Un nuevo programa televisivo se ha tomado los comentarios de las redes sociales. Su nombre es Sin filtros y consiste en un panel bien gritado, bien escandaloso, en el que siempre se busca la polémica corta y la afirmación taxativa de ciertas cuestiones que no son tan ciertas, pero, si es que se repiten una y otra vez, suenan como verdad.
Es lo que podríamos llamar la “política farandulera”, algo que los argentinos hacen muy bien, y que en Chile, como todo, es copiado de manera vulgar, sin sentido del espectáculo y con gente sobreactuada.
Este programa está encabezado por Gonzalo Feito, un ex notero de CQC Chile (la mala copia de lo que hizo Mario Pergolini en los ’90 en el país trasandino) que al parecer quiere insistir en ser una avinagrada versión de una irreverencia que hoy ni los mismos argentinos ven como algo interesante. Es vivir de lo que crees que fuiste, lo que parece motivar a muchos de los que formaron parte de esa mala versión de lo que en Argentina se hizo en el momento preciso y necesario.
Pero no es solo el conductor quien parece creer ser lo que no es; hay panelistas que buscan ser defensores de la verdad, y uno que particularmente tiene una curiosa percepción de sí mismo. Se llama Francisco Orrego y habla fuerte repitiendo constantemente artículos, fechas que uno puede buscar en Google cuando olvida una que otra cosa. Sin embargo, lo escenifica tan magistralmente que parece como si fuera un gran lector, un gran conocedor de la historia constitucional de Chile.
Todo el que disfruta de leer sabe que una cosa es hacerlo por el deber de saberse mejor que el otro, y otra es hacerlo por placer. O por la búsqueda del placer, ya que no siempre lo es. Orrego parece ser de los primeros.
¿Cuál es el problema? Que al frente tiene un panel de una izquierda pésimamente representada. Al parecer los representantes del “progresismo” fueron buscados con pinzas, debido a su amor por las frases fáciles, la romantización de todo y el nulo conocimiento sobre lo que se debate. Así a los gritones de la derecha les resulta todo fácil, porque mientras más adjetivos le ponen a sus intervenciones, más el público cree que está ante genios de la discusión política, cuando lo concreto es que no son más que grandes artistas de la escenificación; maestros en decir lo que es obvio como si no lo fuera, y en convertir los grandes problemas de la institucionalidad reinante en cosas comunes y corrientes, como si las falencias estructurales en materia de certezas básicas fueran algo lógico y no requieran mayor controversia.
¿Cuál es la idea del programa? ¿Realmente pretende que se discutan cuestiones o simplemente tiene por objetivo instalar un caos y una idea poco clara de lo que se discute en el proceso constitucional? ¿En serio quieren informar o solo les gusta añadir pánico a una sociedad que ya está lo suficientemente confundida con lo que llevamos viviendo hace ya casi tres años?
Sea cual sea la razón por la que tiene ese ritmo, este espacio es otra expresión más de los momentos que vivimos; es otra muestra de que, del lado que sea, lo que hoy menos se quiere hacer es demostrar diferencias claras, sino sembrar el caos para ganar la batalla chica, la pequeña carrera por repetir la frase más dura, la más fuerte, la más demoledora y, finalmente, no llegar a ninguna conclusión sobre nada.
Es un horrible espectáculo, una guerra de escupitajos entre quienes se pelean la propiedad de la verdad. Y no hay nada más insoportable que quienes quieren discutir para hacerse propietarios de algo.
Es el meme televisivo. Le MemeTv.