Viernes, Marzo 29, 2024

Shereen: sobre la piratería israelí y la palestinización del mundo

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Si los palestinos simplemente murieran nada habría que lamentar o, quizás, muy poco. Si solo agonizaran después de vivir como agonizan todos los pueblos, si rieran como todos, vivieran como cualquiera que vive hoy, todo sería diferente. Pero los palestinos no mueren, tampoco son simplemente asesinados. Desde principios del siglo XX son exterminados. Primero con la colonización británica que traiciona sus aspiraciones, después con el sionismo israelí que termina de truncar sus posibilidades.

A pesar de los medios que articulan narrativas que borran la existencia del exterminio y colocan en su lugar al “enfrentamiento” o la simple “muerte”, como si hubiera acontecido de manera natural o fatal, como si no hubiera podido ser de otro modo porque, en cuanto “palestino”, la muerte siempre parecerá estar perfectamente justificada. Nadie puede clamar injusticia sobre una muerte que cuenta con el halo de la justicia, nadie puede interrumpir la “naturaleza” de las cosas que, como una ley fatal, una norma gravitacional, escenifica a los palestinos como necesarios detentores de la muerte, en cuanto que la sufran o la ejerzan. 

Desde el siglo XVIII que la representación occidental del árabe (así como la del judío) lo identificó bajo la categoría de “semita”. El peligro del “semita” es múltiple, pero siempre tiene que ver con la capacidad de matar y matarse, el que su vida esté anudado al sacrificio y a la Ley. Por tanto, que el “semita” pueda obedecer incondicionalmente, al punto de que incluso puede matarse para obedecer. El terror alemán frente al judío –que justificaba a la Segunda Guerra Mundial como conflicto “defensivo” frente a la imaginaria “conspiración internacional”, y el terror contemporáneo al árabe y/ al musulmán, responde a la misma estructura discursiva, al mismo orden representacional.

La ultraderecha europea dice hoy lo mismo respecto de los musulmanes que lo que formulaba la cultura de derechas de la primera mitad del siglo XX respecto de los judíos. A esta luz, cuando Israel representa a los palestinos (refiriéndose a ellos como “árabes”), no está sino poniendo en juego exactamente el mismo mecanismo. Paradoja tan solo aparente: la colonización sionista sobre Palestina que lleva a cabo el Estado de Israel tiene un carácter intrínsecamente anti-semita, en el sentido que la otrora representación acerca de los judíos ha sido desplazada, en el discurso israelí, por la de los palestinos. El palestino hoy ocupa la posición del judío e Israel el lugar del otrora poder europeo.  

Bajo este orden del discurso que produjo al “semita” desde el siglo XVIII, hoy todo puede ser mirado como si solo hubiera una simple “muerte”. Lógico resulta así que, frente a cualquier crítica, la acusación de “antisemitismo” prevalezca. Sintomático, a su vez, que el término “antisemita” haya pasado de un momento de duelo radical dado a fines de la Segunda Guerra Mundial, hacia uno de persecución policial de corte global contra activistas, académicos, instituciones y movimientos que adhieran a la causa palestina. Listas negras, hackeo por redes sociales, cartas de presión, intensificación de los controles sobre quienes pueden ingresar o no a Israel –incluso ciudadanos chilenos de origen palestino han sido brutalmente discriminados al intentar ingresar a Israel- censura explícita o implícita, campañas concertadas de difamación a activistas, académicos y demases, entre otros mecanismos, todo ello bajo la acusación de “anti-semitismo”: la singularidad palestina no admite expresión. De hacerlo, debe luchar contra la acusación de “anti-semitismo” que no dejará de pesar sobre él.

Agencia Uno

Demás está decir que múltiples organizaciones de DDHH han sido declaradas por Israel como organizaciones “terroristas” y que a muchas organizaciones no se les permite entrar al país. Todo lo que no es Israel parece ser “anti-semita” y, sin embargo, ello no deja de ser una proyección de su propia lógica y de la matriz europea que le dio origen.  

Sin embargo, por más que el conjunto de mecanismos actúen de consuno en una verdadera máquina del borramiento, Palestina adviene como una inquietud, una reverberación que impide que todo calce como el sionismo quisiera y que quiebra el continuum sobre el cual la maquinaria israelí asienta sus designios. Los palestinos no mueren, son asesinados sistemática y silenciosamente. Por eso su asesinato opera como un verdadero exterminio, donde su pueblo parece estar signado para ser borrado de esta tierra. 

Shereen Abu Akhle no es la excepción, sino la regla. Pero su asesinato porta consigo una singularidad: ella traía un chaleco antibalas que decía PRESS con letras prominentes. Pero la bala llega a su cabeza. Además, no se trata de una periodista cualquiera, sino de un “rostro” mediáticamente conocido, reportera de la cadena Al Jazeera y ciudadana estadounidense. Las imágenes son rotundas. El cadáver de Shereen yace en el suelo. Al lado una mujer intenta indicar con señas lo que ha ocurrido. Pero entre las balas no puede escapar. Nadie puede ayudar.

La bala en la cabeza a la reportera de Al Jazeera es un mensaje, no un simple asesinato ni menos una casualidad o error. Solo un francotirador puede hacerlo, ejecución pública que envía un mensaje claro y rotundo: Israel está por sobre toda Ley. Como tal, es el país que opera bajo el paradigma de la piratería: como los piratas en la época en que los espacios marítimos carecían de repartición jurídica, Israel actúa impunemente en una época en que todos los espacios (no solo el mar) jurídicos han sido suspendidos. Pero, a diferencia de la piratería clásica, frente a la que Cicerón caracterizaba como el “enemigo de todos”, Israel –siguiendo de la lógica de los imperialismos modernos- en realidad pretende ser el “amigo de todos” que combate en todo tiempo y lugar una guerra infinita contra el espectro del “anti-semitismo”, es decir, contra toda fuerza crítica que impugne su proceder. El “enemigo de todos” se revela ser el “amigo de todos”, práctica de piratería generalizada en la que toda Ley se halla radicalmente suspendida. 

Pero la bala en la cabeza dice algo más: Israel tiene derecho a borrar todo archivo acerca de lo que ocurre. Incluso si ocurre en tierras ajenas como Jenin, Territorio Ocupado que Israel ocupa ilegalmente desde 1967. El mensaje es claro: esos Territorios que el derecho internacional dice que no son “míos”, fácticamente sí lo son. Y actúo en consecuencia matando a quien se requiere.

Todo no deja de recordar a una de las primeras versiones de la película “El Ladrón de Bagdad”, filmada por la industria de Hollywood en 1924: en ella el singular “ladrón” se burla de sus congéneres árabes diciendo: “Lo que yo quiero lo tengo”. En realidad, el ladrón podría ser Bush Jr. ingresando a Bagdad en 2003 o Bush padre en 1991. Pero, más profundamente, el singular “ladrón” representa al imperialismo occidental del que Israel constituye una de sus últimas expresiones. Israel es, literalmente el “ladrón” de Palestina -o Bagdad, da igual-. Confisca sus tierras, quema olivos, se apropia del agua y aniquila en cuanto puede operando un sistemático borramiento. El ladrón no deja de decir: “Lo que quiero lo tengo”. Los Territorios Ocupados, también los “quiere” y, por tanto, también los debe “tener”.

La bala en la cabeza es un gesto de descabezamiento. La mirada palestina queda sin dirección, sin cabeza, sin ojos ni voces que escuchar. Solo puede haber una sola versión y un continuum: el de la Ocupación que no cesa y que debe ocupar también las imágenes (ojos, voces). La máquina de borramiento es imparable.     

Israel no soporta la mirada palestina porque a Palestina le está prohibida tener rostro, no puede irrumpir en una mirada. 

El proyecto sionista se articula como una máquina de borramiento de la mirada, como un dispositivo de aniquilación masiva que hoy, al asesinar a una periodista -mujer, de una gran cadena mediática y de pasaporte estadounidense- ha enviado un mensaje claro: la mirada palestina ni siquiera puede pretender protección bajo un pasaporte estadounidense. Podríamos pensar que esta puede ser la más cruda de las conclusiones directamente dirigidas a una instancia corrupta y completamente eficaz para la gobernanza colonial sionista: la Autoridad Nacional Palestina. El asesinato de Shereen subraya cómo esa Autoridad, prendida bajo el “pasaporte estadounidense” (bajo financiamiento y apoyo europeo y estadounidense) en realidad está funcionando como parte de la propia máquina de borramiento. Ni siquiera esa Autoridad está a salvo, incluso cuando se colabora con el colono. Digámoslo peor: precisamente porque está a salvo, esa Autoridad ha sido borrada en su autoridad

Si los palestinos simplemente murieran, quizás, serían felices. Seríamos felices. Pero ni siquiera son asesinados. Son borrados, exterminados, puestos al interior de una máquina de borramiento. Sin embargo, ¿quienes son palestinos hoy, quienes son borrados, exterminados? Millones: no solo aquellos que viven la impune colonización de Palestina, sino todos los pueblos que han podido devenir palestinos en un mundo que ha devenido Palestina

Rodrigo Karmy
Rodrigo Karmy
Doctor en Filosofía. Académico de la Universidad de Chile.

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