“Todos queremos transformar nuestras vidas, porque nadie elige ser pobre, ignorante y violento.” (Dra. Carol Hullin, chilena nacida en La Legua, asesora en el Banco Mundial)
Empresarios, políticos y medios de comunicación reaccionan ante la violencia de los excluidos exigiendo represión y cárcel. No se escuchan propuestas de efectiva integración para los excluidos. No se habla de escuelas, centros de salud y deportes integrados. Menos sobre barrios sin segregación social. Se sigue sin comprender que
la rabia y el resentimiento acumulados explican en gran medida el aumento de la delincuencia y también los episodios de violencia que recorren las calles de Santiago y de otras grandes ciudades.
Crece la violencia de los excluidos. Jóvenes de poblaciones marginales, muchos menores de edad, educados en escuelas inútiles, se desplazan por las calles de Santiago para robar autos de marca. Participan también en las marchas de protesta y se ensañan con símbolos militares, comercio o iglesias. El gatillo fácil está a la orden del día. Nada les importa porque no hay nada que perder. No discriminan blancos, atacan de forma anárquica y mueren personas inocentes.
El inmediatismo supera la inteligencia. Gobierno, empresarios y la mayor parte de los políticos se preparan para intensificar la represión. Es lo que saben hacer. Las elites no quieren entender que el modelo de desigualdades, injusticias e individualismo, instalado en el país, ha hecho crecer la delincuencia y la violencia. No están dispuestos a cambiar el sistema porque sus intereses de clase son superiores al interés de la sociedad.
El modelo de “crecimiento con disminución de la pobreza”, que la elite defiende hasta el cansancio, ha resultado un fracaso. El 1% de enriqueció, pero sirvió para instalar una muralla divisoria que separa a las familias chilenas en distintos barrios y sistemas de salud, educación, vivienda y pensiones. Y esa muralla divisoria es la que ha provocado una profunda crisis social, política e institucional en nuestro país, multiplicando además la delincuencia y violencia.
La segregación social desata en los jóvenes pobladores sentimientos de venganza, ansiedad y desprecio por la sociedad, los que comprueban, en sus propias familias y barrios, que no existe futuro para sus vidas. Esos mismos jóvenes refuerzan el camino del delito cuando observan la corrupción de empresarios, políticos e instituciones armadas y que la justicia es incapaz de castigar.
El modelo imperante agrega un componente adicional, que favorece el crimen: el consumismo y la publicidad. Tanto ricos como pobres se encuentran acosados por la publicidad y la vorágine de consumir. La diferencia radica en que a los excluidos el fetiche de las mercancías les genera aspiraciones imposibles de satisfacer.
La política, el deporte, y los hechos noticiosos aparecen en la televisión mezclados con las mercancías, promovidas en vivo y directo por los propios hacedores de la opinión pública. Marcas y personas, casas comerciales y familias, celulares y tarjetas de crédito se encuentran entrelazados.
La muralla, que segrega económica y socialmente, no existe cuando se trata de ofertas de consumo. La televisión y los comunicadores son vistos y escuchados en La Dehesa y Puente Alto, en Las Condes y en Pudahuel. En los barrios para ricos las voluntades, manipuladas por la publicidad, encuentran su desahogo en el mall y en el supermercado. No sucede lo mismo con los pobladores, especialmente jóvenes, que viven en los ghettos marginales en los alrededores de Santiago. Son objeto del mismo sistema de comunicaciones, pero están excluidos en todo los demás. Sus voluntades, también manipuladas, viven una frustración diaria al no poder materializar sus aspiraciones de consumo.
Los excluidos viven hacinados en casas pequeñas, en barrios dominados por el narcotráfico. Las madres tienen que desplazarse muchos kilómetros para ir a trabajar al barrio alto, como empleadas domésticas y los padres (cuando están presentes) como obreros de la construcción. Los hijos, sin centros educativos ni espacios deportivos adecuados, están expuestos desde temprana edad a un medio altamente riesgoso, a una vida de calle, donde impera el narcotráfico. Los excluidos están marcados por la desesperanza y ésta es la mejor amiga de la delincuencia y de la violencia.
Empresarios, políticos y medios de comunicación reaccionan ante la violencia de los excluidos exigiendo represión y cárcel. No se escuchan propuestas de efectiva integración para los excluidos. No se habla de escuelas, centros de salud y deportes integrados. Menos sobre barrios sin segregación social. Se sigue sin comprender que
la rabia y el resentimiento acumulados explican en gran medida el aumento de la delincuencia y también los episodios de violencia que recorren las calles de Santiago y de otras grandes ciudades.
Hay que desalambrar. Derribar la muralla que separa a nuestra sociedad en salud, educación, vivienda y previsión. La elite debe aprender si no quiere seguir sufriendo las consecuencias de la delincuencia. Los hijos de ricos y de pobres tienen que ir a las mismas escuelas. Clínicas y hospitales tienen que atender a la mujer modesta y a la rica. La distribución territorial debe terminar con la segregación social que la caracteriza.
La delincuencia y la violencia se erradican construyendo una sociedad igualitaria, donde se valoren las relaciones entre los seres humanos, en vez de las relaciones de las personas con las cosas. La represión y la cárcel no son el remedio. “Nadie elige ser pobre, ignorante y violento”.