La República Paria. Memorias fugitivas

Este funcionariado que escolta académicamente el orden, apacigua a la multitud rebelde y administra al votante neurótico (Concertación) ante todo proyecto que puede desafiar el núcleo cognitivo de las élites. Es más, apelando a un recurso conservador un analista omnubilado con la V República francesa somatizó el agobio del sector oriente y auguró presurosamente la tragedia que significaría la Candidatura Presidencial de Daniel Jadue perpetuando la feroz exclusión transicional que padeció el Partido de Gladys Marín. La tarea fue consumada por un liberal benevolente. ¡En fin¡

La melancolía republicana se derrama por el valle de Santiago. Ésta abunda en los años de postdictaura renovando mitos democráticos, invocando acuerdos épicos y rememorando una extraviada tradición institucionalista que a la luz de los sucesos merece ser purgada. Este fervor elitario comprende liturgias de distinta intensidad que aluden al agotamiento de lenguajes políticos, peticiones de liderazgo transicional, gubernamentalidad gerencial que buscan pacificar los efectos del “Chile de huachos” en una nueva meseta institucional. La fórmula esotérica que promueven los intelectuales de Estado y los gerentes salvajes se limita a la desgastada tesis de la segunda transición (“modernización inclusiva”).

Bajo este afán elitario los “grupos medios”, del mérito o el consumo, han padecido diversas atribuciones de sentido que responden a una racionalidad oligárquica que desconfía de las virtudes públicas y reduce con distintos acentos la comunidad política al “Estado en forma”. Podemos consignar diversas expresiones ignominiosas de la familia oligárquica mediante un inconsciente litúrgico que ha desplegado una histeria frente a la revuelta nómade de octubre (18/0). La subversión de nuestro “pipiolaje” contra las múltiples formas de opresión refleja la pereza etnográfica del campo conservador para entender lo popular en sus diversos usos y alcances. Pero ya lo sabemos y resulta fastidioso repetirlo: nada es distinto en el mundo de los Lagos Weber.

Curiosamente la cuestión atávica frente a la multitud sin rostro no se limita a nuestro apartheid agrario-especulativo, y a la predecible molestia del “futre”, sino a los funcionarios del positivismo epistemológico que ante el confesionario del poder se han afiliado obedientemente bajo un inexpugnable “liberalismo genético”. Mismo liberalismo que en matinales y foros mediáticos ha devenido en un “retail cognitivo” sugiriendo tendencias presidenciales. Qué duda cabe, hoy vuelve a irrumpir la viscosa imagen de un progresismo travestido cuyo epitafio es un politólogo del Servel que desde la gerencia tecnocrática alecciona a nombre de las izquierdas y junto a otros pastores letrados practican el arte de “turistificar”(domesticar) la “disidencia” mediante la mediatización ilustrada de los antagonismos, la retórica “buena onda”, ficcionando grupos de ingresos medios típicos de una “modernización imperfecta”.

Una discursividad de la desigualdad cognitiva donde el “progresismo viscoso” no cultiva una ética radical ante las humillantes y masivas esperas por el diezmo de la AFP (10%). Ni que hablar del sociologicismo imperante y sus estratos de movilidad social. Este funcionariado que escolta académicamente el orden, apacigua a la multitud rebelde y administra al votante neurótico (Concertación) ante todo proyecto que puede desafiar el núcleo cognitivo de las élites. Es mas, apelando a un recurso  conservador un analista omnubilado con la V República francesa somatizó el agobio del sector oriente y auguró presurosamente la tragedia que significaría la Candidatura de Presidencial Daniel Jadue perpetuando la feroz exclusión transicional que padeció el Partido de Gladys Marín. La tarea fue consumada por un liberal benevolente. ¡En fin¡

Sin perjuicio de los empleados cognitivos del orden, debemos lidiar con el problema que nos convoca en esta nota;  la perpetuación de diversos clivajes de autoritarismo y su configuración epistemológica en nuestro presente. Por ventura existen imágenes que nos permiten descifrar una “herida ancestral” en el mundo popular respecto al relato liberal-conservador y la épica republicana. Y aunque no se trata de una problemática nueva esto nos hace repensar la perpetuación del imaginario desde una novela realista del siglo XIX, Martín Rivas, que aún ilumina nuestro presente. Por estos días se ha retratado un “gabinete ministerial” donde el Piñerismo busca redituar gobernanza al precio de no cultivar ninguna vocación hegemónica (política), salvo el espectro de una punición que hunde sus raíces en el poder agrario-especulativo.

De ahí  en más, sólo una hermenéutica de los “ecos portalianos” -y sus efectos en el campo de la subjetividad- nos ayudará a comprender la violencia fundante y constitutiva de un orden reflejado en una “cultura de la impunidad” (sociabilidad de la explotación, jerarquías de sumisión y acceso) que excede la rudeza de la Dictadura Chilena, e informa la facticidad desnuda de la vida cotidiana. Es necesario recurrir a una “historia paria” (leída en clave de excepcionalidad) para dimensionar la tarea de Padres castradores, caudillos y Rectorados institucionalistas, cifrados en un “monumentalismo autoritario” que concita patriotismos disímiles (O’Higgins, Carrera, Portales, Balmaceda, Alessandri, e inclusive el mismo Pinochet).

Pese a lo anterior, cabe precisar cuestiones ineludibles. La “máquina impersonal del presidencialismo” padeció una severa inflexión bajo el dispositivo “chicago-conservador” confeccionado por Jaime Guzmán (1981) sellando una “violencia institucional” -cotidiana, social y simbólica- que hoy se despliega anárquicamente buscando líderes (pastores) en las relaciones entre civiles, políticos, militares y élites afásicas. Ello ha develado elites sin capacidad restitutiva, sea por Caval, Feñita Bachelet o los escándalos de la familia presidencial. Pero convengamos que en los movimientos disruptivos, minorías sexuales, grupos insurgentes y el campo del feminismo también es posible rastrear el clivajesautoritario. Con todo el despotismo fundante, con sus hebras vernáculas, migra como “ley de bronce” y conecta telepáticamentedistintas generaciones desde las huellas más íntimas de nuestra “guillotina huacha”. En efecto, debemos ir a un vientre histórico e invocar la debilidad originaria del tinglado republicano que acompañó laantiquísima “revuelta” del 1810.

Como ya sabemos la derogación de la Monarquía Española, su abrupto final encarnado en la figura del Gobernador (Antonio García Carrasco) es un hito esencial. Tales sucesos, propios de una “bastardía esencial” (1810), entremezclan oportunismos patrióticos qué fueron orientados en medio de coyunturas zigzagueantes que fueron capitalizadas por el patriciado plebeyos.Y es que nuestra independencia esta nucleada en una “acumulación originaria” de violencia que ha sido capaz de perpetuar el régimen colonial de estratificación que la potencia destituyente de octubre dejó en evidencia. En la gestación de la república el desprecio agrario hacia el clan de la plebe llevó al ‘vecindario noble’ de la ciudad a cometer un grave error político al excluir a los representantes del bajo pueblo en su congreso. Y es que el patriciado no sólo actuó de un modo autoritario y excluyente, sino que al mismo tiempo desconoció una tradición política que por más de dos siglos fue escenificada en los parlamentos fronterizos, consistente en la elaboración de un diálogo político entre los principales grupos sociales para asegurar la gobernabilidad.

Ante cualquier audacia hermenéutica cabe destacar este “hilo histórico”. En tiempos pandémicos se han tratado de neutralizar los cuerpos de la insurgencia relevando los “ecos portalianos” desestabilizados por el deseo nómade (18/0). Pero existen registros que retratan con rigor el carácter aristocrático-oligárquico del proceso de independencia-más aún el sentido censitario de la emergente democracia chilena por cuanto se basa en una “comunidad de intereses” cuyo domicilio es el imaginario hacendal. La carga abrumadora de memorias violentadas bajo el subdesarrollo exitoso nos permite recordar que el “patriciado republicano”abrazó el movimiento de 1810 con las míticas lecturas y ensayos acerca del contenido patriótico, liberador y pretendidamente republicano de los mentores de la independencia. ¡Ficciones¡.

En una especie de confluencia con el estudio de Simon Collier (Ideas y política de la independencia en Chile) la revolución es concebida como“el deseo de los criollos de ser amos en su propia casa en un momento de emergencia”. Bajo esta violencia fundacional un conocido historiador de la plaza se pregunta, “¿Y qué paso con los pobres, con aquellos cientos de miles de hombres y mujeres que componían la gran mayoría de la población del reino?”. Para ellos el día del acta de independencia no había sido glorioso ni épico. Inspirado en la misma dirección, pero sin establecer una comunicación complaciente, Alfredo Jocelynt-Holt sostiene “que el republicanismo-liberal fue básicamente una opción política hecha por el grupo dirigente chileno a fin de legitimar su control del poder político luego de la acefalía del trono español”.

En una dirección  similar el trabajo de Julio Pinto y Verónica Valdivia, ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación, (1810-1840), apoyarían la tesis de un desencuentro “entre la élite criolla y los grupos populares”. Al decir de los autores, “…la sucesión de episodios conspirativos y la persistente represión desplegada por las autoridades en contra de opositores político lleva más bien a imaginar un país profundamente dividido y un gobierno carente de legitimidad”. Afasia y autoritarismo como la viga maestra de la familia oligárquica. Algunas décadas antes la historiografía liberal de Diego Barros Arana denunciaba que “los hombres que se abanderizaron en las filas de la revolución eran jóvenes díscolos y viciosos, negociantes arruinados que en la revuelta querían reparar sus fortunas…muchas veces bandidos sin más plan que el robo y el saqueo…que contaban con el desprecio de la población”. Sin duda alguna, lo anterior vitaliza la necesidad de señalar que la imagen republicana se encuentra contrariada  dentro de la “comunidad de historiadores”, y pocas veces articula una idea gravitacional sobre el sentido programático de la independencia chilena.

Una variedad de registros ha retratado con crudeza este período por cuanto el relato liberal se ha empeñado –por varios decenios- en difundir una concepción “evangelizadora” del proceso libertador. En este sentido la arquitectura republicana fundada en la perversión criolla obliga a desplegar un espíritu desmitificador. Contra la idea de un equilibrio socio-estatal es necesario un ethos crítico que se resista a sublimar el componente heroico de las luchas sociales que allí tuvieron lugar, más aún cuando opacaron al sujeto popular que hoy la nostalgia republicana retrata con piochas de bronce. Y así queda al descubierto como el bajo pueblo (el populacho, la canalla, la plebe sacrificada en el palomeo….) en ningún caso representa un accionar cohesionado bajo las disputas aristocráticas de corte emancipador. Ello devela el carácter instrumental y pragmático de la elite hacia el “mundo popular”, sea en el enrolamiento forzado al ejercito restaurador, o bien, en la emisión de leyes que expresan un vínculo de dominación que dista mucho del “paradigma emancipador” que cultivó la historiografía del siglo XIX.

Lo anterior comprende abrazar una perspectiva radical que nos invita a interrogar radicalmente las tesis acerca del “Estado en forma”, y laauratizacióndel “orden portaliano”. Lejos de toda democracia representativa ¡palo y bizcochuelo¡ decía Don Diego presagiando el destino aciago de una tierra mustia. Ello llama mucho la atención por cuanto la historiografía conservadora de Alberto Edwards, valorapositivamente la noción de “orden impersonal” que tendría lugar desde 1830 hasta la caída de José Manuel Balmaceda en 1891. Y tuvimos que esperar algunas décadas para que Mario Góngora en su célebre “Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile” (1981) quien cuestionó parcialmente la tesis del orden impersonal. Todo ello permite problematizar los límites históricos de las tesis republicana promovida por los administradores cognitivos del orden.

El epitafio de la república naciente se forjó en torno a los “presidios ambulantes” creados por la administración Portaliana, que condenaba a los criminales populares al escarnio público, al frío y al desamparo; todo ello fue inventado por el arquitecto principal del “Estado en forma”. Y así nuestra “tos de esclavos” quedó marcada por los cadáveres que cada día se depositaban en las fosas comunes, los motines que se hicieron regulares y las matanzas de presos que tenían lugar de tiempo en tiempo. Hoy como ayer la facticidad de la hacienda mantienen en vilo su condición infausta. Y todo ello sin descontar esfuerzos tan cándidos como honestos. A modo de útil contrapunto esta perspectiva resulta aún más cautivadora por cuanto Renato Cristi y Pablo Ruiz Tagle, desde un análisis  vinculado a la filosofía política se han esforzado –mediante una periodización de 5 períodos republicanos- en sostener que, “….autores más recientes han denominado a este período como oligárquico-conservador, pero en ningún caso “le han negado el apelativo de república” (2006, p. 94).

De un lado, existe un cierto consenso historiográfico donde la plebeha sido retratadadurante la restauración monárquica, 1814-1817, desde una multiplicidad defiguras, a saber, impostores,  estafadores,fugitivos, profanadores, gañanes y, de otro, el tiempo de la república marco de un ciclo de impunidades que hasta gobiernan nuestro presente. Cabe mencionar la frecuencia de ejecuciones sumarias, los azotes en la reja de la cárcelpública, la exhibición de los reos y las condenas a trabajos forzados. Todo ello en el contexto del destierro que padecía el patriciado autonomista en la Isla de Juan Fernández. En “días infaustos” primaban conductas de barbarie dado que el campo de las disputas “libertarias” internas seguía en desarrollo.Sin embargo, bajo este período el patriciado autonomista lejos de establecer alianzas o fortalecer “vínculos sociales”, mantuvo su hostilidad hacia los “sujetos populares” hasta el triunfo definitivo a manos del Ejercito de los Andes (1817).

El paisaje republicano en el marco de la restauración Monárquica bajo el control de Marcó del Pont resulta similar al Estado de naturaleza descrito por el empirismo inglés encarnado en la figura de Thomas Hobbes. La grave ausencia de instituciones seculares dio lugar a motines, saqueos, asesinatos, vandalismo y escenas de violencia que dan cuenta de un tiempo bastardo que fue el pivote del “Estado impersonal” y diversas trayectorias de impunidad impulsadas por las elites. En este sentido, un personaje controversial como Diego Portales puede ser leído como el mentor de un paradigma punitivo que dista mucho de cultivar una preocupación por la teoría constitucional. Aludimos a esa arquitectura que se ha plasmado en la inconsciente litúrgico del dispositivo hacendal y que administra las prácticas de sentido que informan nuestro presente paria.

Mientras no podamos dimensionar los alcances de la humillación, convendría invocar un nombre para recordar nuestra cotidianidad de pipiolos: Alberto BlestGana.

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