Una de las temáticas más abordadas en el cine nacional es el período de la dictadura. Muchos filmes han deambulado entre documentales, ficción y películas basadas en libros o historias de la vida real. A 50 años del golpe de estado se pueden sumar fácilmente más de un centenar de producciones audiovisuales que han tomado esta referencia histórica como eje creativo.
En la película El Conde (2023), dirigida por Pablo Larraín, la propuesta ocupa elementos y personajes reales para satirizar sobre quienes tuvieron directa participación, criminal e ideológica en la dictadura chilena de 1973. Este es un trabajo que escoge un camino distinto al que hemos transitado durante las últimas cinco décadas, una propuesta que asume riesgos optando por una burlona cinta de vampiros que expone a Pinochet, su esposa e hijos en sus intimidades y decadencias.
Los robos de la familia Pinochet, los lujos absurdos que se permitían él y Lucía Hiriart, las amistades que tuvieron con el ex agente de la DINA Miguel Krassnoff y la “Dama de hierro” Margaret Thatcher, son algunos de los tópicos que aborda esta irreverente trama de cine ucrónico -vale decir, una historia que ocurre a partir de un acontecimiento histórico, con un desarrollo y desenlace alternativo a como ocurrió en realidad-.
Pero Larraín arriesga tanto como gana. Los crímenes cometidos en dictadura son un tema sensible para el país, una herida abierta con culpables que permanecen en libertad, con personas desaparecidas y familiares que siguen pidiendo justicia en un país que continúa otorgando pantalla a negacionistas y fieles admiradores de la figura de Pinochet. Desde ese prisma, claro que parece una idea escalofriante ¿cómo reírse de algo tan delicado como un golpe de estado? Y es que la película no se ríe del golpe ni de sus víctimas, la mirada está puesta sobre las mentes que estuvieron detrás, se burla de los cerebros corruptos que prefirieron pasar a la historia como íconos de la traición, del robo y violencia de estado, y no como hombres y mujeres de bien.
Pablo Larraín da con El Conde un salto de fe, porque el humor -aunque sea negro y absurdo- no es una mirada a la que estemos acostumbrados para hablar de un proceso tan doloroso, que ha tenido repercusiones en todo ámbito hasta el día de hoy.
Aunque también hay una ganancia en la transgresión, en el hecho de cruzar con la libertad de la creatividad un umbral que seguramente ampliará límites, permitiendo a futuros cineastas expandir la temática hacia nuevos destinos y explorar la dictadura a través de otros lentes y renovados códigos.
De hecho, la película recurre a diversos géneros cinematográficos: cine gore, ciencia ficción, comedia negra y terror. El Conde es una pieza de cine arte, que aprovecha las herramientas comunicativas de la cinematografía para materializar una auténtica y legítima sed de venganza. Una venganza artística, poética y visual hacia un tirano que murió en la impunidad.
Protagonizada por Jaime Vadell, este es un Pinochet convertido en vampiro que no recurre a la caricaturización. Esto porque el actor no imita sus modismos ni tono de voz, sino que lo encarna desde un lugar más personal, con tintes sombríos, lujuriosos y satíricos, haciendo dupla con la brillante Gloria Münchmeyer, quien interpreta a Lucía Hiriart, uno de los personajes más hilarantes de la película. Le sigue Alfredo Castro como el ex agente de la DINA Miguel Krassnoff, convertido en un obediente mayordomo, Stella Gonet como Margaret Thatcher y Paula Luchsinger, que interpreta a una monja exorcista. Estos dos últimos personajes son los menos resueltos en El Conde. La conocida relación de Pinochet con la fallecida primera ministra del Reino Unido Margaret Thatcher, se aborda de manera poco eficaz. Aunque comienza bien, cae en un argumento confuso que se va por las ramas hacia el final. Por su parte, el personaje de Carmen encarnado por Luchsinger es el más débil en términos de actuación. El contraste con el elenco mayor le juega en contra, y pese a su protagonismo en la película, no logra entrar en la frecuencia de sus colegas. Otros actores de la cinta son Amparo Noguera, Diego Muñoz, Catalina Guerra, Marcial Tagle y Antonia Zegers, quienes representan a los hermanos Pinochet Hiriart, tan fríos y perversos como sus progenitores, se encuentran unidos de manera circunstancial persiguiendo una fortuna que los esquiva.
También aparecen en la cinta Patricia Rivadeneira, Víctor Montero, Francisca Walker, Aldo Parodi y Marcelo Alonso, todos asesinados por Pinochet en diferentes contextos y épocas.
La carga energética de las locaciones son otro aporte de la película. Transmiten el empobrecimiento de la calidad humana de los personajes. Como en los sueños, los lugares revelan sus valores, la oscuridad de sus almas al habitar espacios solitarios y en ruinas. El filme está grabado en blanco y negro, tiene referencias de diferentes películas de vampiros del cine clásico, tomando prestados algunos elementos de Nosferatu (1922) y Drácula (1931) pasando también por semejanzas de otros filmes como El Exorcista (1973).
Los lugares donde se desarrolla la película recuerdan algunos recursos estéticos de Dead Man (1995) de Jim Jarmusch y a momentos, El Conde también trae a la memoria pasajes de la caricatura animada El Conde Pátula (1988), transmitida por Canal 13 en Chile durante la década del 90. La animación, que se reía de la cultura vampírica, trataba sobre un pato adolescente, vampiro y vegetariano que vivía en un castillo en ruinas con un mayordomo y una nana. También hay un guiño extraordinario a la intro de la serie estadounidense La Novicia Voladora (1967) protagonizada por Sally Field.
El Conde es una cinta que recrea temas de alta sensibilidad para llevarlos al sarcasmo. Lo hizo Charles Chaplin con El Gran Dictador en 1940, lo replicó Quentin Tarantino en el 2009 con Bastardos sin Gloria, y en el año 2019, Taika Waititise dirigió Jojo Rabbit. En estos tres filmes puestos como ejemplo, se utilizó el recurso de la comedia negra para ridiculizar tanto la figura de Hitler como del movimiento nazi.
En la película chilena, se recrean con sarcasmo diferentes momentos y frases de la vida real, que quedaron registrados en la memoria colectiva del país. El escupo hacia Pinochet muerto en el ataúd, la frase “No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto y si fue cierto, no me acuerdo” y el instante en el que se habría tomado la famosa fotografía donde aparece Pinochet cruzado de brazos y lentes oscuros entre otros miembros de la Junta Militar en 1973.
El Conde expone de manera constante al hombre detrás del dictador, plantea su cinismo desde una perspectiva transgresora, recurriendo a la sátira para hablar de los horrores que se cometieron en Chile, sistemáticamente, durante 17 años. También revisa con ironía episodios que ocurrieron después de culminado el golpe.
Con más momentos altos que bajos, este es un filme que propone un debate. Es una película polémica, controversial, que saca a Larraín de su zona de confort y que ciertamente provocará distancias. De cualquier forma, es una atrevida crítica en contra del dictador Augusto Pinochet, que invita a renovar las miradas tras cumplirse 50 años del golpe de estado en Chile.
Trailer: El Conde | Tráiler oficial | Netflix