miércoles, octubre 9, 2024

¿Por qué Boric tiene que ir a los lugares de incendios?

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Una de las tantas brutalidades que la derecha “aportó” a la política a fines de los noventa, de la mano de Joaquín Lavín, fue la idea de que ser Presidente de la República no se diferenciaba mucho de ser alcalde, y que lo fundamental para gobernar en el nuevo siglo era relacionarse con la gente de manera práctica, tomando nota de sus “necesidades” como si no debiera existir nada entre el político y la ciudadanía, ningún horizonte de sentido.

Ricardo Lagos casi pierde la segunda vuelta presidencial frente a Lavín gracias a esta idea. Se había logrado instalar que el político como especie estaba en extinción en el nuevo milenio que comenzaba. 

Sin ir más lejos, con todas las diferenciaciones que se podrán hacer al respecto, Michelle Bachelet, luego del gobierno de Lagos, no le dio oxígeno a una ya moribunda Concertación por cuatro años más debido a ser una gran estadista o una antigua militante del Partido Socialista. Lo hizo, en cambio, por atender a los “problemas de la gente” de manera diferente a su antecesor y siempre tratando de llegar a todos los lugares posibles con su sonrisa, su mano en el corazón y su “nueva forma de gobernar”, por el hecho de ser mujer.

Era, al menos en ese entonces, la respuesta de la centroizquierda ante el paradigma que quería cambiar la entonces Alianza por Chile, o como se llamara.

Terminados los veinte años concertacionistas, llegaba otra forma de diferenciarse con el clásico político del siglo XX. Ahora no era ni el ingenioso Lavín ni la apapachadora Bachelet, sino el gestor Sebastián Piñera; el comprador y vendedor de empresas que se vendía en la campaña como si fuera un empresario que venía a transformar la maquinaria anquilosada del Estado casi en una corporación privada eficiente y eficaz.

La estética de aquellos años estaba diseñada meticulosamente. Los ministros se vestían con chaquetas rojas como si fueran parte del personal de un supermercado, tratando de alejar lo más posible de la nueva administración la idea de lo público, de lo estatal. No olvidemos que eran “los mejores”, los que venían a traer la sapiencia empresarial.

Además, el efectista rescate de los 33 mineros vino a hacer de esa idea algo concreto por algunos meses, tanto así que el entonces Presidente se paseó por los rincones que pudo, mostrando un papel que hacía carne su gestión como primera autoridad del país.

Sin embargo, como todo acto lleno de efectos, este eslogan se fue desvaneciendo junto con la popularidad de Piñera y con su consistencia. Tanto así que, como sucede en política y más aún en estos tiempos, su conglomerado perdió las elecciones con un electorado que buscaba a alguien ojalá lo menos parecido a él. El relato del gran “hacedor” se volvió efímero, dejando, eso sí, algo en el ambiente y con lo que todo gobierno parece deber cumplir: estar en terreno, mostrarse, simbolizar en la persona del mandamás la efectividad o no de de una gestión ante las emergencias.

Lo vimos en el segundo gobierno de Bachelet, cuando la ciudadanía, acostumbrada al espectáculo, pedía que la Presidenta se apareciera en los incendios veraniegos y arrendara aviones grandes y privados, confundiendo así la labor estatal con la de un gerente de ejecución de una empresa. Y lo vemos ahora, en quienes quieren que Gabriel Boric deje sus vacaciones por los incendios que hoy se conocen en la zona sur del país.

Quieren que Boric se pasee, se aparezca, se muestre preocupado, porque suponen que el funcionamiento de un gobierno se traduce únicamente en imágenes visibles y no así en acciones. Ha crecido tanto el desconocimiento sobre lo que hace o no un Estado, que hay quienes parecen ignorar que existen jerarquías y que los mandatarios pueden dar órdenes desde el lugar que estimen conveniente, ya que existen ministros que las pueden ejecutar.

Es decir, se ha logrado que la política como arte desaparezca de la cabeza de quienes constituyen una sociedad. La complejidad ha sido aniquilada; la sobriedad es un mal escaso hoy en día, y se requiere hacer una escenificación constante y absurda de todo. 

Es cierto, siempre la política ha sido un poco la escenificación de muchas cosas; pero lo que antes fueron grandes rituales o ceremonias republicanas, hoy no son más que vulgares actos de constante marketing electoral. Porque, en serio, ¿para qué tendría que ir Boric a mirar cada una de las tragedias que suceden en un país abundante en catástrofes?

Francisco Méndez
Francisco Méndez
Analista Político.

2 COMENTARIOS

  1. Boric está tan abajo en popularidad, que hará cualquier performance escénico para tratar de remontar la desaprobación masiva que tiene hoy… Dicen que no miran las encuestas, pero la verdad es que están aterrados con sus resultados.

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