miércoles, octubre 23, 2024

A cinco años del 18 de octubre

No había sujetos malvados, creados por espantosas maquinaciones “castrochavistas”, que venían a socavar la tranquilidad normativa del país, ni menos luchadores incansables y virtuosos que servirían como instrumento para que lográramos la esperada redención.

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Este 18 de octubre se cumplen cinco años del estallido social de 2019 y, a propósito, varios centros de estudios y universidades han tratado de explicarse lo que pasó ese viernes.

Algunos opinólogos de la plaza del oficialismo mental insisten en la teoría conspirativa, mientras otros señalan que la interpretación de lo sucedido fue un gran malentendido conceptual, haciendo pedagogías sobre lo que- según ellos afirman con un ego bastante grande- realmente sucedió.

Desde cierta izquierda, por otro lado, no faltan también quienes ven conspiraciones. Además, para muchos, todo fue un movimiento colectivo, emancipador, que tenía como objetivo la superación de la gran mayoría de las controversias sociales, por lo que haber rechazado el texto constitucional que surgió de esa explosión social fue una manera del pueblo de votar en contra suyo. Claro, ahora lo dicen menos, no tan públicamente, pero aún tienen la idea de que perdió lo mejor que le pudo haber pasado a Chile.

Lo cierto es que a estas alturas es poco probable que alguna de las teorías sea cierta. No hay un gran malentendido, como dicen los defensores de la estructura política y económica de los últimos casi 50 años (sí hubo un desvío intelectual por haberse enamorado de los desvaríos, sin duda), ni tampoco se perdió la oportunidad para entrar en un portal mágico en el que todos los conflictos y sus antagonismos fueran desbaratados por un texto constitucional, como dicen quienes aún no reconocen su grave inoperancia política para lograr un cometido de tales dimensiones, sabiendo que habrían los obstáculos que hubo, por el fuerte componente ideológico en los medios nacionales.

La realidad es más compleja que estas dos simplificaciones. El 18 de octubre fue y sigue siendo- aunque algunos se empeñen en creer lo opuesto- una crisis que atacó el corazón del denominado “modelo”, pero fue protagonizada por sus exponentes más ejemplares: los ciudadanos/ clientes que han (hemos) desarrollado su vida en él. No había sujetos extraños ni en el buen ni en el mal sentido a lo que da una sociedad con los niveles de despolitización (ir a votar ordenadamente, no es sinónimo de politización).

Todo venía de las entrañas de lo propio, de lo nacional, de lo más típicamente nacional, para ser exacto. No había sujetos malvados, creados por espantosas maquinaciones “castrochavistas”, que venían a socavar la tranquilidad normativa del país, ni menos luchadores incansables y virtuosos que servirían como instrumento para que lográramos la esperada redención.

Es aún muy complejo hacer una conclusión precisa, debido a estos factores. Por lo tanto, sería bastante osado de mi parte realizar un análisis exacto sobre lo ocurrido. Pero sí se puede aventurar, conocido lo sucedido después, algo respecto a lo que deberían ser las formas de afrontar lo que venga hacia el futuro, teniendo en cuenta que el rechazo de los dos procesos constitucionales no ha resuelto absolutamente nada y que no estábamos en un “mal sueño” del que despertamos.

Tal vez lo más concreto es que hay aún un problema ideológico y político que está ahí, inamovible. Y debido a este problema ideológico existe aún una ciudadanía sin certezas en ningún ámbito de su vida, con pensiones bajas y con una relación con lo público totalmente nula, que es, a mi entender, donde radica no sólo el sentimiento de indefensión de cierta clase media, sino también el desprecio hacia lo común, que está esparcido por todas las tendencias políticas y los estratos sociales.

¿Qué se hace al respecto? ¿Cómo se intenta crear un espacio público en una sociedad en la que todo lo que se pide se hace como si el Estado fuera un local de comida rápida? ¿Cómo se logra construir algo macizo para una clientela con aires de ciudadanía que tiene pocas aspiraciones, pero enormes ganas de que un día se le cumpla una cosa y otro otra? ¿Cómo podemos, en el fondo, crear ciudadanía?

Es difícil. Más aún cuando hay un edificio irremediable ya no por cerrojos dictatoriales ni “consensos” impuestos de la transición, sino por la torpeza de quienes rechazaron hacer política para reemplazarla por gritos, alaridos, consignas vistosas, o peticiones de mano dura, como si el Estado fuera una gran comisaría, y se niegan a mirar más allá, a pensar Chile como lo que es, en vez que como lo que se cree que es.

¿Cuál sería el gran aprendizaje de esta fecha? Yo creo que es no menospreciar la política, no olvidarse de ella para lograr un objetivo, aunque sea de mediano plazo.

Es cierto, suena poco romántico, poco heroico, poco valiente y muy aburrido para los que creen que los acontecimientos sociales son o amenazas horribles o caminos de liberación hacia un paraíso eterno.

Pero resulta de suma importancia que quienes quieran modificar estructuras, o atenuar las graves heridas de un mercado sin contrapeso público, entiendan que la única manera de intentar edificar algo o poder cambiar la dirección del debate es ejercitando el músculo político (¿muy occidental o moderna mi manera de ver la realidad?), aquel del que mucho se habla, pero muy poco se practica.

A cinco años del estallido, Chile aún necesita que haya una revisión- ojalá inteligente- de aquello que aqueja a quienes habitan su territorio. Se requiere de una nueva/vieja idea de lo público. Porque por más que se insista en que el acceso a bienes privados es lo mismo que las garantías comunes, lo cierto es que lo segundo dibuja la ciudadanía, el sentido de responsabilidad con normativas colectivas. Lo primero a secas, en cambio, es la barbarie.

Francisco Méndez
Francisco Méndez
Analista Político.

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