Andrés Allamand siempre creyó ser la figura natural que debía liderar la derecha democrática; sin embargo, nunca logró serlo. La historia le dijo otra cosa. Piñera fue quien pudo llegar a la casa de gobierno democráticamente y no él. Y eso pareciera que lo hizo tratar de apostar para jugar al duro. Una vez que no pudo ser lo que quiso, intentó ganar puntos con los que nunca lo pudieron ver, con los que lo miraban con sospecha y olían traición cada vez que pasaban cerca suyo. Pero lo hizo mal. Porque todo lo hace mal. La política le arranca y los hechos siempre se desarrollan en la vereda contraria a la que él está.
Debe haber pocos placeres hoy en día como ver a Andrés Allamand, una vez más, fracasar. Ya lo hizo con la idea de “rechazar para reformar”, recurso retórico malo por lo evidentemente vulgar que sonaba incluso para el más lejano a temas constitucionales. Y ahora, ayer para ser más específico, con el anuncio de que los inmigrantes que no tuvieran regularizada su visa en Chile no podrían acceder a la vacuna, tal vez el único logro de este gobierno.
Fue tal la torpeza de esto último, que Extranjería, que no se ha caracterizado por tener un particular aprecio por la inmigración, lo desmintió.
Uno puede hacer muchas teorías al respecto, preguntarse la razón por la que usó La Moneda para dar este mensaje en días en que el sistema de vacunación estaba siendo aplaudido en otras partes del mundo. Se podrá decir que este es el ejemplo más claro de su xenofobia o que lo que vimos fue otro caso en el que se explicita su visión sobre la inmigración y cómo debe ser tratada, y claramente hay de todo un poco en lo sucedido. Pero más allá de eso, lo que cabe destacar es la nula habilidad política con la que Allamand ha funcionado y sobrevivido por años.
Cuesta creer que haya una persona tan mala para hacer lo que, al parecer, ama. Toda su historia con su sector ha sido un constante tira y afloja. Nunca lo quisieron porque, durante fines de los ochenta y comienzo de los noventa, lo consideraron “blando”, de una derecha que trataba de escapar, al menos en los gestos, del pinochetismo explícito, aunque haya, de todas maneras, apoyado el Sí y, por ende, apostado por la continuidad del dictador.
Por mucho tiempo se sintió algo así como un paria por haber participado en acuerdos con la Concertación; escribió libros y se quejó de los “poderes fácticos”, como si estuviera descubriendo algo nuevo en el escenario nacional; y lo cierto es que todo lo hizo con más escándalo que eficacia.
Nunca cambió nada de lo que dijo querer cambiar. Fue, con Sebastián Piñera, parte de esa derecha que decía que quería reconciliarse con la democracia; pero ese tipo de democracia era más bien una extensión institucionalizada de las lógicas que Chile vivió durante diecisiete años.
Él siempre creyó ser la figura natural que debía liderar la derecha democrática; sin embargo, nunca logró serlo. La historia le dijo otra cosa. Piñera fue quien pudo llegar a la casa de gobierno democráticamente y no él. Y eso pareciera que lo hizo tratar de apostar para jugar al duro. Una vez que no pudo ser lo que quiso, intentó ganar puntos con los que nunca lo pudieron ver, con los que lo miraban con sospecha y olían traición cada vez que pasaban cerca suyo. Pero lo hizo mal. Porque todo lo hace mal. La política le arranca y los hechos siempre se desarrollan en la vereda contraria a la que él está.
Ahora la pregunta es cómo es posible que una persona de tal incapacidad maneje un ministerio como el de Relaciones Exteriores. Parece importante replantear su cargo, porque es más que claro que no tiene mucho conocimiento de él, y que no hay mucha comunicación con otros ministerios aunque les dé tareas como, por ejemplo, no vacunar a cierta gente.
Intentó solucionar un tema que le compete, poniendo en Salud la responsabilidad de negarle la vacuna a personas de otros países. Lo dijo como un acto de nacionalismo, pero al hacerlo no solo estaba comprometiendo a la población del país, sino también iba en contra del más básico concepto de lo público.
Cierto, estos discursos dan réditos en días en que hay una parte de la población que se siente amenazada por el extranjero, responsabilizándolo de su cesantía, como si eso no fuera un problema sistémico; pero ni eso le sale bien a este personaje. Ni algo tan fácil como el populismo de derecha lo puede hacer inteligentemente. Es un eterno fracaso.