miércoles, noviembre 13, 2024

 Lo que Palestina enseña a las izquierdas

En la lógica de la guerra contra el terrorismo nadie, absolutamente nadie, está a salvo. Todo deviene Gaza en la medida que cualquiera puede devenir terrorista. Por eso nuestro tiempo no es otro que el de la guerra civil planetaria. Nunca se trató de Hamás ni de Hezbollah sino de nosotros.

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                                                                       “Aquí un general excava un Estado dormido

                                                                       bajo las ruinas de una Troya inminente.”

                                                                                                                      Mahmud Darwish

1.- La justicia deviene lucha.

Enfrentarse al sionismo que subjetiva al judío en la forma de la víctima absoluta no es gratuito: implica ser despojado de su estatuto de víctima, supone ser una “mala víctima” precisamente porque no acepta esa forma de subjetivación, esa posición en el mundo. Así, otro derecho se fragua en la lucha, un derecho que, como ha señalado Tariq Ali, contempla el colapso de la doctrina de los Derechos Humanos cristalizado en la institucionalidad de Naciones Unidas. Todo ese mundo se derrumba, toda esa institucionalidad se hunde y de sus ruinas nace otra concepción de la justicia. Aquella que se urde en la propia lucha de los pueblos –también y sobre todo del pueblo palestino- que anuncia el porvenir de un derecho y el derecho a un porvenir.

Si la doctrina de los Derechos Humanos se funda sobre la idea de que un ser humano o un grupo de seres humanos se vuelven “víctimas” porque fueron brutalmente dañados por el terrorismo de Estado, es precisamente porque ese ser humano o grupo de seres humanos habrán de demandar “reparación”[1]. La justicia se concibe así en el juego entre una “víctima” que es “reparada” por parte de un Estado. Un esquema que mantiene intacto el dispositivo soberano –y la noción de sacralidad de la vida- sobre el cual se fraguó el crimen que ahora deberá ser “reparado”.

Mientras haya “víctima” habrá máquina asesina, mientras haya “víctima” no habrá otra justicia más que la de la “reparación”; mientras haya “victima” la vida humana siempre estará “sacralizada”, esto es, al interior de la relación de soberanía que la dispone a recibir la muerte. La lucha de los pueblos, en cambio, porta consigo otra concepción de la justicia que no descansa en la idea de una vida devenida “víctima”, que no se consuela con la “reparación” eventual sino con la “lucha” que acontece. Si la justicia como “reparación” se derrumba, porque su máximo representante –Naciones Unidas-  y su faro moral –Israel- colapsan moralmente (la primera por el genocidio que contempla, y el segundo, por el genocidio que comete) es precisamente porque la insurrección global de los pueblos del mundo han abierto otra forma de justicia, aquella que no pasa por la noción de “reparación” sino por aquella de la “lucha”, aquella que no acepta ser “víctima” sino que apuesta por una ética martiriológica propia de la intensidad de las luchas.

2.- El progresismo no tiene vocabulario para inteligir la justicia como lucha.

Porque después de la caída del muro la izquierda abrazó un liberalismo que la convirtió en un liberalismo más, su discurso solo pudo nombrar la resistencia anti-colonial bajo el término reaccionario de “terrorismo”. El vacío lexical permitió el triunfo reaccionario. Al descartar toda crítica de la violencia, las izquierdas devenidas progresismos, quedaron inanes frente a las luchas que planteaban formas diversas de violencia, entre las cuales, las más importantes siguen siendo, las luchas anti-coloniales como la lucha Palestina.

Por supuesto, quienes asaltaron el cielo con sus luchas no esperaron a que los progresismos pudieran reconocerles. Más bien, ha sido al revés: los levantamientos anti-coloniales (algunos de ellos armados) han dejado a los progresismos mudos. Sin capacidad de pensar su época ni hablar su dialecto (posiblemente, por eso, el progresismo es lo que es). Es necesario volcarse hacia una crítica de la violencia que permita urdir un dialecto que impida que la noción de “terrorismo” ocupe el trono que le corresponde a la “lucha” política, en que se fragua la justicia de los oprimidos.

3.- El islam puede ser una fuerza revolucionaria.

Siglos de ilustración han hecho sospechar a las izquierdas de cualquier tipo de “religión”. Fraguado en el famoso pasaje del joven Marx de la “En torno a la crítica de la filosofía del Derecho de Hegel”, según la cual, “La miseria religiosa es, por una parte, expresión de la miseria real y, por otra, la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el estado del alma de un mundo desalmado, porque es el espíritu de los estados del alma carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo.” La repetición, a modo de cliché, de “la religión es el opio del pueblo” por parte del discurso ilustrado, terminó por hacer de la “religión” un enemigo ficticio perdiendo de vista la totalidad de la frase de Marx e la que la “religión” es “opio” porque actúa doblemente: como “expresión de la miseria y, por otra, protesta contra la miseria real.”

La religión porta, por tanto, el reducto de lo porvenir ahí donde su propia expresión lo niega. Su lugar es el de la contradicción que, a la vez, que diagnostica el estado de las cosas, proyecta la imagen de su superación. En este sentido, la izquierda occidental ha sido profundamente anti-religiosa y por eso, incapaz de articular alianzas de clase que le permitan ir más allá del actual estado de cosas. A esta luz, la preponderancia del islam en los movimientos de resistencia palestinos no es algo casual, sino que obedece a la cartografía de fuerzas distribuidas por el desgarro de la historia reciente[2]. Una historia imperialista, por cierto: en los años 60 hubo nacionalismos y discursos “seculares” que promovieron la liberación nacional. Pero, una vez, realizados los procesos de descolonización muchos de ellos quedaron cooptados por el mismo imperialismo que decían atacar (es el caso de Egipto). Así, los antiguos liberadores panárabes se volvieron los nuevos guardianes de la nueva fase colonial. Es ahí donde el islam es quien toma el espíritu de lucha anticolonial que los secularistas abandonaron. Por eso los palestinxs votan a Hamás en las elecciones legislativas de 2006, no porque quieran un Estado islámico, sino porque ven en esta apuesta la vía para poner fin a la colonización sionista.

En los movimientos de resistencia de la Franja de Gaza y Cisjordania hoy se articulan en tres grupos que actúan conjuntamente: movimientos islamistas, marxistas y nacionalistas (Fatah). Se ha producido una solidaridad arraigada por una misma pasión, la pasión anti-colonial, la pasión por la liberación de Palestina.  En contra de la concepción dogmática de las izquierdas occidentales que ven en la “religión” y, sobre todo, en el “islam” un automático reducto de opresión, las izquierdas árabes –palestinas en particular- han entendido que la constelación de potencias solo puede articularse en común. El orientalismo criticado en su momento por Edward Said queda del lado de la izquierda occidental que no comprende que el islam pueda asumir una posición revolucionaria, que sospecha de la liberación nacional simplemente porque su movimiento se articula desde la llamada “religión”.

4.- Dicen que van por Hamás y Hezbollah, pero van por nosotros.

Desde el 8 de Octubre de 2023 el objeto primario de la acción israelí ha sido la población civil. La lógica que prima no es la que suponíamos, en la que primero se apunta a los “terroristas” y por “accidente” a la población civil. Aquí la situación es al revés: se trata de diezmar a la población civil para así hacer desaparecer junto a ella a los grupos considerados “terroristas”. 

En otros términos, no van por Hamás ni por Hezbollah. Van por nosotros. La incursión terrorista en el Líbano lo deja en claro: no importa quien usa los dispositivos móviles: se les hace estallar sin distinción de ninguna especie. Lo civil y lo militar, lo exterior y lo interior de la guerra, se confunden entre sí, porque la idea última consiste en aniquilar a la población para así volver inane la resistencia. Nada más, nada menos. La situación por tanto es, al revés a como se ha concebido hasta ahora: no es que las fuerzas imperialistas se abalanzan contra la resistencia para capturar a la población civil, sino sobre la propia población civil para aplastar la resistencia. La inversión de los términos implica, por cierto, el envío de un mensaje muy preciso: ya nadie está a salvo.

En la lógica de la guerra contra el terrorismo nadie, absolutamente nadie, está a salvo. Todo deviene Gaza en la medida que cualquiera puede devenir terrorista. Por eso nuestro tiempo no es otro que el de la guerra civil planetaria. Nunca se trató de Hamás ni de Hezbollah sino de nosotros. Y somos nosotros, en cuanto población, quienes constituimos el objeto primario de toda acción bélica que, por cualquier razón y en cualquier circunstancia, puede ser acusada de indeseable y ser aniquilada como hoy ocurre con Palestina y el Líbano.

Por eso, el cliché de los “escudos humanos” que, supuestamente, usaría Hamás, no es más que la burda justificación del exterminio sobre la población civil en la medida que ésta se ha vuelto el lugar primario de la guerra. Algunos celebran el despliegue técnico. Los futuristas (aquella estética del futuro que celebra la tecnología de aniquilación y ofrece admiración a los asesinos con computadores), los hijos de Marinetti se multiplican porque se multiplican las máquinas capitalistas. Por eso, como ayer, hoy también habrá que ganarle al futurismo, proyecto que contempla el exterminio de los indeseables, donde todo funcione a la “perfección”.

5.- Kamala Harris es el Guasón.

Al agudizar la vista, quizás, nos encontremos en Kamala Harris con algo tanto o más obsceno que lo que encontramos en Donald Trump. La candidata que ríe frente al candidato que agrede, la que porta la juventud frente al ahora vetusto candidato, la candidata mujer y posible primera presidenta de los EEUU, versus uno de los candidatos más machistas (no digamos el “más machista”) de la liberal oligarquía estadounidense. Pero este binarismo se acaba cuando lo vemos desde Palestina. Ahí todo resulta igual. La candidata que ríe mientras ama a Israel y promete mantener el circuito de guerra no puede ser menos desquiciada que Trump. Siendo vicepresidenta, Kamala mata mientras ríe, asesina mientras lanza su sonrisa.

Ella es, el Guasón –antiguo enemigo de Batman (Trump, un Batman degenerado)- pues su risa está lejos de la comedia y muy cerca del sadismo. La risa de Kamala es el goce demócrata por la guerra, el goce de reír mientras matan.

Los propios militantes del partido demócrata pro-palestinos les fue prohibida el ingreso a la Convención demócrata que proclamó a Kamala como su candidata. Prohibición de Palestina, Palestina, otra vez, excluida, expulsada de los territorios. Kamala se funda, por tanto, en la exclusión de Palestina. Y, más aún, en el renovado amor a Israel. Igual que Trump.

A esta luz, la diferencia Trump-Harris no traduce la clásica diferencia partido republicano-demócrata sino, dado que Dick Cheney –el asesino de Irak en 2003 y John Bolton –el asesino y golpista de Venezuela ex miembro del gabinete de Trump- votarán por Kamala, de lo que se trata es de cómo la oligarquía política clásica estadounidense se impone sobre el caudillismo trumpista y su sed de guerra civil. Lo que se juega en la elección estadounidense es la restitución o no de la gobernabilidad de la clásica oligarquía y su capacidad o no de proveer de formas de contención a la frágil situación del país.  Si la tensión estadounidense pasa por la capacidad de articular el polo territorializante de corte estatal-nacional versus la del polo desterritorializante que ve expandir su política de seguridad de corte imperial es porque la oligarquía ha sido la fuerza de clase que ha posibilitado la articulación entre ambos movimientos de la máquina. Si esta última implosiona es porque la propia máquina la que no logra articular del todo la ferocidad de esos dos polos. Kamala es el guasón: ríe y bombardea, estará alegre mientras mata, sonrisa enorme mientras Cheney y Bolton desfilan con ella.

6.- La Nakba está desplegándose ante nuestros ojos.

Si bien la nakba (catástrofe) palestina constituye el acontecimiento que marca la historia colonial de Palestina, ésta no se restringe al territorio palestino en particular, sino que funciona como el paradigma de nuestro presente. En este sentido, Palestina es su intensificación y el planeta el espacio masivo de su consumación. Así, nos encontramos en el devenir nakba del mundo donde “nakba” coincide punto por punto con la violenta historia del capitalismo cuyas formas neocoloniales funcionan para la devastación del planeta. Israel es el nombre del capital (“tierra prometida” es su consigna, es decir, el territorio disponible para la explotación colonial). Si desde el 8 de Octubre de 2023 Israel intensifica el despliegue de la nakba y, desde hace varios años, el neofascismo la intensifica a nivel planetario. Hoy, el devenir nakba del mundo se traduce en una guerra civil global que se distribuye en diversos grados de intensidad repartidos por diversas zonas del mundo. Gaza ha de ser uno de sus grados cero.

7.- El espectáculo es la normalización del exterminio.

Se ha repetido en innumerables ocasiones que estamos contemplando un genocidio en vivo y en directo. Nada se oculta, nada es secreto. Habría que preguntarse, justamente por este inusual “destape”. El destape de los criminales. Si se quiere, lo que se juega aquí es la educación criminal. La idea es dar un mensaje: gocen con la violencia, gocen con la masacre y ya verán cómo el exterminio se normaliza. Mientras mayor saturación mediática menos asombro. Si se quiere, menos horror. Bien decía Nietzsche que la filosofía comienza con el horror[3]. Una vez neutralizado, inscrito en la rutina de un procedimiento, ya no hay horror, ni filosofía posible. No hay nada, porque nada hay sobre lo que cabría pronunciarse.

La nihilización del horror posibilita la normalización del exterminio gracias a una educación cotidiana transmitida vía mediática. Gracias a Guy Debord sabemos que los medios no son simples dispositivos de “comunicación” sino verdaderos dispositivos orientados a la captura de los afectos: el espectáculo es una “relación social”, decía Debord. Justamente la educación sionista de los grandes medios apunta a dicha captura por la cual la normalización (y su des-afección) del exterminio puede exponerse a la luz del día. Captura del afecto, no simple distorsión del saber acerca de la realidad. A diferencia del exterminio nazi que se ocultaba, el sionista satura la pantalla y sus medios. Sea porque no se lo pasa por los medios (el nazismo) o porque satura a los medios (sionismo), en cualquier caso, estamos siendo disciplinados por el espectáculo, des-afectados, destruidos éticamente. Nadie podrá decir que no sabía, pero el “saber” aquí ofrece el espectáculo de la propia impotencia. Precisamente porque “sabemos” es que no actuamos, porque “sabemos” hemos sido reeducados, normalizados frente a un genocidio que no deja de extenderse ad infinitum

8.- El sionismo no es judaísmo, sino una traducción “cristiana” e imperial.

Es preciso entender que el sionismo es más antiguo que el Estado de Israel. Más antiguo, incluso, que el sionismo judío que surge hacia fines del siglo XIX en la forma de un movimiento colonial. En este sentido, el sionismo judío es una cultura de derechas (a pesar de su transversalidad hacia ciertas izquierdas y progresismos). El sionismo es una invención propiamente cristiana de tipo imperial que, antes de un Estado, pretende constituir a Israel como la “fuerza motriz” del imperialismo occidental. ¿Por qué? Porque el “judaísmo” es visto por el protestantismo como la revelación más originaria y auténtica. Acceder a dicha revelación significará ejercer una misión histórica de devolver a los judíos a su “territorio” y así, plantear el despliegue imperial británico en la forma de una misión salvífica que iba a contrapelo del catolicismo hispano apoyado por la Iglesia y del secularismo francés urdido desde Napoleón[4].

Acceder a la palabra auténtica y no contaminada significará, por tanto, investirse del poder soberano de Dios, beber de la fuente más originaria de su Palabra y legitimar, de esta forma, bajo una supuesta investidura divina al ejercicio imperial. Con ello, el imperio británico y, posteriormente el imperialismo estadounidense se estructura desde el sionismo si acaso, según la teología dispensionalista asociada, éste se presenta como aquella fuerza de restauración del reino de Cristo una vez que los judíos vuelvan a su “territorio”. Por eso, Giorgio Agamben ha podido decir que el sionismo marca el fin del judaísmo, precisamente porque en su afán territorialista aplasta la histórica dimensión exílica que siempre definió el judaísmo[5].

9.- Necesitamos una poética de la Tierra.

Palestina enseña que hasta ahora los seres humanos no hemos habitado la Tierra. La hemos conquistado y, por eso, apropiado en función de su explotación que ha sido también la nuestra. Pero no la hemos habitado porque no la hemos puesto en común, no la hemos sustraído del régimen del capital. En otros términos, no hemos hecho la experiencia de la Tierra sino solo la del territorio sobre la cual se funda el capitalismo; no hemos cultivado jardines sino explotado haciendas agrícolas. Todo lo hemos visto bajo el prisma de la apropiación y hemos olvidado la posibilidad de uso. Un antiguo legado neolítico que nos arrastra por un poco más de 6 mil años nos impele a la conquista, incluso, cuando se trata de viaje interplanetarios hablamos de “conquista” y los problemas del territorio –no de la Tierra- irrumpen con sus fronteras, banderas y expropiaciones.

Creeremos haber ido al espacio exterior y jamás habremos salido de la paranoia territorialista. La habitabilidad se define como una poética de la Tierra, es decir, una experiencia de lo común en la que no sea la propiedad sino el uso, no sea la conquista sino el habitar lo que defina nuestra existencia. En este plano, lo que, por ejemplo, las intifadas (revueltas) de las últimas décadas dejan entrever es, precisamente, la asfixia por la devastación capitalista de todo habitar y la desesperación por volver a hacer una experiencia común en la que plazas, calles, muros se convierten en lugares donde irrumpe una Tierra y no un territorio, una erótica antes que un orden.

La intifada es una poética no territorializable en la que lienzos, cantos, imágenes le dan rostro a la ciudad; justamente al contrario de la urbanización capitalista que introduce espacios museísticos que nadie usa porque se apropia de todos. Bajo esta luz, la colonización de Palestina es, ante todo, una devastación de cualquier posibilidad de rostro.

Por eso, cuando al pueblo palestino le imponen un muro que no ha dejado de construirse desde principios de los años 2000 éste no ha hecho otra cosa más que profanarlo pintando sobre él miles de rostros que condensan la historia palestina. Así, el muro deviene el gran receptor de la imaginación popular. En él, irrumpe el rostro de los oprimidos donde la imagen de Camilo Catrillanca puede danzar junto a la de Ahed Tamimi. La posibilidad de transformar un muro de opresión que ha dividido territorios, en un lugar en el que se inscriben esperanzas, quizás, defina la poética de la Tierra. Una poética que no pervive en un “más allá” inalcanzable (no es un “ideal”), sino en la experiencia concreta de insurrección global.


[1] Bassem Saad https://ficciondelarazon.org/2024/02/05/bassem-saad-el-martirio-de-palestina-trastorna-el-mundo-del-derecho/

[2] François Burgat El islamismo cara a cara. Ed. Bellaterra, Barcelona, 2008.

[3] Agradezco al profesor Carlos Ossandón haberme recordado esta frase de Nietzsche.

[4] Donald Lewis The Origins of Christian Zionism. Cambridge University Press, Cambridge, 2013.

[5] https://ficciondelarazon.org/2024/10/01/giorgio-agamben-el-fin-del-judaismo/

Rodrigo Karmy
Rodrigo Karmy
Doctor en Filosofía. Académico de la Universidad de Chile.

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