Hay algunos optimistas que identifican al neoliberalismo con la derecha mientras han podido gobernar durante 30 años profundizando su racionalidad defendiendo un cierto “enfoque social” o “solidario” que, en rigor, no implicó más que una política de focalización extendida y una potenciación de las formas del endeudamiento. Habría que mirar cómo el neoliberalismo se ha profundizado en múltiples gobiernos “progresistas” en diferentes partes del mundo, incluido, por cierto, el caso chileno.
El “afuera” de la democracia y el neoliberalismo
El neoliberalismo parece experimentar hoy día un momento de suspenso por el que se ha iniciado un proceso para su desmantelamiento. Por todas partes del mundo prolifera la revuelta y, por todas partes del mundo la corrupción de la clase política, las privatizaciones que favorecen a las grandes corporaciones trasnacionales y la precarización de la vida general de los pueblos, convergen como problemas comunes a lo largo y ancho del planeta. Para algunos, todo se trataría en hacer “más humano” al sistema proveyendo de ciertos bancos de microcrédito o de establecer ciertas políticas de redistribución mínimas para impedir la pobreza extrema; para otros más avezados, se trataría de plantear que el neoliberalismo simplemente no existe, sea porque sería un invento de la izquierda o un fetiche imposible de analizar para el sospechoso rigor de ciertas ciencias sociales.
Incluso, hay algunos optimistas que identifican al neoliberalismo con la derecha mientras han podido gobernar durante 30 años profundizando su racionalidad defendiendo un cierto “enfoque social” o “solidario” que, en rigor, no implicó más que una política de focalización extendida y una potenciación de las formas del endeudamiento. El punto es, sin embargo, cómo analizar la trama neoliberal sin “negarla” ni reducirla a la “derecha” como habitualmente cierto progresismo la piensa. Y, más aún: cómo pensarla sin clausurarle en la forma de una “fatalidad” que no tendría posibilidad de transformación, pero, a la vez, sin perder su profundidad y las tramas de su complejidad. Habría que mirar cómo el neoliberalismo se ha profundizado en múltiples gobiernos “progresistas” en diferentes partes del mundo, incluido, por cierto, el caso chileno.
La entrada crítica que ensaya Michel Foucault subraya en sus cursos desarrollados en el Collège de France y publicados hace algunos años atrás bajo el título “El nacimiento de la biopolítica” de 1979 es que el neoliberalismo no es simplemente ni una teoría económica (como dirá cierta ortodoxia neoliberal), ni una ideología (como denunciará el marxismo), sino una racionalidad política y, más específicamente, una razón gubernamental. Con ello, Foucault marca algunos aspectos clave:
En primer lugar, el neoliberalismo acusa una discontinuidad con el liberalismo tradicional porque: a) renueva la antropología del homo aeconomicus dejando atrás la antropología del “intercambio” y del “socius” del liberalismo clásico para instaurar la de la “empresa”, es decir, los individuos no se les “deja hacer” simplemente, sino que se les promueve incesantemente con políticas estatales para generar iniciativas en la medida que son vistos como “empresas”. Fundamental aquí resulta la antropologización experimentada por el capital en la medida que el “hombre” se identifica plenamente con la economía en la forma del “capital humano”. El neoliberalismo sería justamente la consumación del humanismo y no su negación, el punto en que economía y humanidad, empresa y hombre devienen la misma realidad.
En segundo lugar, concibe la democracia como un orden vacío de tipo técnico-procedimental exento de cualquier tipo de “soberanía popular” que jamás puede transgredir las sagradas leyes del mercado puesto que la libertad solo es concebible en la medida que haya “libertad económica”. Todo lo demás resultaría ser –dice la dogmática neoliberal- un añadido sustancialista que siempre tendería al totalitarismo en la medida que pondría en peligro la libertad económica, es decir, la libertad más básica sobre la cual se asientan todas las demás.
En tercer lugar, como sostiene Hayek, el neoliberalismo no es una teoría económica, sino una “filosofía de la libertad”, lo cual implica el establecimiento de todo un sistema axiológico que dirime entre lo normal y lo anormal, entre lo bueno y lo malo que se apoya exclusivamente en el establecimiento de un “régimen de veridicción” que inviste al mercado. Será el mercado el que determine lo correcto o incorrecto y, más aún, será el mercado el léxico del Estado que ya no recurrirá a su vocabulario jurídico, sino económico estableciendo la diferencia entre el éxito y el fracaso mirado exclusivamente respecto del régimen de verdad establecido por el mercado. Por esa misma razón –subrayará Foucault- es que el neoliberalismo apunta a la modificación radical del “comportamiento humano” y no simplemente –como hacía la otrora “economía política” desde Smith a Marx- a estudiar las fuerzas productivas, las relaciones de producción y el consumo. De ahí su antropologización de la economía señalada en el primer punto.
En cuarto lugar, el neoliberalismo es una racionalidad política que apunta a producir “desigualdad” permanentemente. No intenta “igualar” sino restituir las jerarquías para garantizar la lógica de la competencia. Se trata de competir permanentemente, de “innovar” y de lanzarse al “éxito” tal como, según Hayek, lo hacen los “ricos” que son concebidos como la vanguardia de la “sociedad libre”.
La publicación de este curso ha sido reciente y nadie ha podido quedar indiferente. Con ello, Foucault abrió una hebra alternativa para desarrollar las críticas al neoliberalismo que va desde los trabajos de Giorgio Agamben hasta los de Wendy Brown, desde los de Pierre Dardot y Christian Laval hasta los de José Luis Villacañas o de Sergio Villalobos-Ruminott. A pesar de las enormes diferentes epistémicas y políticas entre los diversos autores, todos, de alguna u otra forma, advierten que el neoliberalismo tiene que ser pensado como una racionalidad política o, si se quiere, un dispositivo de gobierno del mundo que ha llegado al extremo de considerarse una “razón del mundo” (Dardot y Laval) o una “teología política” (Villacañas) cuya fuerza reside en su capacidad de totalizar todo el campo de la vida social subsumiéndola completamente a la dinámica del capital. En otros términos, el neoliberalismo redunda una realidad fáctica (una “segunda naturaleza” dirá Villacañas) sin afuera o, si se quiere, el neoliberalismo habría terminado por invertir al totalitarismo moderno de corte político-estatal en la forma de un totalitarismo de corte económico-gestional. Pero, al invertirlo y no desactivarlo, mantuvo su lógica interna orientada a la acumulación infinita de capital y a la destrucción de la vida.
En este escenario, tanto los trabajos de Villalobos-Ruminott como los Brown se enfocan en el momento de su “ruina”, es decir, el instante en que el neoliberalismo expone su reverso tanático exponiendo con nitidez la relación constitutiva que tiene el neoliberalismo con la emergencia del fascismo o, lo que es igual, que las políticas trumpistas o bolsonaristas no serían una excepción a la razón neoliberal, sino su forma más decisiva, porque en ellas se muestra que la única realidad que existe es la de la libertad económica en cuanto libertad personal como arbitrio absoluto y soberano del “sí mismo”: si cada individuo no es más que “capital humano”, entonces de la mentada “libertad económica” no trata más que de la soberanía absoluta del capital.
En este plano, el individualismo neoliberal desoculta el fascismo constitutivo a su propia racionalidad que promueve la desigualdad entre los actores económicos: su “darwinismo social” (Villacañas) o “fascismo” (Villalobos-Ruminott) implicaron tanto el completo “desmantelamiento de lo social” como la destrucción de las instituciones democráticas (Brown) desde cuya ruina emerge el individualismo en el escenario crudo de la competencia y desigualdad a la que los propios Estados, convertidos en parte de su régimen de veridicción neoliberal, han terminado por abandonar a sus ciudadanos.
Entonces el desmantelamiento del neoliberalismo no puede darse de un día para otro, sino en un proceso a-teleológico de luchas que en Chile ha llegado a su punto extremo con la destitución de la Constitución de 1980 que, justamente, constitucionalizó al neoliberalismo protegiéndolos con quórums enormes, leyes “orgánicas” y Tribunales “políticos” revestidos de “constitucionalismo”. Lo cierto, es que el neoliberalismo devino una racionalidad totalitaria que impulsó las formas de acumulación flexible de una oligarquía militar-y financiera global.
Si, como plantean Dardot y Laval el neoliberalismo no es más que un “conjunto de los discursos, de las prácticas, de los dispositivos” y, por tanto, una razón que ha totalizado al “mundo” es porque: a) el neoliberalismo es, sobre todo, una racionalidad capaz de producir subjetividad y constituir su mundo (vía discursos, prácticas, dispositivos anudados entre sí) pues “(…) el neoliberalismo es la razón del capitalismo contemporáneo” –dicen los autores. A pesar de su despliegue total y global, de la subsunción de la vida misma al capital, el neoliberalismo puede ser destituido tal como ha estado ocurriendo en la proliferación de revueltas a nivel global. Revueltas que constituyen la contestación “existencial” que abre un afuera en un mundo que pretende prescindir de él. ¿Y qué es el “afuera” sino la vida en su infinita desviación respecto de sí, en la irreductibilidad e imposibilidad de ser completamente capturada por los discursos, prácticas y dispositivos neoliberales, en la sublevación constante que nos plantea?
Que sea totalizante no significa que pueda permanecer intacto. Pero, a la vez, su transformación no puede ser presa de la ingenuidad progresista que reduce todo a una simple forma de gestión económica. Si bien, este fue el neoliberalismo dominante, hegemónico, no es por cierto el único neoliberalismo posible. Porque el neoliberalismo –en cuanto razón del capitalismo actual- hace mucho rato que puede prescindir de una “identidad” filo-estadounidense y bien puede sobrevivir a la luz de la estructura axiomática del capital gracias a la cual puede adoptar cualquier identidad posible. Progresista, marxista, islámica, indígena, la uniformización del mundo propiciada por la valorización absoluta, la totalización de la vida en la forma neoliberal.
En otros términos, la crítica devenida muestra que, por un lado, el neoliberalismo es una “razón” que está siendo desmantelada poco a poco en virtud de la proliferación de luchas destituyentes a lo largo y ancho del globo; pero por otro, su transformación no pasa solamente por “elegir” a un presidente de otra coalición reduciendo así al neoliberalismo a una simple apuesta por “políticas de focalización” o de los “ajustes estructurales”. Se trata de destituir a una “teología política” (Villacañas), es decir, a una “nueva razón del mundo” (Dardot-Laval) que ha terminado por devorar a toda la existencia (no solo humana, también vegetal, animal, etc.); si se quiere, se trata de revocar la “máquina gubernamental” (Agamben) e interrumpir su continuum donde, por cierto, las “políticas de focalización”, privatizaciones y “ajustes estructurales” constituyen parte de su trama, pero no la definen completamente. Más allá de ello, pensar al neoliberalismo como “razón”, “teología política” o “máquina” implica subrayar su despliegue totalitario, pero no dejar de lado su historicidad y, por tanto, la posibilidad de su destitución.
Se trata de un proceso largo que se ha iniciado gracias a la irrupción del partido octubrista con su libre juego de las formas-de-vida, en la escena política chilena. La “razón” ha encontrado su agujero, la “teología política” su discontinuidad, la “máquina” su vacío. Un republicanismo expresivo –no necesariamente representacional- emerge y otros ritmos desactivan el control sensible sobre los cuerpos impuesto por la vocación totalitaria de la razón neoliberal.
Si en algún momento de los años 90 se nos dijo que neoliberalismo y democracia calzaban sin fisuras. Hoy día esa identidad está quebrada: no habrá democracia sino hasta destituir a la oligarquía militar-financiera del 1% mas millonario de la tierra. No habrá democracia alguna sin destitución del 1% enriquecido a costa de la desposesión del planeta. Pero por “democracia” –o “comunismo” si se quiere- tendremos que pensar no solo un régimen o una técnica de gobierno, sino sobre todo una experimentación, no la forma de una ciudad sino la intensidad de cuerpos devenidos gesto. Una razón expresiva, si se quiere, antes que representativa, una apuesta “sensible” antes que “pública” capaz de abrir el afuera en un mundo sin afuera. Solo la potencia de dicho afuera –que en Chile ha sobrevenido con intensidad desde el 18 de Octubre- puede hacer que la razón neoliberal sea destituida y definitivamente deje de tener sentido.