El sociologismo chilensis poco y nada puede hacerse cargo de la “clase”. Para él, “clase” resulta un término anacrónico, propio de la cantera marxista que la sociología –sobre todo en su versión “sistémica”- debiera haber superado. En cambio, el sociologismo se apuntala bajo el término “anomia”. Como una fórmula enteramente vacía y orientada a una voluntad de gobierno, el sociologismo no habla de “clase”, menos aún de “lucha de clases”. Si habla de ella, lo retoca con el término “desigualdad” o, como les gusta a los refinados “inequidad”. El término “clase” no designa ni una fuerza ni un sujeto, sino tan solo un “estrato” que se divide, en virtud de los ingresos, hacia arriba o hacia abajo. Como tal, el sociologismo no solo despolitiza a la “clase” bajo la rúbrica del “estrato”, sino que impide pensarla más allá de su dimensión social. Al situar la cuestión de la “anomia” como pivote de sus diagnósticos y, por tanto, instalar la cuestión del gobierno como su objetivo inmediato, el sociologismo no puede pensar la “clase” o, si se quiere, mantiene la cuestión de la “lucha de clases” como su tabú.
Precisamente por haber mantenido a la cuestión de la “clase” en la forma de un tabú es que el sociologismo no ha podido comprender lo acontecido en octubre del año 2019. Este último fue un acontecimiento de “clase” –momento de “descolonización” si se quiere- en que se expresaron los pueblos de Chile. En cuanto tal acontecimiento, el octubre de 2019 implicó un “despertar”. ¿En qué sentido había que entender el “despertar” de los pueblos de Chile? Justamente, en tanto se visibilizó el modo en que la lucha de clases atraviesa al país. La “sugestión” proveída por la fábula transitológica se quebró totalmente, quedó fisurada, en agonía hasta que el proceso constituyente vino, definitivamente a enterrar[1]. La “sugestión” no era otra cosa que el elemento mitológico del discurso portaliano, aquél que erige al país en la forma de un “oasis”, una “excepción” de gobernabilidad en medio de un continente pleno de ingobernabilidad.
Así, lo que implosiona para octubre de 2019 fue justamente la “sugestión” portaliana de la transición que había sido articulada por el sociologismo como discurso. Una “sugestión” que había permitido vivir del “sueño dogmático” (Kant) propio de la ilusión neoliberal, última fase del mitologema portaliano y que, como tal, mantuvo la cuestión de la “lucha de clases” como tabú sustituyéndole por el término “anomia”: Marx oscurecido por Durkheim, los pueblos por la oligarquía.
La irrupción de octubre de 2019 fue la irrupción de la lucha de clases donde “clase” deja de ser un simple “estrato” medible bajo los estándares estadísticos y pasa a ser una fuerza que atraviesa conflictivamente el campo social, que lo divide en la capilaridad de los cuerpos sudorosos, en la sensibilidad más cotidiana de su devenir. Por eso, el octubre de 2019 implicó un “despertar” en el sentido de haber destituido la “sugestión” transitológica, momento en que tiene lugar la “conciencia de clase” e irrumpe su imaginación popular.
Así, octubre de 2019 se convierte en el instante en que la oligarquía se topa violentamente con la realidad, toda la “sugestión” excepcionalista (“Chile, el mejor alumno de América Latina”, etc.) fue destituida por un baño de realidad, el de la lucha de clases en curso. El sociólogo Manuel Canales es, quizás, quien haya captado el problema más allá del sociologismo: “Que octubre es primera y esencialmente estamental, de clase.” –señaló en una entrevista dada al diario La Tercera[2]. Y aun así, el discurso oligárquico –quizás, con José Joaquín Brunner como su vanguardia- sigue haciendo del término “clase” un tabú, intentando su gobierno, neutralizando su potencia y convirtiéndolo en “casta” (ni siquiera “estrato”)[3].
Digamos algo provocador pero cierto: la sociología –desde Comte a Durkheim y Luhmann- fue una disciplina orientada a neutralizar la “lucha de clases”. Si se quiere, la sociología dominante ha sido siempre sociologismo, dispositivo que se entronca en Chile con la concepción portaliana de orden y que, en Chile, ha sobrecodificado la noción de “anomia” para no ver el espesor de la lucha de clases en curso.
Justamente, “no ver”: hace unos días el Instituto Nacional de Derechos Humanos envió un comunicado público en el que recalca que no existen “indicios” de violaciones sistemáticas a los DDHH. No existieron violaciones sistemáticas a los derechos humanos, no hay indicios de ello, no hay, por tanto, crímenes asociados al gobierno de turno. Otra vez: “no ver” gracias al resquicio de tener un restringido paradigma de la “dictadura” –en la que existía un organismo preciso orientado a violar “sistemáticamente” los DDHH- para analizar el acontecer de la “democracia”.
El no poder ver del INDH pasa por tener una noción que aplica en dictaduras lo que ocurre en la democracia. La pregunta que cabe aquí sería: ¿qué términos cabría ocupar para evaluar la violación “sistemática” a los DDHH en el contexto de la “democracia” sobre todo cuando hoy son las “democracias” las que cada día con mayor profundidad experimentan graves violaciones a los DDHH en la medida que no hacen más que vivir en la excepcionalidad hecha regla?
La pobreza intelectual de sus comunicados, anudada a la impotencia de su rol público, se traduce en un “no ver” el baño de realidad –el baño de sangre- expuesto a la luz del día en octubre de 2019 y que el INDH parece “no poder ver”. No hay nada “detrás”, todo está expuesto. ¿Por qué lo que está a la luz del día no puede ser visto? La lucha de clases no está en un más allá, sino que condiciona la realidad concreta de nuestro devenir. Para ella, no hay “anomia”, sino fuerzas, articuladores, dominios de los grandes espacios y de los más cotidianos, que atraviesa cuerpos en cuanto las relaciones de poder, en su devenir múltiple, se anudan como relaciones de “clases”.
A esta luz, las instituciones del orden oligárquico inaugurado en 1973 no “pueden ver”. Ante todo, no pueden ver que ellas no ven. Y acaso al no poder ver que no ven, les resulta insoportable que los pueblos puedan ver y electricen el campo social con su mirada: ¿qué fue el sistemático atentado de las fuerzas paramilitares (Carabineros de Chile) al disparar a los ojos a más de 400 jóvenes durante la revuelta de octubre sino el síntoma de que la mirada popular resultaba totalmente prohibida para la escena pública y su régimen? ¿Qué habría sido el disparo a los ojos sino la impotente respuesta de un orden que no quería (porque no podía) ver la mirada popular y eventualmente “reconocerla” más allá del vestíbulo de la “anomia”?
Paradoja: Fabiola Campillai o Gustavo Gatica pueden ver más que los aparatos de vigilancia y sus epistemes oligárquicas: estas últimas acaparan una serie de dispositivos de control visual (desde las cámaras de seguridad hasta categorías sociológicas o históricas), pero no pueden ver; Campillai y Gatica no poseen ningún arsenal tecnológico y ni siquiera conservan sus ojos –arrebatados por las fuerzas paramilitares durante la revuelta- pero aun así pueden ver. Quienes poseen grandes ojos no pueden ver, en cambio, quienes ni siquiera tienen ojos pueden ver. El sociologismo no puede ver, menos el INDH, pero las fuerzas de octubre pueden ver. ¿Qué ven? El devenir de la lucha de clases, la “realidad” mas abyecta y cruenta que nadie querría ver y que el orden portaliano no soporta ver. De ahí el sociologismo como dispositivo de gobierno de la ingobernabilidad de clases; si se quiere, la verdadera “ideología alemana” en Chile[4].
[1] Andrea Cavalletti Clase. El despertar de la multitud. Ed. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2016.
[2] https://www.latercera.com/la-tercera-domingo/noticia/manuel-canales-sociologo-los-avances-constituyentes-son-extraordinarios-pero-no-son-las-prioridades-de-octubre/PSBID74SVFCPVHJU7XEMHDCKDI/
[3] https://www.latercera.com/la-tercera-sabado/noticia/jose-joaquin-brunner-con-la-nueva-constitucion-vamos-a-crear-una-casta-juridicamente-favorecida-en-educacion/3G2ASCFWQ5CPZI6X4TGPG47DWI/
[4] Karl Marx, Frederich Engels La Ideología Alemana. Ed. La Habana, 1966.