Carta Abierta: Los Paupérrimos

Una mirada crítica e irónica de lo que está detrás de la última columna de Cristián Warnken.
Foto: Agencia Uno

Hemos sido injustos con el mal poeta. Le hemos lanzado mil epítetos contra su manera de pensar, expuesto su desprecio abierto por las masas, su clasismo inveterado, en suma, le hemos ridiculizado hasta al extremo. Sin embargo, no hemos puesto atención en algo crucial: en realidad, este autodenominado vate, hombre que contribuye decididamente a que el patrimonio cultural no sea arrasado por la masa ignorante y le asegura su puesto en los círculos de bien, en realidad, debería ser concebido como uno de los filósofos más importantes de la deconstrucción. En efecto, en su última columna, de aquellas en las que se parapeta desde El Mercurio –ese periódico tolerante, de “centro-izquierda” que admite que toda la “centro-izquierda” escriba columnas- el defenestrado literato dice dos cosas: la primera, ha adquirido una rimbombancia que oculta la segunda con la que nos ofrece un ejemplo de operación deconstructiva: primero, dice que el pueblo no leerá la Nueva Constitución, y si la lee no entenderá nada.

Un lujo “portaliano” que el literato marca con mucha veleidad y que pretende explicar con el segundo punto cuando dice que: “(…) si pensamos en lo paupérrima de nuestra formación cívica y conocimiento histórico (…)” Este párrafo es el más notable. Porque afirma un “nosotros” (“nuestra formación cívica”), lo cual le incluye. El mismo estaría dentro de la “paupérrima” “formación cívica y conocimiento histórico”. Y, por tanto, eso explica tantas cosas: ante todo que, liderando la Primera Línea del Rechazo haya reconocido a todo el país que, mientras criticaba al otrora borrador de la Nueva Constitución, no había leído el mentado “borrador”.

En esta columna no hace más que confesarlo abiertamente: también yo soy un “paupérrimo” que carece de la “formación cívica y el conocimiento histórico”. En un verdadero gesto deconstructivo –comparable a los del gran Jaques Derrida- el mal poeta transparenta su autogol, y su autodestruye en el instante en que nos llama –desde la clandestinidad de El Mercurio-  a “resistir”. Ellos están perdiendo, no tienen dinero para influir, no tienen el Leviatán del Estado para intervenir, están desamparados. Pero van a “resistir” antes que “abdicar”. Seguramente, serán perseguidos como les ha tocado durante toda la historia y El Mercurio sea clausurado una vez se apruebe la Nueva Constitución.

Es la vida de los luchadores, de los que resisten, de quienes viven víctimas del poder de turno. Aprovechemos de marcarlo en nuestros extensos Curriculums: “luchamos contra la dictadura”. Nos cuenta el señor poeta que ahora le encontró razón a un amigo “liberal” cuando le subrayaba la importancia de la división de poderes y sus contrapesos. Hoy que vivimos en la dictadura boricista donde el Estado amenaza con imponer todo, incluso, el abortar a los 9 meses como otro prócer del sector afirmó hace no muchas semanas. Pero todo es vano. Él mismo nos confiesa abiertamente que no tiene la competencia para hacer lo que está haciendo. Es transparente. No oculta nada.

Él mismo nos muestra quien verdaderamente es: un “paupérrimo” como el pueblo al que él ataca en el instante en que deviene “paupérrimo” él mismo. Interesante incapacidad de sostener un discurso, clave habilidad para desacreditarse a sí, fantástica facultad para boicotearse sin deprimirse. Un ejemplo de la deconstrucción más elegante, astuta y singular. Propia de las mejores academias del mundo. Un lujo para los chilenos que un señor como éste nos maltrate con sus columnas semanales. De hecho, una columna como ésta debería estar en los anales de los chascarros más hermosos, de los gestos más ridículos de quienes se sientan muy cerca del sillón del Rey y le entretiene con divertidos malabares.

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