Ahora hemos experimentado la faceta más álgida de la fragmentación y el individualismo.
GEORGE LEE VIDAURRE
Reconozco que fui idiota en otro medio –cada vez más desperfilado–, y a principios de este Gobierno; que se ha ido perfilando. Uno tiene apellidos insólitos: no le hacen justicia a su vida, sin perjuicio de los “humildes” predios que su familia logró adquirir en un pasado no tan remoto.
Entre diásporas, trabajos forzados o por decisión, exilios y otras cosas peores, uno se ha tenido que perfilar hacia donde quiere pertenecer realmente. Esta columna va dedicada a todas esas personas a quienes yo les debo literatura y vida. En especial, a George Lee Vidaurre; a casi 4 años de su suicidio.
Gracias a ese artista y otros, fui a parar en esta comuna: la odié desde un principio. Un Patrimonio en pésimo Estado, con un alcaldito que valía menos que el apellido de su pariente colipato. Alessandri vivió en nuestro pasaje cuando ocupó la Presidencia de la República, mientras mandaba a unos suches a expropiar maceteros porque el perla era muy “paleta”.
Docentes y gente trabajadora; sin “paletas” ni “grados académicos”.
La Historia previa a esa truncada Reforma Agraria, y hasta la actualidad, puede conocerse bien y con humildad sin apellidos: en el reinaugurado Museo de Santiago, dirigido diligentemente por Andrés Mosqueira. El profesor Mosqueira no se sobrejustifica en credenciales tremebundas ni soberbia para validar su prestigio y el del Patrimonio de su comuna. No anda encuclillado, encubillado, ni apollerado: se vale por su trabajo diario y conocimiento específico del vecindario que debe defender con ahínco en su Gestión. Proceso favorecido por el Gran, pero tranquilo progreso en la administración de nuestra alcaldesa Hassler.
Quién ose decir que el Director de un Museo de tamaño valor Patrimonial debe estar en posesión de un “doctorado” para validarse ante el Estado, está en lo incorrecto: esas porquerías las venden a Granel en Univerzidadez Peninzularez. Si no creen en eso, métanse el Diploma por el Allamand. O mejor aún; váyanse a comer cochayuyos deshidratados: después los enchufan y ya armaron la curatoría. ¡Sin ninguna crueldad animal, salvo la tontera humana que anda cada día más insufrible!
El resentimiento de uno proviene de allí. Y allí se tiene que agotar en el largo plazo, para volver a reencontrarnos como personas humanas y civilizadas; siempre y cuando estemos dispuestos a limar nuestras asperezas. Uno no es bautizado, todavía.
Conocí al profesor en el conversatorio de una exposición donde oficié como escritor; gracias a los inconmensurables aportes de George Lee Vidaurre y Guillermo Machuca, entre otras grandes personas que todavía siguen creyendo en “el arte” como manera de politizar el mundo; no me refiero a quienes lo ofician con honradez, y a conciencia de que eso es puro fetichismo de las mercancías.
Tampoco a quienes trabajan en espacios independientes que han sido cubiertos por este medio de difusión; allí, donde el arte contemporáneo tiene estilo propio y relativo a su vecindario.
Una casa con Historia, y no poca.
Agradecidamente, en UNA CASA CON HISTORIA, no veo arte por el arte; no es político, es “artístico”. Veo belleza, en una impecable restauración de la que esta Administración Municipal puede jactarse en casi todos sus créditos.
¿Casi todos? Los principales autores somos quienes vivimos y trabajamos en Santiago, impecablemente intelectualizados por el profesor y el equipo ampliado de la Municipalidad. Cada día están más cerca de beneficiarnos en derechos de acceso cultural gratuito y de calidad como debió haber correspondido desde que pensaron en afanarse el Fundo, esos vivarachos del otro lado.
A diferencia de otros espacios de la comuna –con tan evidente sesgo que no pasan piola–, la Museografía implementada aquí, carece de ideología(s) más allá del bienestar con sinceridad, para todas y todos los vecinos del Casco Histórico. El profesor, como también su colega: la concejala Concha; saben a la perfección que vivimos vecinos de izquierda, centro y derecha.
Del mismo modo, asumen que deben hacerse cargo de vecinos que se vieron obligados a migrar: sus vidas, como también la mía, han corrido riesgo cuando el contexto se ha puesto hostil. Esas memorias son narradas sucintamente, en primera persona y con las palabras precisas; sin exageraciones, expresiones rimbombantes u omisiones a conceptos que en otras partes siguen usándose para no nombrar las violencias del pasado con todas sus letras.
Con la misma sinceridad, no se mencionan lazos ni unidades sociales donde nunca los hubo; también se (re)bautiza a los pueblos y sus habitantes, desde lo ancestral a nuestros días. Quienes pasaron por la comuna antes de su fundación, durante; quienes fueron golpeados y sobrevivimos con secuelas, hasta quienes la siguen visitando con cariño, pueden ver en la ex-Casa Colorada un lugar donde se recoge parte de su memoria. El Museo de Santiago alude con Historia, y no poca.
¿Enemigos poderosos?
Desafortunadamente para la hostilidad, esta Museografía no trata de embellecer nada con faramallas academicistas que podrían recaer en el fetiche alienígena de “un enemigo poderoso”. Por cierto, cabe mencionar otro impecable oficio: el de la periodista Marcela Fuentealba; quién a pesar de su origen en otra comuna, conoce suficientemente los vericuetos urbanos de Santiago; donde algunos hemos caído desprevenidos.
Fuentealba –la jenerala–, a su vez conoce muy bien Santiago de Memoria (Roberto Merino). También conoce la pintura de artistas como Natalia Babarovic y Hugo Cárdenas; ilustre visita, e ilustre vecino que expuso sus elocuentes pinturas en Posada del Corregidor, hace un año. No me cabe duda de que para esas y otras personas del campo cultural, mi gran amigo fue ante todo un artista. Lo que hizo o dejó de hacer con su vida es un mero dato anecdótico que la Historia como “ciencia” moderna se encargará de juzgar; ¿Habrá “doctorados en historia del arte decolonial” cuando eso suceda?
Difícilmente los habrá si siguen invirtiendo mal los recursos –no les pertenecen– en exposiciones donde más que Cuerpos y Territorios, abunda la literatura mediocre; es mediocre quien tiene que justificar que no lo es…
Por un momento pensé que estaba escuchando a otra entrañable vecina: la ensayista Rita Ferrer; quien hace del comidillo noticioso unos estupendos análisis de categoría literaria, mientras agasaja a su visita con generosos productos de temporada disponibles en el Mercado y la Vega Central. Es curioso que a pesar de sus orígenes y caminos en otras comunas, hoy ella esté gozando en plenitud de sus Derechos de Ciudadanía, gracias a su esforzado trabajo en diversos sectores productivos mucho más amplios que ese gallinero. Espero no volver a criticar ahí, hasta que sepan comportarse; no como “autoridades”, si como personas.
Comuna de reconocimiento
No hay para que pararse… Batuco quizás nunca existió; como si George Lee Vidaurre, en el sentido artístico y de grandes valores humanos, que hoy me permiten atesorar su obra temprana –pero contundente, aunque frágil– en mi “colección personal”. Quizás yo no deba seguir resguardando su Patrimonio. El fue un artista interesado más en lo público que lo privado, y por lo tanto su memoria tendría que ser resguardada allí: donde mismo fue premiada, en la categoría de artes mediales.
Antes de que las Artes Mediales se autonomizaran –a pesar de lo otro– George Lee Vidaurre ya era reconocido como artista y pintor. Más allá de que las Instituciones funcionaran correctamente o no, el fue un joven romántico; quizás boludo, pero poco. Era tan trabajador, que pintaba a deshoras. Esta Municipalidad y también la de Ñuñoa, lo reconocieron antes de que unos “bacanes que acamalan” las echaran a perder; de pura cueva y no poco ahínco se pudo revertir en gran parte. A pesar de que el nunca dejó de intentarlo…
A el le debo mi vida: cada día que miro sus recuerdos en pinturas sobre vidrio, recuerdo eso que nunca se puede volver a repetir. Sin mencionar la palabra maldita, mi amigo –ahora bajado del pony de la “grandeza”–, cultivaba una belleza similar a la de Adolfo Couve. Otro incomprendido más: el novelista. Si no has estado al borde de perder la vida por otros; si más encima no has leído su literatura con atención, y si todavía osas denigrar su nombre porque te dijeron que era “un viejo mañoso” …
Párate, pero en Cartagena; y si quieres: vuelve. Después de eso recién podríamos volver a conversar de lo otro. El día que dejen de lado sus recetarios importados de Occidente, sin conocer lo suficiente a los perros mojados; estaríamos en condiciones de conversar sin resquemor.