miércoles, junio 25, 2025

La historia de Sofía: Hacer vivir o dejar morir a la infancia pobre

Pese a todo lo descrito, Sofía ante todo era una niña. Aún cuando había vivido múltiples experiencias traumáticas o adversas, la niña pensaba que su vida había empeorado luego de ser separada de su familia. Para ella, el abandono y la disfunción familiar eran predecibles. Vivir en la calle o fugarse de la residencia, en cambio, eran acciones de sobrevivencia. A su juicio, era preferible vivir en la calle antes que encerrada en un hogar de Mejor Niñez. 

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Me interesó escribir sobre una niña como ejercicio de ficción. Apenas intersticios de la vida anímica de una niña institucionalizada en una residencia familiar. Una de tantas historias y experiencias profesionales de intervención de la pobreza. Sofía a la fecha, es una adolescente de 17 años de edad. Una de miles de niñas, niños y adolescentes sentenciados a vivir en instituciones para personas pobres. Me refiero a miles, pues la principal estrategia de intervención burocrática de la infancia en Chile, consiste en la institucionalización como estrategia estatal. Luego de múltiples intentos por conocer a Sofía, ella accedió a tener una entrevista conmigo. Actualmente, la joven, vive en la calle en diversos rucos de Santiago y en lugares que no detalla por miedo. Su tránsito y errancia en la calle, comenzó a la edad de 12 años, luego de que fuera desarraigada de los cuidados de su familia en el campamento en el que vivía cuando tenía 11 años, debido a una severa disfunción parental y abandono. Ello provocó que la niña se mantuviera bajo el cuidado del Estado, a cargo de una residencia familiar del Servicio de Protección Especializada. Ambos padres exhibían un notable desinterés por su cuidado y en los hechos, la madre de nuestra protagonista, contribuyó a que Miguel de 43 años de edad, mantuviera una relación afectiva y sexual con la joven. Ello, con el consentimiento de sus dos padres. Este adulto, estaba fuertemente ligado a una red de microtráfico de drogas, y comercio y explotación sexual de adolescentes, -en su mayoría, niñas de 15 años de edad.  

Durante la estadía en la residencia familiar, la experiencia de Sofía nunca fue grata. Sus sentimientos de soledad e indefensión se hicieron cotidianos. El maltrato psicológico, la escasa contención emotiva y la sensación de encontrar una vida impersonal, contribuyó en ella, la aparición de sintomatología depresiva. La depresión y la resistencia al régimen institucional, provocó que ella comenzara a fugarse habitualmente del dispositivo. La alianza simbólica con Miguel, además de ser legitimada por los padres, también lo fue por el tribunal de familia que tenía la causa judicial de la adolescente. Cuando leí los informes de los profesionales que atendían a Sofía, Miguel era descrito como la pareja de la niña. Ninguna problematización en torno a la relación de una adolescente de 15 años con un hombre mayor de 40 años. Con el transcurso del tiempo, la dependencia emocional de la niña a Miguel, disminuyó la posibilidad de que ella cuestionara su participación en la dinámica de explotación sexual. Durante los abusos sexuales de Sofía, con terceros y con el propio Miguel, el consumo de alcohol y de pasta base, favoreció que ella aprendiera a relacionarse despersonalizadamente con los demás. Además de generar un comportamiento hipersexualizado, Sofía fue reconociendo que ella misma podía ser una mercancía. 

Pese a todo lo descrito, Sofía ante todo era una niña. Aún cuando había vivido múltiples experiencias traumáticas o adversas, la niña pensaba que su vida había empeorado luego de ser separada de su familia. Para ella, el abandono y la disfunción familiar eran predecibles. Vivir en la calle o fugarse de la residencia, en cambio, eran acciones de sobrevivencia. A su juicio, era preferible vivir en la calle antes que encerrada en un hogar de Mejor Niñez. 

La institucionalización funciona como una trayectoria hacia la muerte, porque el gobierno de la infancia como población es una gestión permanente de administración pública de la pobreza. La infancia del bajo pueblo es una población cualitativamente inferior respecto de la población general. Pensar la niñez pobre a partir de una biodesigualdad, permite comprender que su gestión no está centrada en el interés superior del niño. De acuerdo a la biopolítica planteada por Michel Foucault, afirmo que la intervención de la niñez pobre no está centrada en el “hacer vivir” sino que en el “dejar morir”. La dimensión de la muerte no se expresa en términos físicos o necropolíticos, sino en la posibilidad de hacerlos morir en vida. 

La muerte de Sofía reside en la pasividad con la que los gobiernos han expuesto su vida a sus agendas políticas, a la desprotección de sus condiciones materiales de vida, así como a la contingencia. El hacer morir en vida a un niño o a una población, no requiere de interpretaciones conspirativas o de burócratas que detentan el poder. Sencillamente una forma de llevar hacia la muerte, consiste en dejar un cuerpo, y en este caso, a una niña a su suerte. En el caso de Sofía, la gestión gubernamental con la que le se le ha tratado, nos remite a un cuerpo que resultado del dejar morir, nos muestra el rostro de una niña, que cada día que pasa está más muerta que viva. A partir de la historia de Sofía, me interesó preguntar, ¿bajo qué condiciones la vida de la niña ha llegado a ser lo que es? ¿Cómo Sofía llegó a requerir de la intervención estatal para gestionar su sobrevivencia?

Me gustaría enfatizar aquí, los mecanismos institucionales del poder que operan en el tratamiento de la infancia huérfana, pobre, huacha, abandonada, expósita e institucionalizada. En la medida en que la internación es estricta, los mecanismos de control descritos por Foucault se hacen cada vez más palpables. Al igual que en “Vigilar y castigar”, Sofía debe someterse a cumplir la rutina de institucionalización. Su vida se encuentra apresada hasta en sus más ínfimos detalles por los mecanismos del poder. Sofía debe cumplir a diario con el juicio clínico y de sentido común que trabajadores sociales, abogados, psicólogos, psiquiatras, terapeutas ocupacionales y educadores han definido para ella, con el propósito que, al cumplir la mayoría de edad, se inserte exitosamente a través de su plan de intervención, en los aparatos productivos del mercado. Solo así, Sofía se convertirá en fuerza útil cuando sea al mismo tiempo “cuerpo productivo y cuerpo sometido” (Foucault, 2012: 35; Rauld, 2021).

He aquí que, residencias familiares, o de “alta especialidad”, programas ambulatorios o privativos de libertad, institucionalizan y controlan la vida de la niñez pobre. Ya sea por razones de protección o por atentar contra la sociedad, siempre se capturará el cuerpo del niño. En el caso de Sofía, el poder disciplinario se manifestó bajo fuertes tecnopolíticas de gobierno y control de la población: De la desprotección familiar en el campamento, a la intervención de los programas ambulatorios, para luego ser institucionalizada bajo la sentencia del poder judicial. Del control institucional a la fuga no autorizada de la residencia. Permítanme denunciar aquí, que la institucionalización profundizó y consolidó la trayectoria de niña en la calle, la exclusión residencial, la explotación sexual y comercial de su cuerpo. La mala calidad de cuidados recibidos, contribuyó a que Sofía prefiriera vivir en la calle antes que en la institución que tenía mandatado cuidarla. Pronto el dispositivo estatal instruyó sin fundamento médico, recurrir a la hospitalización judicial involuntaria. Para ello, el poder médico, psiquiátrico y jurídico se convirtieron en una estrategia deseable. Luego de su acotada hospitalización, Sofía nunca volvió a interesarse por vivir un proceso de intervención terapéutica. Nunca se realizó una práctica respetuosa con ella, nunca se le consultó seriamente su opinión pese a la resistencia a la clínica. El deseo de los terapeutas profundizó el control clínico de Sofía, sin tener a un sujeto de intervención.  

El poder judicial tiene una importante responsabilidad en la desprotección de Sofía. La Convención Internacional de Derechos del Niño no solo ha proclamado la consagración de derechos individuales. También ha favorecido su privación de libertad en nombre de la seguridad de la población. En otras palabras, el sistema que promulga defender sus libertades individuales, es el mismo que determina sus condiciones de sometimiento y encierro. He aquí, que el tribunal administra con su verdad jurídica la vida de Sofía. Su legalidad, su confinamiento, su egreso del sistema o su trayectoria hacia la muerte o a la vida en la calle. Pura biopolítica de la población. Lo paradójico del poder sobre la niñez pobre, es que la dominación de la infancia ha quedado al desnudo por los mismos profesionales y tecnócratas que se desempeñan en las instituciones. Las denuncias de maltratos físicos, torturas, maltratos psicológicos, masivas fugas de niños, funcionarios involucrados en delitos de explotación sexual infantil, así como abusivas prácticas de medicalización, permiten cuestionar el gobierno de infancia en los regímenes proteccionales y privativos de libertad. En resumen, más que niños a proteger, infantes a someter y a gobernar. Los niños pobres o del bajo pueblo son objeto de la biopolítica (Rauld, 2021). 

Juan Carlos Rauld Farías
Juan Carlos Rauld Farías
Trabajador social de la Universidad Tecnológica Metropolitana. Magíster en pensamiento contemporáneo en filosofía y pensamiento político del Instituto de Filosofía Política de la Universidad Diego Portales. Profesor del magíster de trabajo social clínico, Escuela de Trabajo Social UC. Investigador independiente.

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