Siete tesis sobre la (in) comprensión de la derecha

Foto: Agencia Uno

Una efectiva oposición tendría que insistir en el ritmo abierto por la revuelta de Octubre: lanzar el régimen constitucional por la borda, quemarlo si fuera posible e impedir cualquier restitución del katechón característico de la máquina guzmaniana. Finalmente, esa es la pretensión de Herrera: rearticular una derecha de vocación hegemónica y estatal para instituir el Nuevo Pacto Oligárquico cristalizado en una nueva Constitución. El ritmo de la revuelta se abalanza a destituir las ilusiones oligárquicas que intenten restituir a la máquina guzmaniana, aunque ella lleve otro nombre, se articule de otro modo y pueda adjetivarse bajo el término “democracia”.

El filósofo Hugo Herrera no ha dejado de insistir en el “déficit político” de la derecha neoliberal. “Déficit” que implica su falta de virtud política, su poca capacidad para gobernar. Una tesis como ésta ha sido enteramente oportuna, justamente cuando el segundo gobierno de Sebastián Piñera ha demostrado una enorme torpeza política, no solo durante la revuelta de octubre o la grave pandemia de coronavirus que afecta al país, sino desde antes de que dichas irrupciones estallaran. Para Herrera la “incomprensión” de la derecha chilena hoy sería constitutiva a su episteme neoliberal. El “economicismo” del que gozaría desde su renovación forzosa desde el golpe de Estado en 1973, le impediría comprender políticamente y cercenaría su capacidad de gobernar.

Contra ello, Herrera tiene su antídoto: recurrir a la tradición de Alberto Edwards y Mario Góngora. Según Herrera, esta tradición de pensamiento traería una hermenéutica política que la actual derecha carece y que tendría su centro en la relación entre pueblo y Estado. “Republicanismo” si por ello Herrera entiende la necesaria división de poderes y articulación del pueblo en su territorio con la institucionalidad del Estado. En otros términos, el antídoto de Herrera al (des) gobierno piñerista en el que se expresa toda la derecha neoliberal, sería: política. Pero “política” significa Estado. Frente a la “despolitización” del Estado promovida en su momento por los Chicago Boys, Herrera propone una “politización” del mismo para reestablecer el katechón perdido y restituir así al ejercicio de “gobierno” que, desde la revuelta de octubre ha estado completamente suspendido pues la totalidad de la episteme transicional se halla en una completa descomposición.

1.- Herrera habría que leerlo como síntoma de la destitución de la máquina guzmaniana por efecto de la asonada popular que viene gestándose, al menos, desde la irrupción pingüina de 2006 hasta la del 18 de Octubre de 2019. Si esta máquina, cristalizada en la Constitución de 1980, articulaba autoritarismo político con neoliberalismo económico, su destitución disolvió la eficacia con la que articulaba esos dos principios.

2.- Herrera cree en la misma fórmula de los propios neoliberales: que el dispositivo neoliberal es “despolitizador”. En ese sentido, Herrera es el reverso especular de la derecha neoliberal y, de ninguna manera, su antípoda como ciertos sectores de la propia derecha los muestran. Que sea el “reverso especular” significa que, de triunfar, Herrera podría ser el puntal intelectual más propicio para la nueva era neoliberal, en la medida que le ofrezca una “gobernabilidad” que en la actualidad, el gobierno de Piñera carece.

3.- De hecho, podríamos decir que el neoliberalismo no es de ninguna manera un dispositivo despolitizador. Al contrario de lo que sostuvieron Chantal Mouffé y Ernesto Laclau en los noventa y hoy día el propio Herrera, el neoliberalismo constituye una “razón” que desplaza el paradigma político-estatal de la política hacia el paradigma económico-gestional. Si bien ya no habla de “política” es claro que, para esta racionalidad, la soberanía no reside en el Estado sino en la economía (en el Capital). El neoliberalismo es la racionalidad que, por vez primera, ofrece conciencia política al Capital invistiéndolo de soberanía y, por tanto, vacía al Estado que no solo asume la forma “empresa” como su paradigma, sino que se priva de toda decisión política, precisamente porque ésta yace enteramente en el Capital. En otros términos, el neoliberalismo sería una razón que convierte a la economía en una nueva racionalidad política o, lo que es igual, que convierte a todos los conceptos jurídico-políticos en conceptos economizados.

4.- En este sentido, la propia “comprensión” que Herrera tiene de la situación política es muy limitada, tanto como la de los neoliberales que él critica: si Herrera insiste en restringir a la “política” exclusivamente al marco del Estado y no “comprender” que la racionalidad neoliberal no se dirime “hegemónicamente” sino “biopolíticamente”, resulta incapaz de ver que la politización de la economía que define al neoliberalismo significa producción capilar de cuerpos modelados bajo el paradigma “empresa”, cuestión que, por cierto necesita de la permanente intervención del Estado para generar sus condiciones jurídico-técnicas (es lo que los neoliberales no ven), pero que, por cierto, va más allá de él. Tal tecnología se aferra “legalmente” en la Constitución de 1980 en cuyo artículo 1 –la zona más doctrinaria del texto constitucional- se instaura la economización del Estado, no solo su repliegue frente a la soberanía del capital, sino su configuración como parte de dicho capital.

5.- ¿Puede la derecha “comprender”? ¿Ha “comprendido” la derecha? ¿Pudo hacerlo aquella tradición que va de Alberto Edwards a Mario Góngora? Me atrevería a decir que a la derecha chilena le es constitutivo la incapacidad de comprender. No significa que ésta no tenga tradición intelectual (en eso el trabajo de Herrera ha sido importante para recordárnoslo), pero sí que esa tradición justamente está atravesada por un punto ciego fundamental en el que se juega su “triunfo”: el precio de dominar el mundo consiste en privarse de “comprenderlo”. Quizás, si la derecha “comprendiera” (si aceptamos por un momento que es posible “comprender” auténticamente) ¿dejaría de ser de derechas? ¿Podrá la derecha comprender sin estetizar? ¿Podrá la derecha “comprender” al pueblo más allá de su anudamiento estatal?

6.- Ahora bien, ¿qué es “comprender”? ¿No hay un “idealismo” en el uso de dicho término, en el sentido de ilusionar con que efectivamente sea posible plantear un “juicio” acerca del mundo en la actualidad y suturar así su “sentido”? Pues ¿aún los intelectuales tendrían que signar el rumbo de un movimiento, de una política? ¿No ha sido la “hegemonía” que justamente afirmaba un “sentido” sobrepasada por la facticidad del “biopoder”, la cuestión estatal por la razón neoliberal? Como una reactivación de la figura pastoral, Herrera ingresa en la disputa, para restituir al pastor de su devenir lobo. Pero justamente, el pastor y el lobo son dos polos de una misma máquina política. Si los neoliberales hoy han mostrado lo que son: lobos. ¿por qué intentar restituir al “pastor”? Y si los neoliberales han mostrado lo que son es justamente porque su régimen no necesita del “pastor” en el sentido clásico del término, porque sus actuales modos de acumulación se vuelven sobre el lobo para actualizar la cacería de vidas. ¿Qué puede ser “comprender” si, otra vez, Herrera muestra que se mantiene al interior de la misma episteme que, según él, pretende conjurar?

7.- Una efectiva oposición tendría que insistir en el ritmo abierto por la revuelta de Octubre: lanzar el régimen constitucional por la borda, quemarlo si fuera posible e impedir cualquier restitución del katechón característico de la máquina guzmaniana. Finalmente, esa es la pretensión de Herrera: rearticular una derecha de vocación hegemónica y estatal para instituir el Nuevo Pacto Oligárquico cristalizado en una nueva Constitución. El ritmo de la revuelta se abalanza a destituir las ilusiones oligárquicas que intenten restituir a la máquina guzmaniana, aunque ella lleve otro nombre, se articule de otro modo y pueda adjetivarse bajo el término “democracia”. Porque una democratización social y política que destituya las relaciones jerárquicas de poder en las diferentes esferas de la vida social, es la verdadera incomprensión de la derecha. Incomprensión que ninguna derecha, por más remozad/renovada que sea, podrá alguna vez “comprender”.

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