El matón del colegio: la derecha y su victimización a través del concepto de la “cancelación”

La derecha ha encontrado en la figura de la “cancelación” una conveniente forma de despojarse del rol del agresor, para convertirse en el del agredido. La pregunta es: ¿Se está “cancelando” a alguien cuando se le hace ver que miente o que está descalificando? ¿Tenemos que entender también por “cancelación” el repudio generalizado a las burlas del diputado republicano Johannes Kaiser contra la parlamentaria trans Emilia Schneider, o el rechazo hacia las amenazas de fusilar gente realizadas por el empresario osornino Pedro Pool?…
Agencia Uno

Cuando éramos chicos -probablemente la frase se siga utilizando- era recurrente oír a alguien más grande aconsejar a un niño que estaba siendo violentado por otro de mayor edad o contextura física, de la siguiente forma: “Cuando te haga algo, dile: ¡Métete con uno de tu porte!”.

Era una suerte de estrategia discursiva que buscaba persuadir a ese típico niño matón del colegio de que lo que estaba haciendo estaba mal, que era un abuso, que probara hacer lo mismo con alguien que estuviera en sus mismas condiciones, a ver cómo le iba.

Y en algunas ocasiones ocurría que, cuando de pronto aparecía ese niño de “su porte” que ya no toleraba más los abusos en su contra o hacia otros niños, el matón del colegio iba por lana, pero salía trasquilado. ¿Qué seguía luego de eso? Venía el llanto del eterno agresor, y la acusación en contra de quien esta vez había decidido defenderse -o defender a otro par- dándole de su propia medicina.

Es un poco lo que ocurre hoy con los discursos de odio y abundantes mentiras de la derecha chilena, sobre todo en el contexto del proceso constituyente que vive nuestro país. De a poco ese sector ha ido logrando instalar -como hacía el niño matón apuntando con el dedo escondido en la falda de alguna profesora- la idea de que el agredido en realidad es él, a través de un concepto que cada vez se repite más: el de la supuesta “cultura de la cancelación”.

En teoría y en palabras simples, la “cultura de la cancelación” es aquel silenciamiento que se aplicaría a quienes realizan acciones o comentarios que una mayoría de la sociedad considera como reprobables, traduciéndose esto supuestamente en un ataque a la libertad de expresión.

“¡Ese es el ideologismo presente, cancelar!”, le espetó este domingo en el programa Estado Nacional de TVN el adherente del Rechazo, René Cortázar, al ex convencional por el Apruebo, Fernando Atria, esto luego de que este último dijera lo siguiente: “Me sorprende escuchar a René Cortázar porque es escuchar a los partidarios del para el plebiscito del 5 de octubre (…) Decían que si ganaba el NO, Chile se iba a convertir en Cuba”.

¿Mintió Atria? ¿Realizó alguna descalificación o ataque personal, como acusó Cortázar? ¿Censuró Atria a Cortázar; le impidió hablar? No, lo que hizo fue constatar un hecho: frente a este plebiscito, los representantes del Rechazo han optado por mentir abiertamente sobre el contenido de la nueva Constitución, e intentado instalar a través de esas faltas a la verdad el miedo en la población, llegando a afirmar hasta el cansancio, por ejemplo, que esta no garantiza el derecho a la propiedad, lo que está absolutamente establecido en el artículo 78 de la propuesta emanada desde la Convención.

“Ahora resulta que resaltar la similitud entre los argumentos de hace 30 años para el y los de ahora para el Rechazo es ‘cancelación’, ‘ataque personal'”, escribió luego Atria en su cuenta de Twitter, como respuesta a un mensaje dejado por el senador Felipe Kast, quien cuadrándose con Cortázar, acusó igualmente una supuesta “cancelación”.

Y es que la derecha chilena ha encontrado en el concepto de la “cancelación” una conveniente forma de despojarse del rol del agresor, para convertirse en el del agredido. La pregunta es: ¿Se está “cancelando” a alguien cuando se le hace ver que miente o que está descalificando? ¿Tenemos que entender también por “cancelación” el repudio generalizado a las burlas del diputado republicano Johannes Kaiser contra la parlamentaria trans Emilia Schneider, o el rechazo hacia las amenazas de fusilar gente realizadas por el empresario osornino Pedro Pool?…

En una conversación reciente con La voz de los que sobran, la socióloga, Doctora en comunicación e investigadora, Chiara Sáez, profundizó precisamente en este fenómeno que está ocurriendo con el uso del concepto de “cancelación”, explicando cómo opera: “Yo voy a hacer mi show, voy a ver a quién provoco, provoco una reacción y luego me victimizo. Entonces, digo: ‘Ay, me están cancelando, están vulnerando mi libertad de expresión'”.

A juicio de la socióloga, se trata de “un juego muy perverso, porque -claro- uno quiere reaccionar porque efectivamente se siente provocado y le da rabia porque no le parece justo”.

En ese sentido, Sáez enfatiza que “es súper difícil el equilibrio entre tratar de ponerse en otro espacio para la discusión, o rebajarse y en el fondo pisar el palito, que es lo que a mí me parece que está pasando con algunas decisiones, acciones, que se toman precisamente para contrarrestar estas malas prácticas de desinformación”.

¿Y qué termina ocurriendo cuando se pisa el palito, cuando aparece el “de tu porte” que encara al niño matón del colegio?: En palabras de la socióloga, diríamos que “al final (…), el que quiere prevenir las malas prácticas, termina siendo el ‘mala persona’ de la relación”.

Bajo esa lógica aplicada por la derecha, “cancelar” sería entonces también criticar a la ex convencional Teresa Marinovic por insultar a sus pares durante un punto de prensa; repudiarle a Patricia Maldonado haberse burlado de la ceguera de la senadora Fabiola Campillai, o rechazar que Alberto Plaza festine con la figuración en los registros electorales de personas que fueron hechas desaparecer durante la dictadura civil-militar.

Una reflexión que realizó de hecho el periodista Felipe Bianchi frente a lo escrito por Plaza, adviertiendo el comunicador que “después se victimizan porque merecidamente la gente les critica su feroz deshonestidad argumental. ‘Nos cancelan por pensar distinto’, dicen”.

Se trata de un empoderamiento perverso de parte de la derecha, de una apropiación de valores y prinicipios que no se condicen con lo que en la práctica ha realizado y defendido ese sector. Es decir: ¿cuál es el piso histórico y ético desde donde se paran los representantes de partidos como el Republicano, la UDI o RN para levantar como propia, por ejemplo, la lucha contra la delincuencia, cuando dos de sus principales referentes, Jovino Novoa y Jaime Orpis, fueron condenados por delitos de corrupción, debiendo uno de ellos pagar con cárcel? ¿Cuál es el piso histórico y ético desde donde se paran estas mismas personas para hacer suyo hasta la majadería el discurso en contra de la violencia, si hasta hoy defienden una dictadura que arrojaba cuerpos de opositores al mar amarrados a rieles o violaba a mujeres con un perro adiestrado?

La respuesta es que simplemente carecen de aquel piso, pero no así de la legitimidad que una vez acabada la dictadura sus propios adversarios políticos les han brindado para levantar como suyas banderas de luchas que, por sentido común, no les pertenecen.

Es lo que ocurre, por ejemplo, cada vez que los llamados sectores progresistas se cuadran detrás de la exigencia que un simpatizante de Augusto Pinochet les realiza de “condenar la violencia venga de donde venga”; incluso aquella que se ejerce supuestamente afuera de nuestras fronteras, en gobiernos electos democráticamente, pero que a juicio de la derecha no son más que “dictaduras”.

¿Todas las violencias son condenables? ¿No es acaso una reducción intelectual peligrosa empatar, por ejemplo, a un manifestante que arroja una bomba incendiaria a un carro blindado, con la de un policía que, sin enfrentar un peligro inminente, dispara lacrimógenas y perdigones a los ojos de un grupo de esos manifestantes? ¿No es el llamado a “condenar la violencia venga de donde venga” justamente el mantra más conveniente para un sector que históricamente la ha ejercido en contra de otros?

En Chile, al menos, la “cultura de la cancelación” simplemente no ha tenido lugar. Su instalación como algo que al parecer estaría llevándose a cabo, no es más que la fórmula discursiva y mediática perfecta que encontró la derecha para no asumir “como grandes” las consecuencias que, a diferencia de ayer, cuando sus acciones estaban normalizadas, les significan hoy el denostar a alguien por una condición sexual, el realizar apologías a criminales o violaciones a los Derechos Humanos, o el ser descubiertos instalando fake news frente a una población cada vez más aguda en términos de la información que circula.

Se trata de una conveniente victimización de los sectores que por siglos han sido los generadores de distintas formas de violencia -a través de una economía que genera miseria, de fuerzas represivas que son usadas ideológicamente, de la negación de derechos hacia las diversidades sexuales, de la depredación medioambiental para usufructo individual o del despojo territorial contra comunidades ancestrales-, y que al ser desnudados en su accionar lloran en los set de televisión que amparan su deshonestidad intelectual, como si estuvieran en el centro del patio del colegio apuntando con el dedo a aquel otro niño que se cansó del abuso del matón del colegio.

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