Para que triunfe la opción rechazo bastaría que confluyeran algunos factores decisivos. Primero, es necesario que la ciudadanía apruebe o rechace el texto ofrecido según cuán creíble y confiable perciba a la Convención. Si la gente cree que la Convención hace mal su trabajo, deducirá entonces que el texto fruto de ese trabajo mal hecho también es malo para el país, y debería ser reprobado.
Si en el plebiscito del próximo año gana la opción rechazo y, por consiguiente, se desaprueba el texto elaborado por la Convención, seguirá vigente la actual Constitución, la del 80, la de Pinochet, o sea, la impuesta por la dictadura y enmendada después. Estas son las reglas del juego convenidas en el acuerdo del 15 de noviembre de 2019 así como en las posteriores deliberaciones del Congreso, y es lo que quedó escrito en la ley fundamental.
Quienes llamen a votar por el rechazo no sólo estarán convocando a una acción legal del todo legítima, sino que buena parte ―un millón 600 mil electores― estará reiterando la negativa que marcó en el voto el 25 de octubre de 2020, cuando se opuso a cambiar la Constitución y al diseño de la actual Convención Constitucional. Ese sector político, que no aceptó el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución por el que se inauguró el proceso constituyente realmente existente y que, sin embargo, postuló candidaturas y logró instalar convencionales en la asamblea, tampoco tendrá problemas en volver a impugnar el trabajo realizado por el órgano constituyente. No innovar está en la naturaleza de aquella minoría de choque cuya principal motivación ha sido siempre defender la herencia institucional del régimen civil militar.
Bernardo de la Maza, ex convencional de Vamos por Chile, ha declarado inequívoco tras haber realizado una gira por los territorios: «están desprestigiando la Convención para que, finalmente, en el plebiscito de salida sea rechazada la nueva Constitución, lo que de todos modos creo que es muy difícil que se vaya a producir».
Pero, ¿es difícil que gane el rechazo en el plebiscito? No lo es. Como sugiere Yascha Mounk en El pueblo contra la democracia, desde 1930 que el régimen democrático no atravesaba por una vulnerabilidad tan abierta como la actual, siendo uno de sus flancos más débiles la incapacidad de sus prosélitos para formar gobierno y frenar a los ignorantes. Son condiciones objetivas de un rechazo mayoritario y de un gobierno de derechas que solo podría ejercer bajo la Constitución vigente.
Para que triunfe la opción rechazo bastaría que confluyeran algunos factores decisivos. Primero, es necesario que la ciudadanía apruebe o rechace el texto ofrecido según cuán creíble y confiable perciba a la Convención. Si la gente cree que la Convención hace mal su trabajo, deducirá entonces que el texto fruto de ese trabajo mal hecho también es malo para el país, y debería ser reprobado.
Segundo, es preciso que una autoridad con ascendiente en el debate público, que sea independiente de la Convención, de los partidos políticos y de los movimientos ahí representados, emita este juicio con pretensiones de neutralidad valorativa. Si la gente cree que el mejor jurado para reputar el trabajo de la Convención es la ciudadanía, y que la voz de la ciudadanía es revelada por las encuestas, especialmente, cuando éstas se exhiben regularmente, como modelos en pasarela, entonces actuará conforme a la deslucida impresión que de ella entreguen los sondeos de opinión.
Tercero, es menester que los medios de comunicación reconozcan la validez y confiabilidad de las encuestas y la interpretación que las encuestadoras hacen de sus datos. Si la gente cree que lo que dicen los medios de comunicación es «la verdad» revelada por las encuestas acerca de cómo piensa votar la ciudadanía en el referéndum, entonces tomará su decisión influida por la idea que le proporcionan tales filtros.
La afirmación general es que la victoria del rechazo en el plebiscito es factible en la medida que las fuerzas de la transformación entreguen la Convención Constitucional a los herejes de la democracia, dejen libre el camino al negocio desregulado de las empresas de investigación de mercado, y sucumban a la seductora posverdad de los medios de comunicación hegemónicos.
La vía ensayada hasta ahora por la ultraderecha es la insoportable excitación de la opinión. Es la odiosa exaltación de un país que ya no se soporta a sí mismo, especie de réplica del pesado lastre dejado a Estados Unidos por la administración Trump; «un país polarizado, una movilización por la justicia racial sin precedentes, un poder judicial escorado a la derecha, una manera crispada y agresiva de estar en la vida pública». Y un caldo de cultivo ideal para sembrar la mentira y la demagogia, como es el cuerpo electoral de casi quince millones de chilenos y extranjeros que ahora tendrán el deber cívico ineludible de ir a votar. Desde luego, en más de un día.
En el mes de julio, según la encuesta Pulso Ciudadano, el 27 por ciento de los entrevistados tenía poca o ninguna confianza en la Convención, pero a fines de octubre esta cifra llegó al 48 por ciento, y la tendencia exhibida es creciente. Ese mismo mes de julio, de acuerdo a la encuesta Cadem, solo el 6 por ciento de los encuestados estaba dispuesto a votar por Kast; hoy lo está el 24 por ciento.
Poco antes de las primarias, Cadem pronosticaba que Jadue obtenía el 54 por ciento de adhesión, contra el 40 por ciento de Boric. Después de las primarias la encuestadora hizo público un sondeo que le otorgaba el 53 por ciento a Boric y el 43 a Jadue. Finalmente, la ventaja del frenteamplista respecto del comunista fue del 60 contra el 40 por ciento. El gerente de Cadem, Roberto Izikson, nunca ha podido aclarar el vertiginoso vuelco de sus aventuradas predicciones. Pero la brecha entre una y otra medición tiene una explicación técnica, y es que la empresa elige la respuesta al cuestionario al momento de escoger al público de la pregunta. Esto es algo que permite el procedimiento empleado, pues el control sobre la muestra seleccionada es lo suficientemente laxo y discrecional como para proponerse 7 mil números telefónicos para terminar quedando con los mil que le interesan al encuestador.
Un día sabremos cuánto incidieron estos factores en la derrota de Jadue frente a Boric, en el triunfo de Orrego sobre Oliva, y en el amargo vacío político de Sichel ante la potencia expansiva del ultranacionalista Kast. Es un hecho categórico que son éstas las jerarquías de poder político, económico y de prestigio que operan en la formación de la política democrática, y las que empiezan a moldear el desenlace del proceso constituyente.