En la distopia El cuento de la criada, Margaret Atwood imagina el momento exacto en que un orden social de derechos y democrático se transforma de manera vertiginosa en uno totalitario[1]. Los pasos para esa transformación radical son la supresión de la información; usurpación de bienes, dinero y territorios; restricción de movimiento; limitación extrema de la decisión individual; estratificación laboral; y control máximo del cuerpo de las mujeres.
El signo del totalitarismo atwoodiano es materno/reproductivo, el valor de las mujeres está enlazado a su capacidad de reproducir la especie. El significante de lo “materno reproductivo” permite la clasificación y estratificación de las mujeres. Esta escena que imagina Margaret Atwood puede ser descrita como acumulación originaria.
La acumulación originaria es un momento previo del capital. En un símil con el relato bíblico, Marx dice que la frase imagen de la “acumulación originaria” desempeña la misma función que aquella otra del “pecado original”. La religión y la economía política descansarían en una ficción habilitadora[2]. Adán, dice Marx, come de la manzana prohibida y deja caer con ello males y vergüenzas al género humano. También su mascada condena a los sujetos al trabajo, sexualmente diferenciado: las mujeres a la reproducción de la especie; los hombres a la reproducción del capital.
En este punto interviene la ficción de la economía. No todos los hombres son lo suficientemente pobres como para tener que vender su fuerza de trabajo, o, lo que es lo mismo, no están encadenados a la obligatoriedad del trabajo. ¿Por qué? ¿En qué momento algunos se vuelven propietarios y otros no? El circuito que se inaugura con la aparición del dinero, su transformación en capital, la extracción de plusvalía, la producción de mercancías y de ahí de nuevo al dinero, no logra explicar por qué algunos no trabajan y son propietarios y otros solo logran sobrevivir con el sudor de su frente.
El mito original de la economía política o el mito de la acumulación originaria dice que en algún momento previo a la instalación del modo de producción capitalista había, por un lado, un reducido grupo de hombres laboriosos, inteligentes y ahorrativos y, por otro, una caterva de granujas dados a la vagancia y la mal entretención[3]. En algún momento indeterminado, como ocurre en los mitos, la minoría laboriosa y ahorrativa se hace de propiedades y de riqueza y la mayoría de holgazanes no les queda más que vender su cuerpo. Si no echamos mano al argumento mágico, tendríamos que admitir que la pregunta del por qué algunos son propietarios y dueños de los medios de producción no ha sido respondida.
Si miramos con más atención la estructura del mito, siempre ocurre así con los mitos, hay un argumento habilitante oculto, esto es, un mito basal silenciado. Este mito no dicho, pero necesario para la posibilidad de la acumulación originaria es la violencia. No son todas las violencias, como la ira de Dios, sino que es un tipo de violencia que se vincula con la apropiación de territorios. Es una violencia de conquista y asentamientos.
El mito original de la economía política oculta este momento previo de sojuzgamiento, robo a mano armada y asesinato[4]. Sin este momento previo no es posible establecer la ficción de la línea divisoria entre los pocos laboriosos y ahorrativos y los muchos holgazanes.
La violencia como expropiación es la chispa que da vida al modo de producción capitalista. Esto es visible para Marx en El Capital. No obstante, esta violencia anterior mítica no es fundante, le antecede una violencia de género. Para Marx, las mujeres ocupan el mismo lugar de reproductoras de la especie que le otorga el mito bíblico. En la reformulación del mito, Marx ofrece sólo a Adán como figura de humanidad. Su amigo Friedrich Engels lo corrige en El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado[5].
El problema de la opresión y subordinación de las mujeres es la familia. Esta corrección a medias de Engels no permite ver el dispositivo de género heteronormado, subsuelo de la organización del capitalismo. Habría que decir también que esta corrección a medias ha sido el límite de los socialismos feministas.
La acumulación originaria es el despojo de bienes, la fraudulenta enajenación de los dominios del Estado, el robo de tierras comunales, la transformación de la propiedad, llevadas a cabo por la usurpación y terrorismo despiadado[6]. Es un orden de depredación en beneficio de unos pocos y la obligatoriedad reproductiva de las mujeres. Cada vez es menos un escándalo en la actualidad la apropiación de los bienes comunes por unos pocos. Cada vez más países retroceden en sus legislaciones relativas al derecho al aborto y los derechos reproductivos de las mujeres. Naomi Klein llama a esta escena contemporánea con el nombre del capitalismo del desastre, quizás habría que llamarla: acumulación originaria.
[1] Margaret Atwood, EL cuento de la criada, México. Ediciones Salamandra, 2019.
[2] Karl Marx, “La llamada acumulación originaria”, cap. XXIV, El capital. I. Crítica de la economía política, trad. Wenceslao Roces, México, Fondo de Cultura Económica, 2015.
[3] Ibid. p. 637
[4] Ibid. p. 637
[5] Friedrich Engels, El origen de la Familia, de la propiedad privada y del Estado, Madrid, Ediciones Akal, 2017.
[6] Karl Marx, “La llamada acumulación originaria”, op. cit., p. 654.