al partido de los expertos, al pálido luto…
Apruebo-Dignidad debe abandonar la pereza conformista y los comodines frecuentados para justificar su “derrota electoral”. Según las vocerías del nuevo progresismo se habría impuesto el Rechazo en virtud de la abundancia de fake news (“fakesnewsismo”) como una especie de “teoría del emisor” (Hermes y la traductibilidad) que se alzó sobre “ovejas con cabeza de papel” (población biopolítica mediatizada) y sin capacidad de “agencia”. Y ello sin subestimar los cálculos de la derecha a la hora amplificar los sesgos populares contra la “razón política” y exaltar la ausencia de expertos indiferentes en la Convención a nombre de la politología aliada (“El Paradigma Joignant”).
A la sazón es necesario revisar la tesis del “helicóptero arrojando dólares” para garantizar el triunfo de “plebiscitos infinitos”, sin desmerecer -nuevamente- la inversión agraviante del empresariado de la plaza. En suma, el temor inducido existió, pero conectar de bruces tal cuestión con la “bella mentira” es una analogía “algo obesa” para retratar los vacíos de hermenéutica política, la carencia de fuerza imaginal y la regresión conceptual de los progresismos de turno. El vacío de disputa hegemónica del Gobierno y las fuerzas transformadoras abundó en la ausencia de narrativas. Al paso, el consabido cerco comunicacional, con su pastoral publicitaria en Republicanos, amerita una discusión de fondo, pero la conspiración de las estadísticas coludidas, el boicot ante el SERVEL, la manipulación de rasgos conservadores de la población, no gozan de una razón prevalente o resolutiva.
Y en la teología también se invocó el manual de Steve Bannon (ex asesor de Trump), el pinochetismo enfermizo y la ignorancia del “pueblo tonto”, que sin embargo fue útil en la victoria del 80%. Otras voces recusaron el golpismo congresal, 15N, centrado en el Acuerdo por la Paz encabezado por Boric Font para garantizar la distopía de los cuerpos, pueblos y movimientos de calle. Toda la cantinela de la alienación quedó al desnudo, o bien, el desconocimiento de los propios intereses de clases del mitificado campo popular (falsa consciencia).
En un juego de factores que tienden a la sobredeterminación, el “quinto retiro” surtió efecto al menos en tres niveles: la ausencia de indulgencia ante las necesidades reales de la ciudadanía y su nula vinculación política con el fenómeno inflacionario sobre la cadena de la sobrevivencia; la carencia de mediaciones entre el polo institucional y el campo social para movilizar pasiones democráticas; por último, el vacío argumental sobre un debate en materias de desarrollo y capital humano. No es casual que bajo este contexto el director de CADEM dijera que en abril el triunfo del Rechazo estaba cerrado.
El clima hiperbólico fue el expediente sobreexplotado, sin indagar en la posibilidad de pueblos post/populares de tipo neoliberal (2019) que han roto todo vínculo con la cadena de la representación y que tienen potenciales nexos con el campo del Rechazo. Un bloqueo estructural que las izquierdas deben revisar.
Ello rodeó al organismo convencional; su (in)comunicación inicial, a poco andar corregida, y la ausencia de prácticas pedagógicas (más allá de algunos esfuerzos notables) hacia el mundo popular agravaron una cotidianidad agobiada por la “guerrilla de precios” y la olla flaca. La forma errática de comportarse de algunos de sus miembros (los usos y abusos mediáticos de Rojas Vade por parte de la contra campaña derechista); los rituales despreciativos hacia los símbolos de la comunidad nacional, so pena de su conservadurismo ancestral y retrógrado; el rechazo hacia las opiniones difusas y la denigración de las corrientes del polo socialdemócrata, incluyendo aquella demografía de inspiración probadamente neoliberal, mediante la agitación discursiva, abandonaron los aprendizajes de la teoría hegemónica, agravando la “guerra de posiciones” (Gramsci) en favor de la comunidad de expertos.
La vocación estética/medial no hizo una lectura de los intersticios del mundo popular. En suma, en vez de aparecer como una cruzada vigorosa, el texto soberano devino en un ofrecimiento bullicioso ante la experiencia cotidiana de una ciudadanía esquilmada en sus modos de existencia. Y sí, nuevamente, sobre esa base la comunicación mediatizada no vaciló en viralizar descoordinaciones, guerrilla identitaria y fricciones de una Convención inédita en la historia de Chile.
Todo ello ha dado paso para que nuestra oligarquía celebre un país que rechazó, a lo largo de todas sus regiones sin excepción y de más de un 90% de las comunas. Un texto que según “Amarillos por Chile”, en vez de expresar acuerdos transversales, resume un “espíritu refundacional y maximalista”.
En este ambiente las permanentes mediatizaciones sobre los sueldos de asesores y jefes de gabinete de Apruebo-Dignidad, que la derecha supo gestionar, hizo que la ciudadanía no solo apuntará al 1% (súper ricos) que absorbe el 40% de ingreso nacional, sino a un “progresismo de boutique”. Y ello implica abrir un debate sobre la irrupción de nuevos estratos y subjetividades producidas por la integración a circuitos educacionales superiores, de consumo, de monetarización, de propiedad, de status, de circulación de signos y de formas de vida bajo el capitalismo de riesgo. Y todo ello en medio de una población (50%) que, al margen de una alarmante marginalidad en el mercado del trabajo, apenas alcanza los $450.000 mensuales.
A la sazón, la votación progresista se ha visto reducida cada vez más a grupos con mayor educación, ingresos relativamente altos, ethos liberal-mesocrático, y un paradigma civilizatorio, desde un feminismo radical -sin traducción en el campo popular- hasta un “ecologismo galáctico”, quedando la mayoría de los segmentos con menos años de escolarización y menor inclinación al ethos posmoderno (portaliano-queer) dentro del campo de atracción de las fuerzas opuestas al ‘gobierno transformador’.
El desprecio que cierta izquierda no pudo disimular por esa muchedumbre supuestamente desclasada -esto es, ‘fachos pobres’ que desviaron el voto- revela una pulsión de superioridad moral que, de variadas maneras, se expresó también en el lenguaje de la negación frente a aquella otra parte del “progresismo neoliberal” (Concertación brifonte) que insistía en valorar el potencial gradualista de aquellos nuevos estratos que buscan integrarse a los códigos y prácticas culturales de nuestro capitalismo periférico. Bajo este contexto, tal “progresismo”, de tibio reformismo, no hizo más que reforzar sus alianzas e intereses con el gran empresariado y obró como una feroz “guerrilla de retaguardia”.
El texto que primó —de modo implícito o explícito— entre las vanguardias del Apruebo, y que animó también al núcleo de la Convención Constitucional, mantuvo relaciones oscilantes con la revuelta del 18-O (2019), develando una distorsionada visión express del proceso político. Aquí se impuso la idea de que los procesos pueden ser modificados (ex nihilo) por la potencia de las palabras, sin tener que pasar por el duro camino de los ires y venires, “surfeando” los duros eslabones de la articulación, las opacas e infinitas resistencias de las infraestructuras del poder, la distinción y la cultura. Tal visión contribuyó también al reimpulso de los expertos y sus filiaciones corporativas. Ello ayudó a exacerbar pasiones tristes que se expresaron en la masiva opción por el Rechazo. Y no a dudar nuevamente: ello conminó a los demonios del capital con todo su poderío incidental, pastoral, corporativo, pero en ningún caso al revés.
El relato octubrista vuelve una y otra vez a plantear su estrategia de ruptura y despliegue destituyente contra la mitología del “mainstream modernizador”. Ciertamente estuvo tras el jaque a la gobernabilidad en los días de octubre de 2019 cuando movilizó la consigna de la renuncia presidencial y empujó una asamblea popular, inédita y excepcional para la historia de Chile. El controvertido acuerdo del 15-N inauguró el cauce institucional hacia una nueva carta fundamental a través de la Convención Constitucional que la derecha miró con terror de alta mar una vez que obtuvo el 20% de los votos. Al comienzo se intentó desbordar esotéricamente este organismo desde una mayoría bien ganada que se debía a un orden reglado con las minorías, pero que agudizaba las furias reaccionarias de nuestra oligarquía. Luego, las cosas fluyeron meritoriamente, con aportes innegables y plazos bien logrados, pero las cartas estaban echadas y la relación entre Convención y Apruebo-Dignidad derramó un ambiente incontrolable.
Por fin el uso del “octubrismo express” (necesario de suscribir, por su riqueza crítica no siempre interrogó el fetiche de su economía política) como un recurso para disuadir el voto del Rechazo que, de ganar, según Boric Font nos precipitaría a “… un período de oscuridad, de tensiones, de no sé qué cosa”. Ergo, rechazar conduciría a un nuevo estallido social. Y ya lo sabemos: la historia no se repite dos veces.
Desde marzo al Gobierno le ha faltado creación política, narrativas, convicción, disputa hegemónica, metaforización e interacción con el mundo popular. La derrota fue eminentemente política y se expresó en el “bicameralismo psicológico” del oficialismo que agravó las condiciones de la Convención y exaltó una debilidad ante los discursos de la técnica.
Hoy ya es tarde: a esta hora, asesores y jefes de gabinete concitan por las redes sociales a los expertos de los Think Tank y la vieja gobernabilidad. El asalto de la post-concertación, de especial fuerza en el caso del PS, ya es un hecho consumado y prolifera un nuevo perfil de “Tironi millennials”. Con todo el proceso de los barones concertacionistas, abrirá nuevos espacios para la acción política.
En medio de las demandas estudiantiles y los disturbios de la semana anterior, nuestros holdings mediáticos hicieron que el Reyno solo comente los rituales de la Reina difunta.
Calle Trizano.