El gesto de Boric

El gesto está abierto y requiere del respaldo de las fuerzas de izquierda y del progresismo, así como de las organizaciones pro-palestinas para que, eventualmente, se pueda avanzar hacia una política internacional diferente. En este sentido, Boric demuestra que se puede hacer lo que la “corrección política” ordena que no cabría hacer, que las relaciones internacionales no son estáticas, no tienen porqué ser siempre las mismas y que perfectamente pueden plantear un asunto ético y político de urgencia que implique un beneficio geopolítico sustantivo.
Foto: Agencia Uno

                                                  

                                                                                                A Ricardo Carmi, por su dignidad

1.- En medio de un proceso complejo de deslegitimación acelerado por el plebiscito del 4 de septiembre pasado, el Presidente Gabriel Boric ha tenido el coraje y la astucia –a pesar de su situación- de abrir un flanco ético y político necesario: por vez primera en las Relaciones Exteriores de Chile, un Presidente de la República comete un interesante “desaire” con un embajador de Israel. “Desaire” le llamó la prensa y la diplomacia conservadora. “Posición” habría que llamarla, en rigor. Pero “posición” que no compromete a Boric solo como gesto personal, sino a la línea de la misma de la Cancillería: “La decisión de postergar la presentación de las Cartas Credenciales debe ser entendida en el marco de la sensibilidad política que generó la muerte de un adolescente palestino de 17 años, en el norte de Cisjordania, durante una operación del Ejército de Israel ocurrida el mismo día de esa presentación.” Declaración clave porque el Ministerio no oculta el problema bajo alguna excusa más “diplomática”, sino que la pone encima de la mesa, visibilizando la situación del asesinato en Cisjordania, es decir, un territorio “ilegalmente” ocupado, por el Estado sionista. Si bien utiliza el término “muerte” (y no asesinato), además de una serie de epítetos que intentan mitigar el efecto del “desaire”, la declaración deja claro el interés del gobierno chileno por los niños palestinos. Mientras, el impasse ha suscitado el asedio de la máquina difamatoria israelí plegado al “partido portaliano” y sus medios masivos de comunicación, sobre el Gobierno, intentando que el adolescente palestino y los miles de palestinos asesinados solo en el curso de este año permanezcan silenciosamente desplazados.

A esta luz, es menester comprender el horizonte estratégico israelí: su despliegue no trata de lanzar toda su artillería solo contra el gobierno de Boric, sino contra los gobiernos latinoamericanos en la eventualidad que estos (como ya ha ocurrido con Venezuela o Bolivia) puedan adoptar gestos similares o mucho más importantes, como cortar definitivamente relaciones diplomáticas con Israel y, en conjunto con otros Estados, pueda terminar por aislarle del concierto internacional, ejerciendo presión para terminar con los 74 años de sangriento colonialismo, tal como ocurrió con la Sudáfrica del apartheid (apoyada por Europa, los EEUU y la venta indiscriminada de armas por parte de Israel).

Porque, Israel es la Sudáfrica del siglo XXI, un Estado-nación basado estructuralmente en el racismo y la “limpieza étnica” desplegada sobre Palestina desde 1948 hasta la actualidad. Tragedia que los palestinos experimentan en el mismo instante en que otros pueblos están en pleno proceso de descolonización. A contrapelo del circuito histórico, que va desde el fin de la segunda guerra mundial hasta fines del siglo XX, la cuestión palestina ve recrudecer el proceso colonial de la entidad sionista en tres fases decisivas que siguen vigentes hasta la actualidad: un primer momento ocurrido en 1948 con la expulsión de miles de palestinos en lo que se conoce como la nakba y en la que tiene lugar una “limpieza étnica” promovida por tres grupos paramilitares israelíes que no aceptaron el plano de bipartición originalmente propuesto por la ONU; un segundo momento que se anuda en la guerra de 1967 cuando Israel diezma a los ejércitos egipcio y sirios, y conquista hacia el norte las alturas del Golán y hacia el sur el Sinaí, pero termina por conquistar los pocos territorios palestinos que hasta el día de hoy llevan por nombre “territorios ocupados” (Cisjordania y Gaza); un tercer momento tiene lugar cuando se firman los Acuerdos de Oslo entre 1992 y 1993 que, básicamente, como queda claro desde que irrumpe la segunda intifada en el año 2000 cuestionando las tratativas de dichos “acuerdos”, es que estos significaron una recomposición de la gobernanza colonial israelí bajo la nueva forma neoliberal que atomizó mucho más la lucha palestina gracias a la creación de una inútil “Autoridad Nacional Palestina” que colabora con Israel funcionando como su más fiel vicariato colonial.

Desde entonces, la cuestión palestina sigue entrampada y la mentada “comunidad internacional”, a pesar de que todos saben (pues los múltiples informes internacionales están absolutamente disponibles), no hace absolutamente nada y profundiza la impunidad de Israel sobre Palestina. ¿En qué consiste el crimen sionista sobre Palestina? Expulsión (1948), ocupación (1967) y apartheid (1992-1993) son procesos que se yuxtaponen y trazan el destino de una misma e impune colonización. A esta luz, los “Acuerdos Abrahámicos” (Acuerdos del siglo) son solo un acápite menor que consuma la invisibilización y silenciamiento de la voz palestina, y la transformación de los palestinos en poblaciones demográficas que les privan de ser un pueblo con capacidad de lucha y articulación ética y política.

2.- En este sentido, es interesante lo que ha hecho Boric porque ha visibilizado un problema que la diplomacia y sus cinismos de toda índole intentan siempre dejar de lado. A esta luz, ha confirmado lo que activistas, intelectuales, ONGs y diferentes actores llevan años denunciando: que Israel es la Sudáfrica del siglo XXI, porque está lejos de ser el país humanitario y liberal que proyecta hacia una parte del mundo (el mundo euroatlántico), sino un Estado con largo prontuario de crímenes que, lejos de ser casuales, constituyen un continuum ininterrumpido de 74 años de historia colonial. Lejos del grito de los defensores del orden, según el cual en la diplomacia chilena “jamás se había producido tal desaire”, mientras no quieren recordar la legitimación que prestó Chile para el golpe contra Chávez o el “desaire” de Cúcuta bajo el mando del piñerismo.

En realidad, la situación contemporánea exige tal “desaire” pues no solo la situación colonial de Israel ha intensificado toda su maquinaria de guerra contra el pueblo palestino, sino que la posición de Chile, como actor pequeño en el campo internacional, no puede estar amparando la impunidad de otros actores, más fuertes y erigidos en potencias regionales (Israel es una potencia regional en Medio Oriente) aliados a potencias mundiales (Europa-EEUU) que violan expresamente al derecho internacional. En términos geopolíticos, a los países pequeños les conviene en demasía que el derecho internacional funcione porque es la única forma de articular alianzas más duraderas que permitan contener los embates –imperiales- de las diversas potencias existentes.

En este sentido, el pueblo palestino –que aquí es lo único importante- no necesita de ayuda humanitaria como plantean algunos buenismos “blancos”, sino apoyo político. Se trata de un pueblo antes que de una población. En este sentido, el gesto de Boric es acertado. Más allá de ello, el modo en que fue hecho, la posición debilitada del Gobierno después de las elecciones del 4 de septiembre y el avance de la derecha en el campo discursivo, hacen difícil que fructifique. De hecho, es muy probable que todo se hunda nuevamente y las relaciones diplomáticas de Chile vuelvan a ser esa pieza de museo dirigidas solo por los “serios” que no toleran a Cuba y a Venezuela, pero no tienen ningún problema con que EEUU bloquee financieramente a países, que Gran Bretaña y su monarquía porte consigo miles de asesinados como prontuario imperial, o que Israel siempre trate de erigirse en la “única democracia de Medio Oriente”, un cliché desmentido diariamente por los hechos más abyectos y sangrientos de su proyecto colonial.

Pero el gesto está abierto y requiere del respaldo de las fuerzas de izquierda y del progresismo, así como de las organizaciones pro-palestina para que, eventualmente, se pueda avanzar hacia una política internacional diferente. En este sentido, Boric demuestra que se puede hacer lo que la “corrección política” ordena que no cabría hacer, que las relaciones internacionales no son estáticas, no tienen porqué ser siempre las mismas y que perfectamente pueden plantear un asunto ético y político de urgencia que implique un beneficio geopolítico sustantivo.

3.- Ahora bien, sabemos que toda crítica al sionismo redunda en la puesta en juego de una máquina de cancelación, persecución y difamación que termina en una sola acusación siempre, independiente qué se diga y quién la diga: el “antisemitismo”. Desde el punto de vista del sionismo –y del sionismo más conservador y ultraderechista actual-, todos quienes criticamos las prácticas racistas israelíes somos, en realidad, una versión nueva de Hitler. Mas, todo ese discurso tiene que ser problematizado, todo ese cliché debe ser interrumpido: no se trata de ser “antisemitas” y que todo crítico del Estado israelí sea Hitler (en acto o en potencia), se trata que lo que domina al discurso sionista es siempre un chantaje ideológico cuya eficacia reside en silenciar las voces disidentes (judías, inclusive, tal como existen agrupaciones judías férreamente críticas del Estado sionista).

El chantaje opera produciendo la acusación de “antisemitismo”; o bien, crees que Israel es un Estado democrático y todos los problemas resultan ser responsabilidad de los palestinos, o bien, en el fondo, eres “antisemita”. O bien los palestinos son “terroristas”, o bien eres “antisemitas”. Como tal, en realidad la campaña de silenciamiento por parte del sionismo presente en diversos países, opera como una verdadera Inquisición de la corrección política: dispositivos de difamación a activistas, académicos o políticos que alcen la voz por la situación de los palestinos denunciando la sistemática colonización israelí, estrategias de comunicación en los grandes oligopolios mediáticos colocando siempre al israelí más cercano a los “valores occidentales”, o bien produciendo una escena de “empate” en que la cuestión palestina –que es la única cuestión aquí abierta- queda neutralizada bajo la narrativa del “conflicto milenario” o del “conflicto religioso” entre dos partes que, ilusoriamente, aparecen como si fueran “equivalentes”.

La inquisición sionista tiene eficacia no solo en las grandes instituciones, sino, sobre todo, en la capilaridad de la vida cotidiana. ¿Cuántos de nosotros hemos estado con amistades o familiares en el momento en que se toca el tema palestino y alguien, para evitar el conflicto de opiniones dice: “tengo un amigo judío y uno palestino, y me llevo bien con ambos”? ¿O cuando aparece el familiar “experto” en nada que dice “es todo muy complejo”, o bien “es un asunto religioso”? La eficacia de la inquisición sionista se mide en la colonización de dicha cotidianeidad. Sin embargo, en los últimos años, ese “sentido común” formado por años de campaña sionista se ha encontrado raudamente con lo Real: la cuestión palestina es una grieta mundial que no deja de abrirse no solo en Palestina, sino en todas partes del mundo. Incluso, en una conversación entre amigos y/o familiares.

Esa grieta ha producido solidaridad internacional. No solo en los pueblos árabes masacrados por sus propias oligarquías aliadas de potencias occidentales, sino también, miles de gremios profesionales, organizaciones sociales, universidades e incluso Estados que no solo han llamado a la solidaridad con Palestina, sino, además, a la condena irrestricta a las prácticas genocidas israelíes. El “sentido común” se ha movido un poco, quizás levemente hacia Palestina. La inquisición israelí lo sabe y por eso se inquieta tan desmedidamente con el gesto de Boric. Porque entiende que dicho gesto expresa algo más profundo: el cambio del “sentido común”, el hecho incontrarrestable de que las múltiples resistencias de los pueblos a las oligarquías financieras mundiales portan la solidaridad irrestricta con el pueblo palestino. Hace mucho tiempo que el sionismo ya aparece acompañando a las ultraderechas.

Fue decisivo en la campaña de Trump, en las de Bolsonaro y, por supuesto, en nuestro pequeño Reyno, durante la campaña de José Antonio Kast. Que ello sea así sincera el panorama de un país que, en conjunto con compañías estadounidenses, solo produce armas y las vende a los regímenes más abyectos que han pasado por la historia (Pinochet inició aquí la compra de armas a Israel y Piñera la intensificó aún más). Intentarán vincular a Boric o a la coalición gobernante con grupos y relaciones inverosímiles (Irán, Hamas, etc.), pero todo será parte de una campaña mediática muy agresiva que intenta aprovechar el gesto del Presidente para terminar por deslegitimar al Gobierno y a su coalición.

Los “orientalismos” se multiplicarán y aparecerán noticias de Irán o Arabia Saudita como mundos opresivos para contrastarlos con Israel; igualmente, aparecerán videos de las conversaciones de paz de Israel con Emiratos Árabes Unidos (justamente socios de los “Acuerdos Abrahámicos” firmados bajo la administración Trump). ¿Estuvo en guerra Israel con EAU? No. ¿Por qué firman “acuerdos”? Cooperación económica y securitaria, nada más. Todo lo demás, ha sido usado para la imagen de Israel como un país de “paz” en la región, al tiempo que aísla y atomiza cada vez más a los palestinos que han quedado presos del sionismo y de su propia autoridad. El despliegue diplomático y mediático israelí es enorme. Pero precisamente por eso, la única alternativa es sostener la crítica y los argumentos. Porque la única cuestión decisiva aquí no es ni el “desaire” ni la supuesta “vergüenza” de la imagen de Chile a nivel internacional, sino la grieta que atraviesa el presente: Palestina.                                                                  

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