¿Qué importa ganar miles de elecciones presidenciales de aquí a fines del siglo XXI si las transformaciones necesarias serán nuevamente imposibilitadas gracias a la instauración de un Nuevo Pacto Oligárquico que, cambiando a una Constitución, mantuvo intacto al neoliberalismo? ¿Importa si va Jiles, Jadue o Boric si el Nuevo Pacto Oligárquico se prepara constitucionalmente para impedir las transformaciones sustantivas?
Un fetiche recorre a las izquierdas, el fetiche presidencial. Todos los días una nueva o nuevo presidenciable, todos los días una nueva encuesta nos viene a normalizar el deseo y la práctica del pensamiento y todos los días, los medios siguen inflando las encuestas, enmarcando los programas de discusión política al interior de la única escena que parece importar: la presidencial.
Un fetiche autoritario, por cierto, que está invisibilizando la contienda decisiva –la de “constituyentes”- que habrá de darse en la elección del próximo 15 y 16 de Mayo. Habría que subrayar, sin embargo, que desde que se celebró el “lawfare” del 15 de Noviembre no solamente se sometió las elecciones de los delegados de la Convención a la matriz “representacional” de tipo parlamentario basado en listas, sino que además, se hizo calzar su elección que resulta decisiva, con elecciones de gobernadores, alcaldes y concejales. No solo eso, sino, además se estableció la sustitución del nombre Asamblea Constituyente por el de Convención Constitucional; cuestión de nombres que no puede considerarse como “lo mismo” precisamente cuando la segunda noción lleva predeterminado el ordenamiento de los 2/3 donde la derecha, que va unida en solo una lista, puede ganar fácilmente el tercio, a pesar de su clara fragmentación ideológica. ¿Fue casual? Por supuesto que no: fue un mecanismo de neutralización.
Los diferentes actores políticos, han caído en este juego. Y las izquierdas, con su supuesta mirada crítica, parecen haberlo aceptado alegremente. Hoy es irrelevante la presidencial. Y lo es porque existe una elección y un proceso mucho más decisivo: el constituyente. ¿Qué importa ganar miles de elecciones presidenciales de aquí a fines del siglo XXI si las transformaciones necesarias serán nuevamente imposibilitadas gracias a la instauración de un Nuevo Pacto Oligárquico que, cambiando a una Constitución, mantuvo intacto al neoliberalismo? ¿Importa si va Jiles, Jadue o Boric si el Nuevo Pacto Oligárquico se prepara constitucionalmente para impedir las transformaciones sustantivas?
De hecho, Si el núcleo neoliberal se mantiene las reformas sociales no alcanzarán más que a una focalización ampliada cuyo paradigma más elocuente fue el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Y el neoliberalismo no necesita de la “derecha” para profundizar su dominio. Requiere de una clase política oligarquizada en la forma fáctica de un Partido que puede llevar consigo reformas progresistas que no modifiquen el carácter autoritario del Estado y el carácter financiero del capital. Un Partido Neoliberal como el que se articuló durante 30 años de transición. Más aún: el neoliberalismo no requiere de una “terapia de schock” para implementarse en sus diversas fases. Le basta con un progresismo bien aceitado, tal como lo atestigua nuestra penosa historia de 30 años de transición a la democracia. Porque en los últimos 50 años, el neoliberalismo se ha aplicado en dos tiempos: como shock en la dictadura y como docilización en la democracia.
Quizás, la tarea política más inmediata sea ésta: dejar de lado el fetiche presidencial y abocarse a la única cuestión decisiva de aquí a una semana: la elección de constituyentes para que, al menos, la izquierda anti-neoliberal gane el tercio necesario para, al menos, resistir y, a su vez, “organizar el pesimismo” planteando un horizonte de transformaciones clave que comprometan la estructura política del Estado, por un lado, y a la del capital, por otro. De otra forma, el proceso constituyente no estará a la altura de la imaginación popular.