Un cartel muestra algo. De modo corriente es una lámina de papel lo suficientemente grande como para enseñar con claridad la información que contiene. A veces a un cartel se le llama afiche o poster si su fin es el de ser colgado en alguna pared. Lo que tienen en común un cartel, un afiche o poster es su dimensión publicitaria. Esta dimensión hace de un cartel un objeto visual cuya circulación es doble, una estática atada al objeto mismo y otra móvil vinculada a los flujos del capital; ambas, sin embargo, buscan persuadir, hacer que un consumidor distraído fije su mirada en él. La afinidad del cartel con el lenguaje del mercado no es casual, el cartel es un nodo en la red de relaciones libidinales que constituye al capital.
El siglo XIX será el siglo del cartel con la extensión de la imprenta. El desarrollo del capital tendrá de aliado este artefacto impreso que vuelve a ciudadanos en espectadores casuales de una frágil mercancía impresa. Habría que decir que esta vinculación primera entre cartel, imagen y mercado no es única ni privativa. Pronto la contienda política hará suyo este artefacto visual. Más aun, los movimientos de emancipación hacen de sus consignas imágenes móviles que transitan las calles de la ciudad de mano en mano a ritmo de caminata agitada o quietas en plantón. En esas consignas y tránsitos, el cartel se vuelve un artefacto contrainstitucional deteniendo así la circulación económica mercantil y de la política hegemónica.
Es cierto, un cartel ha sido un artefacto visual que ha engendrado distintas políticas, ha vuelto visible diversos objetos, consignas y luchas políticas. A pesar de la multiplicidad de sentidos y funciones de un cartel, cuando Karol Cariola, militante comunista, pide retirar “los carteles” de la sesión parlamentaria del día 11 de septiembre -como si se tratara solo de anuncios, publicidad o información- molesta, pero sobre todo indigna.
Molesta el tono de su voz, buscando el efecto de una cuidada exasperación frente a quienes no quieren entender; voz de mandato que busca obediencia a nombre de reglamentos y números. No hay lugar para la porfía, la letra de la ley es clara, el número también.
Indigna ver que a quienes dirige ese tono altivo y violento sean familiares de detenidos desaparecidos, duele escuchar la palabra cartel y no la de fotografía. En un intento de réplica, la diputada Lorena Pizarro dice muy poco antes de ser interrumpida, silenciada, por Cariola que exige que la respuesta sea antecedida por reglamento y número.
¿Cuál es el número? 2.123 personas asesinadas por la dictadura cívico militar dirigida por Pinochet; 1.093 personas detenidas desaparecidas, aun no se sabe qué les ocurrió, dónde fueron olvidados sus cuerpos; 3.216 personas ejecutadas o detenidas desaparecidas, 191 eran menores de edad, adolescentes, niñas, niños; 1.387 personas asesinados o desparecidos eran militantes de partidos políticos o pertenecían a movimientos sociales; 1.812 personas asesinadas o desaparecidas no tenían militancia política; 51 años sin juicio a los civiles y militares que pusieron en marcha la máquina de muerte que fue la dictadura.
¿Cuál es el número? pregunta con insistencia Cariola con violencia. Todos los números, cada uno, desde el 11 de septiembre de 1973 hasta el 11 de septiembre del 2024. Lorena Pizarro levanta la fotografía, la imagen de su padre detenido desaparecido.
Quien preside la cámara de diputados quiere otro número, el número del orden que tranquilice a la derecha, el número que obliga a retirar los “carteles”. Así hizo la ex concertación, así hizo la nueva mayoría, así lo quiere seguir haciendo el FA. ¿El Partido Comunista será parte del renovado consenso de gobernanza neoliberal? Tal vez es ese el número que espera Cariola, el de una nueva (vieja) escena: distintos personajes, misma obra de una democracia desmemoriada, elitista y corporativa.
Lamentable, repudiable y vergonzosa la actitud de Karol Cariola…suena a traición de los principios que la llevaron a ser electa como diputada y a quienes prometió defender.