Nos enfrentamos, de hecho, al problema del poder de una manera especialmente radical, porque nosotras estamos construidas muy directamente por el enemigo al que queremos derrocar.
Clara Serra
El poder no sabe cómo nombrar a Izkia Siches. Por todos los medios intenta descalificarla, rebajar su estatus de dirigenta a través de las ofensas que le propina la misoginia. Articulando todos los discursos de odio contra su color de piel y la clase. Usando el bajo recurso de las noticias falsas. Ahora, para no nombrarla mujer, le llama directamente zorra, adjetivo o sustantivo al que más de una vez nos ha enfrentado la cultura patriarcal, el cual -además de ser una de las miles de formas en que se expresa como tabú la palabra vulva- sirve para reprocharnos el no ser todo “lo mujer” que debiésemos ser, dada nuestra forma anormal de llevar nuestra sexualidad. Más bien, perdemos el derecho que el poder nos confiere a ser llamadas mujeres, entonces somos putas, indias, monas, zorras, yeguas, perras.
En el caso de la presidenta del Colegio Médico, no es propio de “lo mujer” su forma de hacer política, en tiempos donde la pandemia habilita un escenario de reivindicación del valor de lo femenino como propio del espacio doméstico. No es casual que el poder escoja, entonces, una fábula como soporte literario. Más bien, su utilización llega a ser burda, una imagen casi referencial de las formas en que se ejercen las pedagogías de la crueldad en los medios de comunicación. Aquellas que nos han enrostrado una y mil veces el mandato de lo masculino.
Este intento desesperado, nos demuestra cómo los feminismos han interpelado las brechas del poder, han utilizado sus fisuras, para avanzar en la disputa política de todos los campos de la vida. “Todo parece ser una excusa para la lucha feminista”, responde el poder. Descolocado con que no seamos una moda pasajera que pueda desvanecerse frente a “la verdadera política”.
Anonadado, con el descontento generalizado que les obliga a bajar su campaña publicitaria, en la que se sitúa la violencia de género desde su naturalización en el núcleo familiar. La nieta sufre la misma violencia que la abuela, pero es el abuelo violentador quien nos habla desde la victimización, aquella que busca que comprendamos la naturaleza cíclica de la violencia en la familia: perdona a tu pololo, tal como tu abuela me perdonó a mí. ¿No es sino este el mensaje que nos deja el vídeo? “Júzguenme por lo que haga de hoy en adelante”, señaló la no ministra Macarena Santelices al asumir su cargo, ante las críticas fundadas del movimiento feministas, no solo por su nulo conocimiento y experiencia en el tema, sino también por sus prácticas que como alcaldesa la llevaron a desestimar casos de acoso sexual, promover a la cosificación de la mujer, o “a celebrar” los 8 de marzo con dobles de artistas y sin una sola palabra sobre la violencia de género.
Ser mujeres en política no es lo mismo a una política feminista, y este último ejercicio es el que le molesta al poder. No hay, ni probablemente habrá, una columna en La Tercera que hable así de Marcela Cubillos, de Jacqueline Van Rysselberghe o de la misma no ministra de Mujer y Equidad de Género. Al poder le molesta que Iskia sea la primera mujer en presidir el Colegio Médico en plena revolución feminista, y propone a cambio disputar la presidencia para recuperar un club de campo, símbolo de la política entre caballeros.
Ser feminista en política implica asumir nuevas formas de disputa del poder para la emancipación de todas, todos y todes. Con ampliaciones sustantivas para la democracia que permitan transformaciones estructurales en el Estado Patriarcal. Por esto, llama la atención que una de las respuestas más bulladas a Escobar venga encabezada por abogadas como Paula Vial, actual defensora de Nicolás López -director de cine chileno acusado de abuso sexual- quien a contrapelo del movimiento feminista dijo creerle a él, argumentando que había “una decisión política de perseguir a Nicolás”. Su gesto intenta indicar que sí, podemos ser feministas y estar del lado de los agresores. Claro, está mal decirle a alguien zorra en un medio de comunicación masivo, pero está bien negar los relatos de violencia sexual. Ella quiere representar el feminismo de la cordura, aquel en que se puede conceder al poder, que hay un cierto espectro político en el cual las feministas “nos hemos excedido”, “hacemos denuncias falsas”, actuamos en el borde de la locura. En definitiva, nos desviamos de aquella norma de “lo mujer”.
Por suerte, podemos decirle a Vial, a Escobar, a la no ministra, y a todos quiénes se sitúan desde los espacios de confort del poder, que como Izkia, las feministas cambiaremos de piel las veces que sea necesario para desafiar la comodidad del patriarcado. De este lado, cada día somos más las bestias feministas.
Sofía Brito, escritora feminista.
Rosario Olivares, profesora y académica feminista.