanto de que el plomero era tan enterado del arte contemporáneo! Me contó que su afición nació después de una filtración que resolvió en un Museo. Allí reparten una revista que parece ofrecer pan recién horneado.
Yo andaba indispuesta, pero una es como bruta para la taquilla y necesitaba ver fotos sociales. Le propuse a Don Boni pagar un Uber de Mapocho a Vitacura: a lo mejor alcanzaba un brindis, y a llevarse algo en el Tupperware de Pyrex que le regalamos con mi gordo. Don Boni es tan buena persona –le hace descuentos a artistas y curadoras– que rechazó mi oferta: “No se preocupe patrona, yo le mando más fotos pa’ que copuche con el patrón”.
Un hombrecito ilustrado y con mundo
Narraré por escrito su relato testimonial luego de asistir a la última media hora de la inauguración en Galería Patricia Ready; bajo un enfoque etnográfico determinado por la ética decolonial con la otredad: como el hombrecito trabaja y tenía las manos ocupadas instalando un flexible, transcribí y edité de acuerdo a sus instrucciones. Me tomé la molestia de apostillar algunas observaciones críticas, considerando que accedí como espectadora a través de las fotografías que me mandó Don Boni.
“Si me permite la indiscreción, dama: yo le diría que ahí no había gato atropellado, lo que vi yo fue gato encerrado. Le dije en denante que uno como labura en el rubro, le saca la foto altirito al cliente cuando le lorea su baño: me jui a meter yo al de varones, había un olor así como azumagado… como apercancao ¿me sigue?. Del baño de damas no podría opinarle nada yo, porque ahí a uno no le corresponde meterse: no lo vayan a confundir a uno. Después de echar la corta subí para arriba, había unos mozos repartiendo hasta chocolates”.
El relato del narrador en primera persona singular resulta verosímil, en la medida de su condición de clase social, junto a su oficio que lo ha llevado a indagar en las vicisitudes propias de quien compone y recompone cuartos sanitarios que a veces exceden el orden de lo doméstico. En ese sentido, Don Boni sugiere que su interpretación de los significantes que componen el discurso visual del artista que posteriormente contemplará, estuvo de antemano condicionado por los significados aromáticos que pudo percibir instintivamente en el baño masculino. Eso, en el contexto de los binarismos del sistema heteropatriarcal, que le impiden acceder al orden femenino (aunque me comentó off the record que le gustaron los chocolates).
“Estaba lleno de lechuguinos sacándose selfies delante de la exposición, estaba toda la muralla forrada en linóleo rojo, o nylon. No sé, no sabría decirle con precisión que tipo de paño plástico usó el artista Patrick Hamilton. Lo que si podría opinarle, es que no me gustó naíta la exposición: mucho tollo y poco lenguado ¿me cacha? Le faltaba, así como sustancia al asunto. Por lo que leí en La Panera, entendí yo que la cuestión se trataba de todo lo que es la desgracia que ha pasado en ese lugar altiplánico. Con toda franqueza, me pregunto yo: ¿cuál es el afán de contar las penurias que apenas conocen desde lejos los guailones? ¿Por qué no hablan de lo que lloran los lechuguinos?”.
Lo que ocultan los lechuguinos minimalistas
En el contexto epistemológico e hípermediatizado que Boris Groys –pensador alemán que vivió en la URSS– describió en Volverse público(2014), resuena coherentemente la idea de una juventud exhibicionista e individualista que se retrata a sí misma: como si sus vidas fueran una obra de arte. De acuerdo a la información disponible en el sitio web de la galería, el telón de fondo fue “(…) sacos paperos rojos, utilizados para transportar productos”.
Las especies marinas aludidas por Don Boni suelen pescarse en el litoral nortino, siendo el tollo más abundante, pero menos sabroso que el lenguado (según SERNAPESCA). El narrador alude al título “Proyecto Colchane” que leyó en esa revista. Al respecto, en el sitio web se lee que: “Hamilton no busca solo capturar la estética de Colchane, sino desentrañar las complejidades sociales y económicas de un lugar congelado en el tiempo, enfrentado a un clima implacable y a desafíos diarios de supervivencia”.
“Aquí en el WhatsApp del sindicato de gasfitería, no es primera vez que vemos una burla así a la gente que lo pasa mal: la otra vez nos llegaron fotos de otro perla haciendo su arte: se reía de los niños venecos y patipelados. La cuestión del Hamilton se veía más minimalista, como con más elegancia pero el concepto es el mismo. El concepto ¿me entiende? Estaba el carrito ese, parecía sopaipillero, pero no era ná. Era azul el tocomocho, azul eléctrico. Había una parte de la pared que dejaron blanca los maestros; parecía que estuvieran celebrando el 18 en Vitacura entre tanto vino que había. Y con anticipación los vagonetas: la exposición se acabó la semana pasada”.
Siguiendo a Boris Groys, pero leído desde una perspectiva ética que pensadoras contemporáneas como Martha Nussbaum o Judith Shklar han perfilado desde la fragilidad de la verdad, el bien y la belleza, Don Boni podría estar facilitando la dinámica de la posverdad y otras fanfarronerías (bullshit). Sin embargo, sus fotografías y relato testimonial coinciden con lo que algunas colegas me han comentado sobre la misma exposición.
Altruismo endieciochado
Suele pensarse –a veces erradamente– que los recursos visuales del minimal, el suprematismo y constructivismo rusos, que algunos artistas utilizan en proyectos que invitan a reflexionar sobre asuntos contingentes, despojarían de la violencia simbólica y obscenidad que la parodia barroca contendría persé en sus escenas saturadas de detalles. Este caso en particular, condensado lúcidamente por Don Boni a través de una lectura obscena del rito anual de Fiestas Patrias, comprueba lo contrario: sería tanta la frivolidad con que las clases dominantes contemplamos a menudo la miseria de las clases postergadas, que por mucha elegancia y sobriedad visual entrometida, no nos correspondería opinar sobre la catástrofe de ese territorio.
Menos vanagloriarse de altruismo en un espacio corporativo, asociado a empresas privadas con fines de lucro –bancos y farmacias– que lavan su imagen a través de fundaciones privadas sin fines de lucro, dedicadas a financiar proyectos artísticos que por muy buenas intenciones sociales que declaren, terminan acrecentando la desigualdad. Esa brecha clasista me permite a mí escribir con propiedad sobre arte contemporáneo, y a Don Boni no.
Él le comentó a mi gordo: “Esos son como el cura Gatica…”, pero justo se cortó la videollamada. No entendí a qué sacerdote se referían. No me imagino a uno católico dando la misa al lado de la fritanga, pero si me imagino a un Pastor Gatica: quien predica, pero no practica
Muy buena caracterización de lo que es un gil en un mundo de giles