Viernes, Abril 19, 2024

Consumos populares: del Maracanazo neoliberal al Rechazo nihilista

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al pálido luto…

Transcurría el año 1989 y nuestro valle se preparaba para ingresar a la “democracia pactada” bajo el swing del arco-iris y cumplir el mandato del mundo OCDE, léase la política espectacularizante, interrumpiendo la narrativa del “pueblo depreciado”. El cúmulo de imágenes modernizantes, untadas en memorias del trauma, presagiaban la saga de impunidades que la coalición del arcoíris (Tironi, Correa, Schilling, et al) debía dulcificar visualmente para sostener la gobernabilidad. Todo el tren del progreso modernizador implicaba fragmentar la vida cotidiana en escenas de fugacidad, desmemoria, hedonismo y consumo.

En Brasil, en el contexto de una eliminatoria para el mundial de Italia 90′, la selección chilena apeló a la “mano moro”. Una herida patriótica auto-infligida por un futbolista dejó al descubierto la lepra arribista de una oligarquía rentista que posteriormente fue sancionada junto a sus heraldos (aislada) ante la comunidad internacional. Los sucesos nos recuerdan que, ante 120 mil personas, cayó una bengala de la cual todo “Cóndor” debía alejarse. En este caso, Rojas decidió acercarse dejándonos a todos manchados por la sangre que manaba de su rostro -la Dictadura-, el bisturí, y los aparatos de seguridad. El fraude del Cóndor es un ritual más del Pinochetismo y no se explica sin invocar las imágenes de violencia, transgresión, muerte, tortura, detenidos, opositores quemados vivos y dinamitados en vida.

El “guante” sucio de los militares era la forma de hacer patria -copia feliz del edén- apedreando la embajada brasileña y rotulando de “primitivo” al pueblo brasileño (Almirante Merino). Luego delaciones, omisiones, transgresiones. El lugar de la policía secreta y élites sin mito originario entraron en estado de zozobra. En lo doméstico ello estaba agudizado por la ira parroquial contra las instituciones eurocéntricas, combinando la rabia periférica del Chile paria, el capitalismo popular (… las poblaciones callampas), el nacionalismo catolicista y la saturación mediática.

Por esos años la Confederación y la FIFA eran los enemigos de turno. Bajo la metáfora de un pueblo oligarquizante, la confabulación se puso en marcha y contempló diversas hebras, personajes lúgubres, corporativismos travestidos, agencias mediáticas y maridajes espurios que auguraban el colofón de la post-dictadura. La “cultura del éxito”, sin miramiento de medios o pasiones, era un prerrequisito de la modernización para masificar accesos y servicios (1990-2011) y reciclar la cultura popular.

En lo doméstico, destacan las falsas lealtades del equipo, la irrupción del médico sofista (años 90′) ante el escándalo (“Maracanazo”), la habilidad de Rojas vestido de santo, pero negociando todos los premios posibles, las militancias serviles hacia el régimen, la obsecuencia de los dirigentes, la información sesgada de los medios, fueron los hitos premonitorios de una “democracia carnavalesca” (1990). Ello incluye al utilero de aquella selección que recién el año 2019 -coincidente con la revuelta nómade- sugirió nuevos nombres enlodados en la trama del “Maracanazo”: hito fundante del Chile de la post-dictadura y la furia publicitaria del consumo popular

Y sí, todos estuvieron confabulados en una saga de clandestinajes, y ello marcó un “castigo generacional”. Debido a que este hecho no fue un acto solamente mentado por Rojas, sino un plan urdido entre el técnico Aravena, Astengo y otros nombres poderosos de la ACF y los heraldos de la Dictadura. En suma, fueron suspendidos Sergio Stoppel, presidente de la Federación de Fútbol, y Daniel Rodríguez, médico del equipo nacional a perpetuidad. Orlando Aravena, entrenador nacional, y Fernando Astengo, seleccionado nacional, fueron castigados con la suspensión de práctica a nivel nacional e internacional.

Una saga de transgresiones e impensadas bastardías -en la cita en 1989- solo podían ser retratadas por un mecanismo espectacularizante que clamaba por la “euforia exitista”, emprendimiento y una cotidianidad de redes que hoy es capturada en el Partido de la Gente.

No debemos olvidar que hace más de tres décadas, el Iceberg trasladado a la Expo-Sevilla (1992), desde la Antártida, dio lugar a un sinfín de críticas ecologistas. Tal gesta haría la performance de la internacionalización de un Chile planetario y purificado para pasar el test de globalización. Con todo, el Maracanazo fue la remolienda vernácula de la transición chilena, mediante el fárrago de “sucesos huachos” aquí narrados. En suma, en 1989 concurrieron sucesos ruines, histerias, gritos, propios de un clima sedicioso -herencia del golpismo republicano- como sala de parto del partido matinal y pivote de la “política de los consensos”. Todo conjuraba en favor de la anulación de cualquier público articulado y un travestismo infinito de los hábitos perceptivos sobre lo nacional. Al mismo tiempo, el imperativo de asistir al sacerdocio de la FIFA en interminables caravanas (“primer mundo de la futura OECD”) e higienizar a las élites ensombrecidas por el botín estatal de los años 70’, presagiaba un frenético “credencialismo globalizador” que debía establecer una comunicación basada en fragmentos y unidades aisladas para diluir el tiempo histórico y sus ideologías.

En suma, los sucesos del fútbol (con la trampa del arquero patriota, el llamado Cóndor Rojas) fue el rito fundante de la viscosa transición chilena y una prevalente “subjetividad neoliberal”. Con todo, y de modo premonitorio, por aquellos días se comenzaba a fraguar el más eficiente mecanismo deshistorizante para un “Chile dócil” por medio del “simulacro” (matinal). Hay que subrayarlo: los matinales han sido el partido político más efectivo a la hora de producir un pueblo pedagógico-hacendal, expandir el Reyno de lo doméstico, por la vía de una democracia audiovisual que debía institucionalizar el lucro. El tiempo atomizado abrió una nueva economía cultural, a saber, una comunicación discontinua donde no hay nada que pueda religar los acontecimientos en un relato.

El coro de la modernización credit card representó un golpe a la lengua que abjuró de toda ética de la comunidad mediante el espectáculo llamado La Roja de Todos (subjetividad neoliberal prevalente), cuyo telón de fondo era levantar un nacionalismo mediático, después del golpe de Estado. Hoy, lejos de los electorados cautivos y ante el abuso del armatoste institucional, se ha intensificado el desmoronamiento de las relatorías sociales que antes proporcionaban continuidad, duración y horizontes de sentido.

Lo anterior supone dos simulacros. De un lado, y con pobreza franciscana, el “caso Rojas” develó un descontrol de metas y arribismos modernizantes del Chile hipermercantilizado bajo el Mundial de Francia (1998) que se impuso tras el éxito de la Copa Libertadores de 1991 -Copa América del mismo año-, y activó el desbande glotón de las capas medias que reclamaban su participación en la masificación de los mercados. De suyo, la figura del futbolista retratado como adicto a la noche, irresponsable y chapucero requería de una nueva imagen profesionalizante que liberará el revanchismo de los sectores populares de los ancestrales estigmas del fracaso -incluido el propio Rojas que meses más tarde vendió la verdad al Grupo Copesa, abrazando nuevas glorias de “lo popular” en un programa de reciclaje-.

Y así, a la entrada de los años 90’ se puso en juego un nuevo narcisismo identitario mediante la despopularización de lo popular y el fútbol terminó de saturar la agenda mediática. Nuestros sucesos políticos deben interrogar estos hitos. Luego se precipitó una lepra arribista para los años venideros. “Emprendedores” fue el término instruido por élites populistas ante un Reyno sin otro destino que el éxito domiciliado en los consumos contiguos y cuturales, pero fugaces al final y al cabo. Y, de otro, el matinal post 90’ se instauró como el más fiel exponente del Aylwinismo y un ritualismo purificante para consumar una mutación antropológica: el llanto de la unidad nacional fue la liturgia de aquellos años, que por otros medios mantenía el puente de la Teletón e inauguraba el maridaje entre matinales y post-dictadura.

De tal modo, el arcoíris con su estribillo “Chile, la alegría ya viene” fue la perpetuación inquebrantable del axioma clasemediero destinado a desplegar el “nosotros de la modernización” como un eje de la comunicación neoliberal. El matinal oligárquico-pinochetista,  de alta concentración mediática, fue concebido para masificar los simulacros de la pureza deportiva (gesta).

El nuevo formato televisivo se consagró a fragilizar lo público, evitando la deliberación política, destruyendo la palabra pública, administrando la separación incremental del chileno con el sistema de partidos, impulsando las memorias fugitivas de la cibercultura y una “cultura de las negaciones” agravada por el abuso empresarial. En suma, llegó el turno de un pinochetismo coral, que limitaba los disensos a la diferencia turística y reorganizaba las memorias insípidas en una clave testimonial en materias de DDHH. El matinal fue el recurso espectacularizante que mejor supo domiciliar los mapas de existencia -pactos de consenso- bajo la dominante neoliberal. Una intensificación de los “contratos de temporalidad” donde las redes sociales devinieron en un “tiempo informacional” (no lineal) que se opone al “tiempo histórico” (historia, memoria, comunidad).

No es casual que cuando el padrón electoral comenzó a caer, a mediados de los 2000’, el formato televisivo mediatizaba malestares y consolidaba el control de la vida cotidiana. Y así quedaba consumada una coreografía hedonista que prometía estilos de vida, consoladores de boutique, objetos psiquiátricos, aspiraciones gerenciales y éxitos deportivos, desplazando los lenguajes de la disidencia. Toda la épica se centraba en consumar la iconografía hedonista del emprendizaje.

A poco andar, y con nuestra parroquia castigada ante la comunidad internacional, se agudizó el aislamiento, las aspiraciones de la emergente capa media y la vileza elitaria.La frustración popular se extendió y eso fue revertido desde un incontrolable deseo de legitimidad que implicó transitar desde la FIFA a los paraísos galácticos (OCDE), exaltando de modo muy creativo el “milagro chileno” (PIB). La consigna fue erradicar la endogamia -la marginalidad pordiosera- y las élites (gente con dinero) en un movimiento populista apoyaron la masificación de los servicios. Y así, nuestra plebeyización, reflejada en el “Chile de Huachos” (40% de pobreza en 1989), migró por la vía crediticia, moderando las “poblaciones callampas” y recreando inéditas formas de pipiolaje digital, segregación urbana, narcisismo e indigencia simbólica que hoy son la prueba de fuego para el pacto Apruebo/Dignidad.

A poco andar la ráfaga de impunidad -bengala-, obligó a la policía secreta de Pinochet y a nuestras élites envilecidas por la bota militar a convencer a Havelange de que la Copa América de 1991 podía ser en Chile y esto liberaba a nuestro Reyno de su decadentismo programado; cabía nacionalizar la globalización y terminar con un presente enlutado.

Lo popular fue sometido a una despopularización, lo social fue transado por lo estadístico. La gobernanza cedió a una economía mediática y pacificadora de los antagonismos. Por su parte, los grupos medios, henchidos en la vulgaridad consumista, el 2011 decidieron marchar por Piñera ante el estupor de la pobreza. Todo esto es parte de la nueva economía oligarquizante que nos anuncia la llegada de la comunicación memética y el multitexto.

Luego del triunfo del Rechazo, y ante la expropiación del lenguaje de los cambios, a manos de “Amarillos por Chile”, es necesario recordar el estigma que gobierna al pueblo portaliano. Es hora de recordar que Apruebo/Dignidad no solo está henchido del fraude originario (“Maracanazo y subjetividad neoliberal prevalente”), sino que muy difícilmente podrá implementar una nueva política social que rompa los candados de la patrulla oligarquizante. Otros afanes serán efectos de la retórica Millennials.

Al Trizano 312, Temuco.

Mauro Salazar J.
Mauro Salazar J.
Investigador del centro internacional de Estudios Frontera y Doctorado en Comunicación, UFRO/UACH.

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