Cómo tratan a Hernán Calderón Argandoña y cómo vive un preso del estallido social

A Hernán pronto lo tendrán que evaluar para ver si su salud le permite enfrentar una cárcel como cualquier otro chileno en prisión preventiva que no alcanzó a pagar una clínica privada. Alejandro enfrentará un juicio en septiembre, arriesga diez años de cárcel por una acusación que, según su defensa, no lo ubica en el lugar del inicio del incendio de la Universidad Pedro de Valdivia. Hernán y su defensa reconocen el ataque con arma blanca a su padre. Alejandro y su defensa sostienen peritajes que niegan la presencia de los acelerantes de fuego que le atribuye la acusación.

Hernán Calderón Argandoña tiene 23 años y está detenido en una clínica psiquiátrica privada, luego de ser formalizado por un parricidio frustrado. Alejandro Carvajal tiene 19 años y está preso en el módulo 12 de Santiago 1, acusado de quemar la Universidad Pedro de Valdivia en el marco del estallido social. La madre de Hernán es una famosa animadora de televisión que acusa que a su hijo lo tratan como a un perro; todos los medios replican la información y la presión mediática buscar saber si efectivamente lo están tratando mal. La hermana de Alejandro se llama Nicole y acusa que su hermano es inocente, que lo incriminan con una prueba ilegal presentada por un policía encubierto; no aparece en ningún medio masivo. 

Hernán y su familia tuvieron todo el dinero necesario para lograr una internación que elude ir a parar a una cárcel. Es una decisión estratégica; según su madre, los errores de su hijo requieren tratamiento médico, no cárcel, porque en la cárcel nadie se rehabilita. La familia de Alejandro, mientras, debe arreglárselas con mucho esfuerzo para tratar de enviar encomiendas y dinero para que este se pueda alimentar al interior de Santiago 1, la misma cárcel que Hernán con su dinero, esquivan. Los abogados que defienden a Hernán están acostumbrados al poder; Mario Vargas ha defendido a figuras mediáticas como Herval Abreu, el director de televisión acusado de abusos, y a empresarios investigados por recibir aportes de SQM -según revista Capital-; el dinero no es problema para el supuesto parricida frustrado. La familia de Alejandro, en tanto, se encuentra realizando una rifa para poder sostener nueve meses de defensa de un caso cuyas aristas e incongruencias no destaca ningún canal de televisión.

El Cedro, el recinto donde está internado Hernancito, custodiado por Gendarmería, ofrece “un acogedor y tranquilo entorno de más de 6.000 metros cuadrados de parques y jardines”. El lugar está equipado con “habitaciones individuales con baño privado, suite”, con camas de una y dos plazas y vista a los jardines. Alejandro, uno de los miles de presos del estallido social, está sobreviviendo en silencio al mundo carcelario del que tanto quiere escapar Raquel Argandoña; según su hermana, Nicole, “esto ha sido muy duro, no sólo por lo que ha vivido adentro, sino que también por las condiciones en que viven en la cárcel, muchos de los chicos no tienen luz en la noche, pasan frío; y además están lejos de la familia. No lo hemos visto desde marzo, pero si fuéramos una familia adinerada Alejandro estaría en casa o en una clínica psiquiátrica privada, con agua caliente”. Si la familia de Hernán llora por televisión acusando que lo tienen con grilletes, la asociación de gendarmes debe asistir a un matinal para explicar que están cumpliendo protocolos en un caso inusual; al frío y oscuridad de Alejandro, como a los miles de presos comunes y corrientes de Chile, aquellos que muchas veces duermen con chinches y cucarachas, nadie les responde en una pantalla. 

Hernancito vive en Las Condes, maneja un Camaro y egresó del Santiago College, con una colegiatura anual de más de 5 millones de pesos. Su padre es un importante abogado de la plaza y su madre ha tenido por décadas sueldos millonarios. Alejandro es el menor de una familia de siete hermanos, vive en el barrio Yungay, y sus padres viven de un pequeño emprendimiento en el comercio. Terminó con muy buenas calificaciones su enseñanza media en el colegio nocturno Fermín Vivaceta, pero no pudo ir a recibir su cartón; estaba preso. Raquel Argandoña acusa que a su hijo lo tratan como a un perro al interior de su pieza única, limpia y espaciosa, por estar esposado como esposan a los presos; la familia de Alejandro no lo ve desde hace cinco meses y ni siquiera ha podido escuchar cuáles son los tratos que ha recibido adentro. 

A Hernán pronto lo tendrán que evaluar para ver si su salud le permite enfrentar una cárcel como cualquier otro chileno en prisión preventiva que no alcanzó a pagar una clínica privada. Alejandro enfrentará un juicio en septiembre, arriesga diez años de cárcel por una acusación que, según su defensa, no lo ubica en el lugar del inicio del incendio de la Universidad Pedro de Valdivia. Hernán y su defensa reconocen el ataque con arma blanca a su padre. Alejandro y su defensa sostienen peritajes que niegan la presencia de los acelerantes de fuego que le atribuye la acusación. A ambos, a esta hora, los separan un par de kilómetros en la capital; y entornos y circunstancias diametralmente distintas. A ambos los separan dos tipos de prisión preventiva. De uno, el hijo de famosos, está hablando todo Chile; el otro, el preso del estallido social, sobrevive en el anonimato. 

Su hermana, Nicole, se detiene y reflexiona. “Para nuestra familia ha sido muy duro todo esto, ya que jamás pensamos que nos sucedería algo así, y viviéndolo de cerca te das cuenta que en este país la justicia no existe, ya que si no tienes dinero ni influencias te quedas en la cárcel pasándolo mal y sobreviviendo, como Alejandro”.

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