El matinal Alwynista, higienizado de conflictos y empapado de acuerdos, ha sido el dispositivo más flexible, fluido y eficiente para domesticar la vida cotidiana escenificando día a día aquello que el coro transicional sentenció. Un dispositivo de gobernanza que fragmento la convivencia, centrada en un historial de relaciones obsecuentes entre viejos militantes de izquierda, grupos de presión, conversos y guionistas del marketing, reyezuelos de la edición, y funcionarios civiles de la Dictadura cincelaron el fetiche del capitalismo alegre.
Toda genealogía del matinal se vincula, de una u otra manera, a la post-dictadura. Tal formato de la fragmentación, sea con Neme, la Cony, Julito o la Monse, ha devenido en el «Reyno de lo doméstico» que destruyó la palabra pública. Un living oceánico, un yo expansivo, un formato de los flujos, que sentó las bases de la subjetividad neoliberal al confiscar la lengua de los políticos y acelerar el vaciamiento de la comunicación estatal.
Y cabe admitirlo: ha resultado tan eficiente el control de la vida cotidiana por parte de los matinales que ello incluso alcanzó los discursos dominicales de Carlos Peña. En suma, aún funciona -aunque a menor escala- aquel formato que ayudó a colonizar por más de tres décadas el sentido común, so pena de que fue radicalmente denunciado por el «pedrada octubrista» (2019). Contra la ola negra que representó la revuelta se ha desplegado un nuevo rectorado visual que -pese al estallido- aún controla el relato medial, sobreviviendo a su propia destrucción que condenó su propio desde sus desigualdades, clasismos e injusticias cognitivas. El matinal como un infinito «meme» sobrevivió a su propia derogación el 2019 y con versatilidad ha infiltrado las demandas populares de los retiros de las ‘AFP’ (10%).
Y cabe remarcarlo; cultivó el colonialismo del sentido común donde el neoliberalismo derrotó a la política. Un formato lleno de silogismos de orden, capaz de tornar prevalente un espacio semiótico de una eficiencia neutralizante para aquietar toda insurgencia o imaginación popular alternativa.
Ello obliga a un examen más reposado para terminar de dimensionar su intenso estatuto político y no derivar de golpe a los nuevos consumos del Chile millenniall. El matinal es la post-televisión. Más allá del aluvión de las redes sociales y su combustible, la participación ciudadana fue desplazada por el rating. Lo popular fue sometido a una despopularización, lo social fue transado por lo estadístico. La gobernanza cedió a una economía mediática pacificadora de los antagonismos. Lo político fue desplazado por el consumo suntuario.
Por fin el matinal tuvo sus horas más intensas cuando cultivó el imaginario del pueblo extraviado de la oligarquía rentista: los grupos medios masificados, con su vaivén exitista y su voluptuosa decadencia.