lunes, octubre 14, 2024

El poder constituyente

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¿Qué ocurrió en 2019? Se desató el octubrismo, sostiene la derecha del rechazo. ¿Y qué es el octubrismo? Es el asalto, el saqueo, la insurrección contra Piñera, confirma la misma derecha heredera del peor régimen de violencia que se recuerde en la historia de la república. ¿Pero fue realmente y sólo esto lo que ocurrió en 2019, o hay algo más?

De entrada, la comprensión de 2019 no es cosa juzgada y no lo será por décadas. La disputa política, ideológica y axiológica sobre aquel acontecimiento no es algo que pueda zanjarse a través de un acuerdo firmado sobre papel sellado. Y no puede ser dirimido ahora porque es parte del desenlace de un suceso todavía en curso que podría prolongarse por años. La derecha del rechazo hará ver el fenómeno como un caos circunstancial, creado deliberadamente por los levantiscos en medio de la normal vida política e institucional del país. De esta manera querrá hacer intrascendente e innecesario el cambio de la Constitución de 1980 e, incluso, su sola reforma, apropiándose del 62 por ciento arrojado por el último plebiscito como justificación legitimadora de tal desembozo.

El octubrismo, sin embargo, existió y, aún vigente, no engloba toda la ruptura que el país vivió el 2019, porque no expresa su plena diversidad. Tampoco la denominación octubrista admite ser reducida a la pura violencia que le imputa la derecha del rechazo. Y, como ha reiterado Manuel Canales, la demanda secular de octubre no es solamente política y, en consecuencia, no es encuadrable en la expectativa de una nueva Constitución. Entre qué es octubre y qué no lo es tampoco existe una frontera distinguible. ¿Es lo contracultural frente al statu quo? ¿Es lo contra institucional frente al poder constituido? ¿Son las incivilidades contra la protesta dulce? ¿Son los testimonios evasivos de los colegios emblemáticos del 7 de octubre o los millones de personas movilizadas el 25 de octubre?

Octubre es la guerra declarada de Piñera y su fallido intento de golpe blanco. Es la quema organizada de las estaciones de Metro. Es el multitudinario alzamiento de un país ante la amenaza de regresión autoritaria. Es la represión generalizada y sistemática contra la población. Es la colusión del Instituto Nacional de Derechos Humanos y la fuerza represiva del Estado. Es la excepción constitucional que restringe las libertades civiles y políticas y permite el abuso y la humillación. Octubre es más de treinta muertos, sobre once mil detenidos, gente en prisiones preventivas, medio millar de mutilados, torturados y ultrajados. Y es una Justicia que siempre llega tarde donde nunca pasa nada. Octubre es la destitución del ministro del Interior y el mutismo del ministro de Defensa, que nunca dio con los responsables de los ataques a la infraestructura crítica. Octubre es, en fin, el proceso constituyente que se abre sin horizonte de clausura.

Lejos de todo falseamiento histórico, la cuestión crucial es que “si el país seguía en esa escalada de violencia que estábamos viviendo para el 15 de noviembre, la misma gente de derecha le habría pedido a Piñera que se fuera”, como explicó en su momento con escasas reservas Jacqueline van Rysselberghe.

Hoy podría ocurrir lo mismo con Boric. ¿Por qué? Porque aquella fuerza democrática que emerge del carisma de la movilización de masas, que irrumpe, quiebra, interrumpe y desquicia la gobernabilidad y estabilidad vigentes en 2019, y que es mediada constitutivamente por la racionalidad legal del Gobierno, el Congreso y los partidos políticos en el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, continúa latente. Sigue palpitando en las entrañas de una revolución social divorciada de la política y que, en consecuencia, vaga a tientas y excéntrica en busca del equilibrio, la cooperación y la libertad, con el grave peligro de degenerar en violencia revolucionaria y en terror represivo.

Como hace tres años, los bienes que están en juego son la dignidad y derechos de las personas, la paz cívica y la continuidad del gobierno, y su garantía, contrario a lo que se piensa, trasciende los caprichos de la derecha del rechazo, y hunde sus fuentes en la potencia disruptiva y expansiva de la demanda social.

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