La presentación de “Peso Pluma” es noticia, debate, desafío, escándalo, abre preguntas sobre la libertad de expresión y, por otra parte, plantea límites a esa libertad. La presencia del cantante será sin duda el gran “hit” del festival de Viña porque ya cuenta con toda la promoción necesaria.
Pero ya sabemos que a partir del “hip hop” hace décadas, surgió la música barrial, salida del Bronx de la ciudad de Nueva York, por parte de jóvenes afroamericanos que se fundó en un horizonte marcado por la exhibición de condiciones de vida precarias, pero ansiosas de poder, desafiantes, promoción de drogas, sexo, armas, donde la mujer era una “perra”. Así se hizo central un nuevo relato musical, surgido en el centro más reconocible de la exclusión y la pobreza.
Y más y más tendencias como el reggaetón y hoy la música urbana que recoge a sus antecedentes y se funda también en lo barrial para ocupar los centros en diversos países y allí brillan las armas, la droga y la mujer como una maquinaria sexual y, algunos ídolos urbanos, muestran la dimensión de su poder cargando sus pesadas joyas a cuestas como en las décadas pasadas lo hicieron sus antepasados del Bronx.
Desde mi perspectiva, la posición más correcta, la más urgente y decisiva está radicada en la pregunta por qué lo heroico y la única posibilidad de emancipación social, rápida, lujosa, violenta, para los sectores pobres hoy está relacionada con la oferta narco. Desde luego se omite la corrupción desde “arriba” que permite el ingreso y la entrega de drogas.
Ya no son las antiguas “canciones protesta” que buscaban los cambios sociales mediante el nosotros, quiero decir una cohesión social fundada básicamente en la clase o la poética indudable de Joan Manuel Serrat. Ya no. Con seguridad esto fue advertido por “Los Prisioneros” y su famosa “Pateando Piedras”. Ese fue un umbral no advertido, las esquinas llenas de jóvenes con un futuro minúsculo o derechamente excluidos.
Día a día, minuto a minuto, escuchamos lo que ya es una realidad: la criminalidad operada por sicarios jóvenes que después van a la muerte con zapatillas último modelo. Eso es así, no sólo en Chile sino que en parte importante del mundo. Escuchamos día a los sectores políticos buscando formas para controlar, encarcelar, a las bandas, sin embargo, de lo que no se habla es de la desigualdad social abrumadora, de los McEmpleos, y de la espantosa diferencia de uso y adecuación de los espacios públicos entre las comunas.
El verdadero flagelo chileno es la desigualdad y es esa desigualdad, desconsiderada por los discursos públicos, por la elitización del Congreso, por la farándula política, por la caída estrepitosa de los representantes políticos y la corrupción. La falla política ha desechado cualquier énfasis en un horizonte emancipador. No se trata de insistir en derechos identitarios, no es posible “una solución” meramente discursiva, en medio de la desigualdad que vivimos. Hay mujeres y mujeres, disidencias sexuales y disidencias sexuales de acuerdo a sus condiciones de vida, el cuerpo o los cuerpos deben ser relacionados con los territorios, con sus historias. No se trata de un feminismo libresco o de papel, o de proclamar las emancipaciones de las disidencias sin considerar los prejuicios y los juicios y las palizas a mujeres y disidentes pobres. Hay que entender el devenir entre cuerpo clase y territorio.
El narco es básicamente adicto al consumo de lujo que impera en los sectores de altos ingresos, es machista, es violento y sus códigos se ven como la única salida por un grupo creciente de jóvenes en medio de un mundo desigual. Su música es pegajosa como el neoprén.
La política chilena pos-dictadura no fue capaz de generar un horizonte extrauniversitario. Y habrá más y más Pesos Plumas porque sencillamente el sistema los construye y los reconstruye una y otra vez, décadas ya, desde una posdictadura que no trajo la alegría.
Y la única posibilidad es horadar la desigualdad para detener así el miedo y el desprecio a los pobres, carentes de subjetivación y entregados a la terrible exclusión que los condena.