miércoles, junio 26, 2024

La historia está de Revuelta. Sobre Tiempos y modos. Política, crítica y estética de Nelly Richard

Un libro para resentir y disentir de cara a un país perplejo y anfibio; libro en el que se intuye, desde el urdido de la primera frase, el latido y el pulso de una deconstrucción.

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(Paidós, 2024)[1]

1. ¿Por qué tiempos y modos? ¿por qué los plurales?

En principio porque este libro, a mi “modo” de ver, es una apertura de mundos que en el devenir de una contingencia mutante ha logrado estabilizar la redacción de un trozo histórico, la caligrafía sinuosa de un momento y una sociología únicas y que, más allá del predicado “Política, crítica, estética”, se extiende como un urdido de impresiones y sensaciones que solo habrán podido ser codificadas como láminas de sentido en la escritura de quien sabe lo que hace (y lo hace), dejándonos la inquietud de volver a pensar los signos de una temporalidad loca desde una suerte de metafísica de lo múltiple que se disemina en las páginas de este texto.

Y toca resentir, ahí donde se pueda, la precisión y fineza propia de una escritura que expresa en su tersura –en cada línea y arrojo hermenéutico– la palabra que siempre busca a su otra, a su mimesis o a su diégesis. Todo al interior de una espiral que destila artesanía, oficio y no solo expertis; desprendimiento permanente de significados elásticos; de sentidos que, aunque alternantes y siempre por venir, en ningún caso son aleatorios (nada es aleatorio en la escritura de Richards), sino que pulsan desde el pliegue y el repliegue de una mirada que discurre naturalmente política recuperándose una y otra vez en el síncope estético/ético.

Entonces es un libro en el que no hay mímica, esto es que no repite ni reverbera todo lo que se ha dicho y escrito sobre la Revuelta de Octubre, por el contrario, constata y crea un relato sobre lo que hubo y hay (algo que es difícil ahí donde la prédica hegemónica siempre dirá que la narrativa octubrista es vapor; un puro éter nostálgico que deambula en los deseos sin objeto de quienes seguimos viendo en la revuelta un grado cero, la abreviación y condensación de un lapso/lapsus de la historia); tampoco es un texto en donde proliferan los recortes o argumentos peninsulares de los cuales Nelly Richards intentaría algo así como atrapar el canon o el régimen de la idea; menos del rictus neurótico que adquiere la pose filosófico/intelectual cuando se refiere a los “asuntos del mundo” desde los pasteurizados pasillos de las empresas del conocimiento.

No. Richard no muestra en este trabajo ninguna cancelación de sí, al revés, es la apertura nítida y transparente de un pensamiento que se abre y dispone desde la consideración de tiempos y modos, autorizando el hiato, pulsando la diferencia.

2. Y por lo mismo, por su apertura de mundos y la naturaleza propia del ensayo en donde, en este caso, la necesidad de ordenar la diversa y dispersa polifonía de voces que surgieron desde el fondo de la grieta que abrió la Revuelta, es que se nos permite discrepar, tensionar el punto e impulsar entonces la derivada rizomática que anima, y es la idea, dejar venir al desacuerdo e implicarse. Sobre todo, porque el texto mismo toma riesgos y da cuenta de su distancia con lo que Nelly Richard nombra “las narrativas del final consumado”, “la filosofía radical”, “las narrativas glorificadoras de octubre”, en fin (en las cuales, junto a otras/os, me incluye).

Sostiene, por ejemplo, en la introducción: “[…] desconfié de las narrativas glorificadoras de la revuelta de octubre de 2019, que la pensaron triunfalistamente como ruptura definitiva del conjunto de poderes y engranajes montados por el dispositivo neoliberal, como si fuese posible que todas las cadenas de explotación y opresión saltaran juntas de una vez para siempre”.

Ahora, la pregunta es si estas narrativas fueron glorificadoras o simplemente se impregnaron, sin decidir nada, del acontecimiento-Octubre. Porque el hecho de haber habitado en la escritura para asumir como se pudo la inmanencia de un tiempo que no venía con instrucciones de uso y que se desplegó, verticalmente, impactando la historia y estremeciendo el devenir subjetivo de una comunidad completa, fue, también, sin premeditación.

De pronto nos vimos, quienes intentamos leer aquel espacio/tiempo bizarro, igualmente desplazados de nuestras certezas, resignificados y urgidos por la turbina de una época y por la excéntrica velocidad del acontecer que resultaba tan vertiginosamente indescifrable Recuerdo mientras escribo la frase de Lenin: “Hay décadas donde nada ocurre; y hay semanas donde ocurren décadas”.

Pero apareció el relato y las voces se movieron junto a la sucesión excitante de los hechos. Peor hubiera sido cualquier forma de inmovilismo, estoy seguro.

En este sentido, no se trató de un desmadrado pathos religioso que trinó triunfal el fin de la historia neoliberal y el rompimiento de todas las cadenas de un abyecto capitalismo; nada más (y digo “nada más” como si dijera “todo más”) se dispuso de una escritura que reaccionó con lo que tenía a la mano y respetando su lugar, su locus filosófico y político; intentando alternar con categorías que igualmente devenían estalladas.

Todo de cara al desencadenamiento sin fases de un desborde civil y de la irrupción de una masa sin sujeto que, por primera vez, había abandonado el sonambulismo al cual había sido sometido por las lógicas de un mercado tan pedestre como universal, y que en onda sempiterna con la oligarquía típica había esterilizado la indignación y estabilizado la subordinación.

Nada más dos preguntas para responder a la crítica siempre fundada y transparente de Nelly Richards: ¿cómo se escribe en el acontecimiento? ¿dónde estaba el manual de instrucción lectora que resolvería la fisura de una Revuelta sin antecedentes y, de ahí, diferir hacia una escritura moderada y sin radicalismos? Escribir después del acontecimiento no es lo mismo que escribir en el acontecimiento: “Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido” (Deleuze, La literatura y la vida). Tal vez este sea el precepto fantasmal y total que animó alas “escrituras de la Revuelta” (el concepto es de Miguel Valderrama).

3. La desconfianza hacia “narrativas del final consumado” que expresa la autora de este libro no se emparenta en ningún caso con una posición reaccionaria que desconoce la potencia histórica y la justa sublevación de Octubre, como ella misma lo apunta: “La revuelta de octubre liberó aquella fuerza vital de la ciudadanía que había sido desactivada por el consenso transicional”. Lo que la asiste es ante todo la tarea ética de auscultar en los tiempos y sus distinciones (lo que, claro, deviene en acento crítico a “las escrituras de la Revuelta”) esa suerte de potencia en la que habría quedado fosilizado Octubre; el embelesamiento con un momento radical que se aferró al romance inmanentista sin poder pasar a una contingencia política donde la sintomatología del Estallido –que estaba por todas partes alumbrando la querella por una nueva justicia y un nuevo orden– se hubiera literalizado en relato político capaz de entrar en disputa con las fuerzas dominantes tradicionales. Y en esto estamos de acuerdo.

Como sea, Tiempos y modos. Política, crítica y estética, deambula en la órbita de un instante límite que despierta nuevamente la importancia, hoy, de hablar de Octubre, de solicitarlo y comprometerse, tensionando y creando, en el ensayo y en la imaginación; un libro sin trampas, nítido en su búsqueda y que sabe que será respondido sin nunca claudicar en lo que se cree ni haciendo del pensamiento una lisura por donde repten los entreguismos. Rescato este hermosa párrafo-pregunta:

“¿Cómo anudar pensamiento y acontecer involucrándose en la trama de aventuras y desventuras de un presente trastocado, sin por ello renunciar a que la escritura crítica conjugue sus propios ritmos, aun sabiendo que esta exploración le significará demorarse en la pausa y el intervalo colocándola, entonces, en relación de desfase con el tiempo sobre exaltado que vivió Chile a partir de la revuelta?”

Dignidad intelectual. Porque un tiempo que no se piensa condena a la sociedad que lo habita a la decadencia, progresiva o abruptamente.

Al final, un libro para resentir y disentir de cara a un país perplejo y anfibio; libro en el que se intuye, desde el urdido de la primera frase, el latido y el pulso de una deconstrucción.


[1] El libro tiene dos partes: “Revuelta y Nueva Constitución” y “A cincuenta años del golpe de Estado de 1973”. En este texto me limito a leer la primera de ellas. Espero poder escribir algo sobre la segunda con la dedicación que amerita.

Javier Agüero Águila
Javier Agüero Águila
Doctor en Filosofía. Académico Universidad Católica del Maule.

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