El reciente escándalo mediático sobre los “pogromos antisemitas” en Ámsterdam ha revelado, una vez más, la habilidad de los medios de comunicación dominantes para construir narrativas falsas que justifican la opresión y la violencia en curso. La información de los medios que aseguraba que multitudes árabes y manifestantes propalestinos atacaban a hinchas israelíes del Maccabi Tel Aviv en la capital de los Países Bajos, acusándolos de antisemitas, no solo era una falsedad, sino una desviación consciente de la realidad que alimenta una violencia más grande y perpetúa la propaganda sionista. Esta distorsión de los hechos se presenta como un intento de desviar la atención de las atrocidades cometidas en Gaza por las fuerzas de ocupación israelíes y de convertir en víctima al agresor.
Para quienes se atreven a escarbar más allá de la superficie, lo que se revela es una trama tejida con hilos de desinformación, en la que se manipula el concepto de antisemitismo para blanquear el genocidio. Los hechos en Ámsterdam fueron presentados como un pogromo antisemita, olvidando deliberadamente que, a lo largo de la historia, el término “pogromo” se ha usado para describir las violentas persecuciones de judíos en Europa, principalmente bajo el imperio zarista y en la Europa de principios del siglo XX.
Instrumentalizar el concepto de pogromo hoy, cuando en realidad los verdaderos pogromos se dan contra los palestinos en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, es una trivialización inaceptable, una vulgarización de la memoria histórica que solo puede tener un propósito: silenciar la denuncia legítima de las violaciones de derechos humanos cometidas por Israel.
Es crucial subrayar que las verdaderas persecuciones del momento, los auténticos pogromos, son llevadas a cabo por los colonos sionistas en Palestina. Los ataques sistemáticos y violentos contra la población palestina, respaldados por el ejército israelí, deben ser nombrados como lo que son: crímenes de odio, opresión y exterminio. Mientras los medios se empeñan en crear historias sobre agresiones hacia los judíos, ignoran o minimizan los crímenes de guerra y las masacres que los colonos y soldados israelíes cometen contra los palestinos.
Estas narrativas manipuladas no solo sirven para proteger el statu quo de la ocupación israelí, sino que también alimentan una cultura de impunidad. La verdadera violencia no la protagonizan los musulmanes o los palestinos, como se pretende mostrar, sino que la ejercen los agentes del sionismo, que deshumanizan al pueblo palestino.
Es en este contexto que surgen los comentarios incendiarios de los hinchas del Maccabi Tel Aviv, quienes, en su mayoría soldados de las Fuerzas de Ocupación de Israel, no solo han participado activamente en el genocidio de Gaza, sino que incluso se burlaron del exterminio en palestina con cánticos que celebraban la muerte de niños en Gaza. Este tipo de provocaciones son el reflejo de una ideología colonialista y genocida que intenta deshumanizar a los palestinos y manipular la percepción mundial de la ocupación fascista-colonial.
Lo más insidioso de todo esto es cómo la narrativa sionista ha logrado confundir intencionadamente la legítima crítica al Estado de Israel con la acusación de antisemitismo. Este giro semántico ha convertido el antisemitismo, una ideología de odio y discriminación, en una herramienta de control político. Al hacerlo, se ha distorsionado completamente el significado de este término. La crítica a las políticas de ocupación israelíes no es antisemitismo; más bien, es un ejercicio legítimo de la libertad de expresión y una defensa de los derechos humanos universales.
La manipulación del término “antisemitismo” ha alcanzado una nueva dimensión con la resolución adoptada hace algunos días en Alemania. Esta resolución no solo busca clasificar las críticas a Israel como actos de antisemitismo, sino que además pretende penalizar a los activistas pro-palestinos, prohibirles el acceso a plataformas académicas, culturales y políticas, y suprimir todo tipo de expresión contraria al régimen israelí.
Esta reescritura de la historia, donde se antepone la lealtad a Israel por encima de los derechos humanos y la justicia, constituye una amenaza tanto para los palestinos como para los judíos que se oponen a la ocupación. De hecho, los propios judíos se ven atrapados en una contradicción peligrosa: aquellos que rechazan las políticas sionistas son igualmente atacados por los que se aferran a la narrativa de un Israel divino y democrático.
El mensaje es claro: ser crítico con Israel es ser traidor, es odiarse a sí mismo, es ser kapo¹ e incluso judenrat². Esto está creando una división profunda entre los judíos antisionistas y aquellos que son críticos del régimen de apartheid, con los que se han alineado con la ocupación y el exterminio del pueblo palestino.
Lo más alarmante de este giro es cómo Alemania, al igual que otros países occidentales, se ha sumido en una ceguera ideológica que apoya la opresión israelí y que persigue sin piedad a quienes luchan por los derechos de los palestinos. La islamofobia, que ha alcanzado niveles extremos en Europa, se alimenta de esta narrativa, desplazando la atención del verdadero problema: la ocupación y el genocidio palestino. Esto se traduce en una polarización más profunda de las comunidades en Europa, en donde los musulmanes, los árabes y los palestinos son estigmatizados y atacados por el simple hecho de ser percibidos como “enemigos” de Israel.
Este abuso de la narrativa no solo distorsiona el concepto de antisemitismo, sino que enmascara las raíces del antijudaísmo contemporáneo. En lugar de tratarlo como una ideología de odio, se usa como una coartada para encubrir las políticas de exterminio del Estado de Israel. Aquí es donde la manipulación se vuelve más peligrosa. La existencia misma del Estado de Israel como una etnocracia judía está en el centro de esta contradicción. En su afán de “proteger” a los judíos, Israel está creando un caldo de cultivo para el odio hacia ellos. El sionismo alimenta el antijudaísmo, convirtiéndose en uno de los mayores peligros para la seguridad de los propios judíos.
En última instancia, la lucha contra el antijudaísmo debe ser entendida como una lucha integral por los derechos humanos, y no como una herramienta política para proteger los intereses de un Estado colonialista y racista. La verdadera seguridad de las comunidades judías no puede depender de la limpieza étnica y ocupación de Palestina, sino de un compromiso con la justicia, la igualdad y los derechos humanos universales. Combatir el fascismo, la islamofobia y el racismo es un compromiso que debe ir más allá de las fronteras de cualquier nación, religión o cultura. Es un compromiso que debe ser global, contra la opresión de cualquier pueblo o grupo humano, en cualquier lugar del mundo.
La memoria de las atrocidades cometidas en nombre de un régimen debe servir como una advertencia. Mientras sigamos aceptando la manipulación y el encubrimiento de los crímenes de Israel, estamos permitiendo que las semillas del odio sigan germinando, que las injusticias se perpetúen y que el ciclo de violencia se siga repitiendo.
Las voces críticas, las voces pro-palestinas, deben ser escuchadas, no silenciadas. La lucha por Palestina es la lucha por todos, porque cuando la injusticia afecta a un pueblo, afecta a toda la humanidad. Y es por ello que debemos rechazar de manera firme y decidida toda forma de manipulación que busque desvirtuar esta verdad.
1. Los Kapos eran prisioneros en campos de concentración nazi que, para sobrevivir, colaboraban con los nazis y participaban en la opresión de otros prisioneros a cambio de privilegios, comida extra o protección. El término proviene de “Kameradschaftspolizei” (“policía de camaradería”), y su rol incluía supervisar el trabajo forzado y mantener el orden dentro del campo. Fueron ampliamente despreciados por otros prisioneros debido a su crueldad y colaboración con los nazis.
2. El Judenrat era el consejo judío establecido por los nazis en los guetos durante el Holocausto. Su función era administrar los guetos bajo la supervisión nazi, tomando decisiones sobre el suministro de alimentos, el trabajo forzado y la deportación de los judíos a campos de concentración. El Judenrat fue ampliamente criticado por colaborar con los nazis.