La Universidad San Sebastián ha sido el centro del debate nacional. La razón es porque Andrés Chadwick, exministro de Sebastián Piñera y amigo y socio de Luis Hermosilla-el ejemplar del modelo tecnocrático/aspiracional que ha reinado en Chile-, es presidente de la junta directiva de dicho establecimiento educacional y mucho otro exmiembro de la administración de Chile Vamos forma parte del profesorado.
La universidad pareciera ser algo más que un lugar en el que la gente va a educarse o donde se forma ciudadanía (esto último me parece más importante). Parece un refugio del piñerismo y cierto concertacionismo. Y algún exfiscal.
Es como si fuera un nuevo lugar en el que el gremialismo/neoliberal/piñerista/transicional/ acoge a sus exponentes, bajo el alero hoy de Chadwick y antes de Luis Cordero Barrera, fallecido expresidente de la junta directiva, clásico militante UDI y amigo cercano de Jaime guzmán.
Es interesante preguntarse por la relación de esos personajes con la docencia, con la idea de universidad como lugar de encuentro con los suyos, con los conocidos, con los que comparten algo más que el placer por el conocimiento o lo político en su amplio sentido.
La conclusión más simple sería decir que lugares como estos son más que nada negociados, lo que, en muchas ocasiones, se podría afirmar. Pero, en este caso, queda la impresión que, además, es una manera de crear y fortalecer relaciones y financiar a los suyos para que tengan un lugar en el que estar por mientras no se está en cargos públicos.
El “te conozco” es algo esencial en aquellos lugares como en gran parte de la sociedad chilena. La diferencia, claro está, es que cuando hay poder ese reconocimiento social adquiere más importancia en una estructura social y política como la nacional.
En mi caso alcancé a conocer fugazmente ese mundo del reconocimiento por ser familiar de gente cercana a lo que fue el gremialismo de la Universidad Católica. La razón fue porque mi abuelo hizo mucho tiempo clases en ese lugar, tuvo de ayudantes a muchos de estos personajes gremialistas, quienes profesaban un respeto por su figura, aunque él los mirara siempre con sospecha por no comulgar mucho con esta especie de idolatría hacia Guzmán y por encontrarlos beatos.
La cosa es que una vez, como joven aspirante a estudiante de Derecho, fui a las oficinas de Luis Cordero Berrera, quien en ese entonces tenía un alto cargo en otra renombrada institución educacional donde, al menos en ese entonces, reinaba el gremialismo, y yo iba a estudiar y tuve un paso breve.
Cuando entré a ese lugar, enviado por mi Tata, a comienzos del 2000, con cerca de 20 años, la idea era acordar un pago relativamente amigable por ser quien yo era. Recuerdo la frialdad de Cordero al decirme cuánto en cuánto quedaríamos con la mensualidad. Fue como si estuviera hablando de algo así como una cuota para poner para un asado. Yo no sabía si agradecer o sentirme mal. Era lo más lejano que yo había imaginado a lo que creía que era la Universidad.
Yo era alguien conocido. O, mejor dicho, era un desconocido que era pariente de un conocido de ellos. Pertenecía a la familia de alguien a quienes ellos querían tener de su lado por haberlos formado allá por los años 60. Alguien que, dicho sea de paso, tenía una integridad moral que estos tipos ya se hubieran querido.
Ahí, en ese entonces, entendí mucho ese mundo-o parte de éste, para ser justos- de las universidades privadas creadas durante la interminable transición.
Eran lugares en los que la vulgaridad empresarial convivía con una estética de un prestigio académico inexistente. Parecía más bien un club de amigos dispuestos a reclutar a quienes querían cerca. Por lo que no me extraña que la Universidad San Sebastián sea hoy un edificio que albergue a cuanto sujeto sea conveniente para ellos albergar.
¿Será por eso por lo que tienen tanto desdén por lo público estos personajes? ¿Será que el ethos de lo público y todo lo que representa-o debería representar- atenta en contra de esos pequeños nichos sociales? Es una buena pregunta.
Mi única respuesta, por el momento, es que estos establecimientos y su supuesta pomposidad docente esconden la rasquería intelectual de un grupúsculo. Y no hay nada más rasca y gracioso que intentar darles cierta solvencia moral y académica a esos lugares.
Es cuestión de ver los edificios en los que se encuentran esas casas de estudios. Algunos son estructuras pesadas que intentan emular la tradición pública chilena, pero más bien parecen malls, edificios comerciales. Es la búsqueda de la respetabilidad sin el más mínimo esfuerzo de ocultar lo fallido del intento. Es la destrucción de lo público y buscar algo que se le parezca sin que se logre. Es el Chile de hace ya varias, demasiadas, décadas.