Podría ser la profesora Olga Grau quien esté bajo asedio, pero, sobre todas las cosas, a través de ella, es la Universidad de Chile, en cuanto Universidad propiamente pública la que experimenta dicha situación. En su edición del 28 de diciembre de 2022, el diario La Segunda titulaba: Olga Grau, el historial académico y feminista de la profesora que guió la tesis pedófila. La cuestión clave de este titular son, al menos, dos elementos internamente imbricados: en primer lugar, que al remitir al “historial” de la académica construye el problema desde un discurso criminalizante (el historial como el prontuario) que, en segundo lugar, concluye en su denominación que la tesis en cuestión sería una “tesis pedófila”.
Sin detenerse en los matices, hablándole a la galería que consume estos clichés, al poner a la académica y feminista –académica y feminista como si fuera dos adjetivos separados, es decir, como si una académica o académico pudiera estar exento de compromiso ético y político- obturando la pregunta que interrogaría bajo qué condiciones hermenéuticas o en relación a qué criterio o conjunto de criterios, podríamos decir que tal o cual tesis hace “apología” o “avala” la “pedofilia”, la nota de prensa no es aislada, sino que se suma al coro que pide castigo. Solo castigo: estudiantes, opinión pública, académicos. Todos piden castigo. Van por la senda fácil. La vía difícil no es la del castigo, sino la del pensamiento. ¿Cómo interrumpir el flujo de clichés que se han dicho sobre las tesis para pensar a través de ella, pero más allá de ella?
De hecho, tanto la Facultad de Filosofía y Humanidades como la Rectoría de la misma Universidad de Chile emitieron comunicados señalando que iniciarían una “investigación sumaria” al respecto. Es decir, el problema de la eventual responsabilidad de la profesora se dirimirá por los canales institucionales establecidos. Y nadie más que la Universidad –en su autonomía- puede intervenir allí. Dado que la cuestión del eventual “castigo” está siendo procesado, ¿qué es lo que cabe abrir entonces?
Ante todo, pensar. No solo pensar en el tema de la “tesis” en cuestión, sino en cómo dicho tema se vincula o no con el conjunto de operaciones discursivas de carácter inquisitorial y persecutorio que han capitalizado, si acaso no produjeron la situación, como una “pasada de cuenta” del establishment a las capas medias profesionales y la “Universidad de Boric”. En suma, pensar la Universidad bajo asedio o, si se quiere, bajo una operación propiamente neofascista orientada no necesariamente a destruirla como institución burocrática, sino como campo del pensamiento.
¿Cuál será el efecto más decisivo de esta operación -que junto a la prensa produce clichés una y otra vez sobre esta tesis en particular- al calificarla de suyo como “tesis pedófila”? El efecto es la restitución del miedo. Miedo a proponer algo que pueda conmover ciertas convenciones sociales; miedo, en el fondo, a que la Universidad haga su trabajo. Y ¿cuál es su trabajo? Ante todo, proponer problemas incómodos a la sociedad, ejerciendo su derecho a plantearlos a pesar de que estos puedan resultar socialmente complejos. En eso consiste su ética (su parresía, si se quiere, el “decir veraz”, a pesar de los riesgos que implique).
Por eso, el campo universitario no se rige solo por la dimensión procedimental burocrática (asunto presente ya en las Universidades latinas del siglo XIII), sino también por la apertura (aunque cada día más mínima) al pensamiento. Cuando no hay pensamiento y solo respondemos al procedimiento, entonces estamos en la escena neofascista. Es el pensamiento el que puede suspender el procedimiento y plantear la pregunta acerca de su justificación, legitimidad, origen y/o sentido. En otros términos, el cliché que nos ofrece la prensa se orienta a destruir toda forma de pensamiento. Por eso existe. Solo habrá pensamiento ahí donde la incomodidad acerca de nosotros mismos pueda tener lugar.
La Universidad está bajo asedio, disponible al neofascismo. Con tal término no me refiero solo a la existencia de determinados grupos políticos de ultraderecha, sino a la normalizadora operación que, activada desde la prensa, las redes sociales y otros espacios, está en curso. A esta luz, me parece que la cuestión no es si la tesis es o no “pedófila”. Esto es más bien la burda excusa –el chivo expiatorio en curso- que se han tomado hoy para asediar a la Universidad pública. La pregunta es ¿cuál sería el trabajo de la Universidad? Incluso más: ¿tiene derecho la Universidad a plantear preguntas, problemas y conceptos, líneas de investigación incluso, incómodas? Que lo que La Segunda obture, la Universidad sea capaz de abrir.
A esta luz, la producción de cliché implica confiscar el derecho que tiene la Universidad –y el pensamiento en general- para plantear problemas o líneas de investigación que, por algún motivo, puedan desestabilizar las cómodas formas sobre la que descansa el sentido común. Cuando la única receta es el cliché y el coro de castigo, la única pasión que anima es la del miedo. Justamente, habrá que atravesar el miedo. Y, como sabía Kant, solo el pensamiento puede hacerlo.
De paso, digamos un asunto conocido por cualquier profesional de la educación: toda la educación chilena está armada –y entendamos “armada” en sentido literal- para impedir que los estudiantes y la sociedad en general piensen. Si se trata de un colegio municipal todo consiste en cómo hacer buenos obreros que vivan siempre a punto de desfallecer; si se trata de un colegio particular subvencionado todo consiste en cómo hacer buenos técnicos; y si se trata de un colegio particular, todo se resume a cómo ser un buen “profesional”, sea un empresario o algún miembro de la élite, sobre todo si acompaña el apellido.
La división de la división educacional del trabajo no es otra que la división social del saber. No hay lo uno sin el otro. El desprecio por pensar no es algo que opere como rumor. Han sido las mismas autoridades educativas de gobiernos anteriores las que han intentado sustituir “filosofía por gimnasia” bajo razones puramente burocráticas, sin capacidad de argumentar un mínimo principio (que no sea un procedimiento) para justificar dicho cambio. Ergo, no se trata de una paranoia, un rumor o de una casualidad: se trata del corazón mismo del sistema educativo chileno.
¿Por qué esta tesis se visibiliza hoy, y bajo qué marco se visibiliza hoy? ¿Cuál es su condición de inteligibilidad?: en el año 2019 el término “tesis” adquirió una forma radicalmente destituyente cuando fueron “Las Tesis” –un grupo de feministas- quienes salieron a las calles proponiendo una performance contra el patriarcado del capitalismo neoliberal. Estamos en el año 2022, después del plebiscito del 4 de septiembre y el “Acuerdo por Chile” acaba de establecerse por los diferentes partidos políticos. En este “marco” vuelve a surgir el significante “tesis”, pero no para abrir el campo destituyente que problematiza al patriarcado, sino para restituir sus lógicas nuevamente.
Adviértase: un significante no surge aisladamente, tampoco una “lectura”, sino siempre al interior de un marco discursivo preciso que le da sentido. En 2019 el término “tesis” surge de manera subversivo (y quizás esta tesis en cuestión podría haberse leído así en ese escenario); en 2022, después del plebiscito del 4 de septiembre, “tesis” resulta ser la excusa para el proceso de la restauración conservadora. Justamente la oligarquía militar-financiera (portaliana) ha retomado el control del país en contra de las capas medias profesionales que, como ha ocurrido en otros momentos de la historia chilena, intentaron arrebatárselo desde el 2011, pero sobre todo en su estallido de 2018 y 2019.
Quien piense que estoy “justificando” el tema de la tesis a favor del contexto y, por tanto “relativizando” como gusta decir a los dogmáticos, digamos que no estoy justificando, ni relativizando, sino advirtiendo que el problema nunca ha sido ni es la profesora Grau ni la “tesis” que dirigió (ello es solo el chivo expiatorio de una operación política), sino el asedio a la Universidad pública y, en particular, a alguno de sus programas de investigación o centros de estudio (en otro momento histórico podrán ser otros). Incluso, si una tesis resulta problemática, compleja y cuestionable, se puede discutir académica y públicamente, pero no en base a clichés y formas de difamación, sino a la luz del pensamiento. Por eso, en la Universidad se aloja la crítica y no la censura, la razón y no la difamación.
Baste agregar que hasta no hace mucho, el diputado Urruticoechea solicitó información acerca de la supuesta “ideología de género” que se impartía en algunas universidades públicas (USACH y U. de Chile, entre otras). El problema no era que lo que el diputado hacía era “ilegal” (no lo es, los parlamentarios tienen ese derecho); el problema es que la “legalidad” presuponía la enseñanza de algo así como “ideología de género”, tal como hoy día podrán presuponer la existencia de una “ideología de la pedofilia”, cargándose en este caso a uno de los rostros históricos del feminismo nacional y de la Universidad de Chile: Olga Grau.
El asedio a la Universidad tiene estrechamente que ver con esto: las capas medias profesionales tienen pocos think tanks, pero tienen aún el conjunto de Universidades públicas. Es contra ellas que se dirige la furia, es contra el trabajo más mínimo que, por causas de su neoliberalización, las universidades públicas han logrado parcialmente: plantearle problemas a la sociedad en que vive; actualizar, en parte, su antiguo ethos parresiástico por el cual el ejercicio del pensar no puede jamás acomodarse al poder. El problema de su autonomía es precisamente esto. Propongo, entonces una fórmula: si no queremos una Universidad pública que nos interpele, que entonces no haya Universidad pública. Simple.
Excursus
Dos consideraciones últimas: en primer lugar, por supuesto que la Universidad no está bajo asedio solo ahora a propósito del caso “tesis” y el triunfo de la restauración conservadora en curso, sino que su contextura moderna, orientada a constituir la institucionalidad del saber en la era del Estado-nación, tal como la pensó Kant en El conflicto de las Facultades, está siendo arrasada por la nueva lógica neoliberal. Incluso, tal como sostiene Bill Readings, se ha inaugurado la nueva Universidad neoliberal ya no centrada en el cultivo de la “razón”, sino en el de la “excelencia”. Si no se subsume totalmente a la lógica gerencial, entonces aún podrá decir algo acerca que interpele a nuestro presente. Pienso que es justamente este problema el que está aquí en juego.
En segundo lugar, que la neoliberalización tiene sus efectos que habrá que discutir en otro lugar. Pero uno de ellos es precisamente no solo privatizar y condenar a la Universidad pública al autofinanciamiento y su continua precarización (¿quién no ha pasado por la precarización de la Universidad neoliberalizada pero “pública”?), sino también reducir la actividad universitaria exclusivamente a su dimensión procedimental, dejando de lado toda posibilidad del pensamiento. Esto es lo que se defiende aquí. Nada más, nada menos.
Muy interesante la columna, está claro que hay una persecución hacia la institución pública por parte del mundo empresarial.