La hegemonía imperante ha utilizado y utiliza múltiples mecanismos para la reproducción de sus ordenanzas, unos mecanismos fundados en la ecuación indisoluble entre riqueza y poder. Ahora mismo, ha intensificado un violento asedio a la ciudadanía para frenar la existencia de una nueva Constitución. Se han volcado a impulsar el Rechazo para que permanezca intacta la letra pinochetista.
Pusieron en marcha un engranaje articulado en formas muy definidas. La primera fue acallar el estallido social. Lo hicieron aprovechando el confinamiento sanitario y las voces destempladas de la TV -de una TV que estaba en franca decadencia antes de la reclusión obligatoria-, y a través de las pantallas buscaron convertir las importantes e impactantes manifestaciones, que pusieron de relieve el agobio, la exclusión, la desigualdad, el machismo, las injusticias que asolan a la población chilena, en mera delincuencia. Olvidar el estallido, transformarlo en un mero portonazo.
La tarea simultánea consistió en destruir a los convencionales, olvidar también que fueron electos democráticamente, enterrar la irrelevante votación de ellos -la derecha- y más bien volcarse a inocular en los imaginarios sociales la existencia de un grupo que llegó desde ninguna parte, y eso permitió descalificaciones asombrosas de tipo clasista, racista y desde luego machista, ante la paridad en su conformación.
Obviamente, si los convencionales fueron tildados de incapaces, hostiles, izquierda radical, comunistas, “indios”, jamás el texto que escribieron iba a ser aceptado. Al revés. Según esta derecha asociada, fundida enteramente con el antiguo progresismo neoliberal, apelando a un lenguaje simplote, medio analfabeto, aseguran que el texto “es malo”.
La campaña de esta derecha, muy copiada de las estrategias electorales de Trump y Bolsonaro, ha hecho del “fake” su insumo más recurrente. La plurinacionalidad ha sido usada y abusada señalando que los pueblos indígenas se convertirían en “ciudadanos de primera”. Es una fake de terror, que avergüenza, porque los pueblos que nos preceden han estado SIEMPRE, a lo largo de la República, habitando una infranacionalidad, y este texto escrito por mandato popula apunta al reconocimiento, a la restitución y a una correcta ubicación de los diversos pueblos en un mapa político y ético.
Salió del interior del “Caballo de Troya”, Gonzalo de la Carrera, lo hizo inflamado por su enfermedad destructiva y dijo lo que tenía que decir, es decir, la intención de borrarlo todo, “borrar” los crímenes de la (su) dictadura y re-matar a los detenidos desparecidos. Porque los detenidos desaparecidos figuran en los registros electorales -y eso es indispensable-, ellos y ellas estarán allí para siempre como presencia y ausencia, porque todos y todas -y eso sí que es terrible- no están ni vivos ni muertos, forman parte de una categoría política que nos legó Pinochet.
De la Carrera es la figura espejo de los Kast, es la derecha y sus partidos zombies (hombres y mujeres) que como buen ejército ávido de estatus se pusieron para la primera vuelta presidencial en esa fila y en la foto con el candidato. Ahora hay que sumar a esa derecha que se nombra centroizquierda y que funciona como el papel de regalo que los tapa y los adorna con una vistosa cinta. Me refiero a los “amarillos”, autoridades actuales y ex de todo tipo, que lo cubren, lo esconden, pero es el mismo paquete-contenido: Uno. Único. El mismo.
Ya sabemos que la hegemonía ejerce capturas e inocula sus preceptos y principios en los imaginarios sociales en los que penetra y somete. Ya Gramsci se refirió ampliamente a la cultura en todas sus variables como la sede más proclive para el sustento de hegemonía; Bourdieu abordó con precisión cómo funciona el poder simbólico generando efectos de realidad, y eso es violencia.
Ahora mismo, la derecha toda está parapetada, esperando. Permanecen sus útiles visibles, mientras los otros, escondidos en su penumbra, rezan un rosario completo de fake tras fake.
Pero los jóvenes, los pobladores, las mujeres…
Apruebo.
Gran análisis de Diamela Eltit la escritora de ese Chile que no transa