“No hay país en la historia mundial en que el racismo haya tenido un papel tan importante y durante tanto tiempo como en los Estados Unidos”. La frase con la que comienza el libro La otra historia de los EE.UU. del historiador Howard Zinn es la premisa que parece confirmarse estos días y que se sostiene al recorrer los grandes capítulos de la historia estadounidense, así como la micronarración cotidiana en sus aspectos políticos, económicos y culturales. La expresión musical de esta historia nutrió a la cultura afrodescendiente y desde ahí a toda la sociedad norteamericana, ya sea como el legado integrado del ragtime de fines del siglo XIX o como manifestación de la otredad ofensiva del teatro “blackface”. Las worksong, el gospel y el blues hicieron materia audible de la vida en los guetos urbanos y campos del delta del Mississippi y muy tempranos artistas como Robert Johnson cantaban sus pesares en canciones como ‘Love in vain’ (“Bueno, yo estaba solo, me sentí tan solo, y yo no podía dejar de llorar”) o ‘Backwater blues’ de Bessie Smith (“No puedo moverme, no más, no hay lugar para una pobre vieja mujer a donde ir”).
La crisis económica de 1929 motivó el sindicalismo e iniciativas como el Centro de Investigación y Educación Highlander, una escuela popular fundada por el activista Myles Horton y que en sus filas contará con su esposa, la cantautora folk Zilphia Horton y el cantante Pete Seeger. La música tuvo un lugar central en la educación sindical y política de futuros líderes estadounidenses y, así como de sus aulas saldrían clásicos de la canción protesta como ‘We shall overcome’, también emergerían activistas de los derechos civiles como Rosa Spark y Martin Luther King Jr.
Mientras ‘Strainge fruit’ de Billie Holiday retrataba de una manera tan gráfica como brutal su rabia contra los ajusticiamientos que el Ku Klux Klan hacía con la población negra, tras acusarlos de distintos delitos como asesinatos, violaciones y luego colgando sus cuerpos en los árboles de Alabama (“De los árboles del sur cuelga una fruta extraña. Sangre en las hojas y sangre en la raíz. Cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur. Extraña fruta que cuelga de los álamos”), ‘Eisenhower blues’ de J. B. Lenoir acusaba contingencia con una letra social y crítica de la gestión del presidente (“¿Qué vamos a hacer? No voy ni un centavo, ni siquiera tengo un centavo. Ni siquiera tengo dinero, para pagar el alquiler. Mi bebé necesita algo de ropa, necesita algunos zapatos”). Música y activismo estarían estrechamente unidos.
La generación formada en las precariedades de la crisis y los horrores que provocó la postguerra, eclosiona a partir de la década de los 50, en plena tiranía macartista y vería en el folk, el blues y el soul una propuesta discursiva proclive a la protesta, con el germen black power entre sus principios. En su álbum The Times They Are A-Changin’, Bob Dylan escribe dos piezas donde cruza su lectura de protesta con el lenguaje de la lucha por los derechos civiles, en ‘Only a pawn in their game’ y sobre todo en ‘The lonesome death of Hattie Carroll’, sobre un asesinato a una sirvienta afrodescendiente en Maryland en 1963, año del célebre discurso “A have a dream” de Martin Luther King Jr. Avanzando los 60, canciones que se convertirían en himnos como ‘Respect’ de Otis Redding en 1965 (dos años más tarde inmortalizada por Aretha Franklin) y ‘Say it loud (I’m black and I’m proud)’ del padrino del soul James Brown, dotaban de una conciencia explícita al pop norteamericano que había sido invadido por el pulso triunfante de los sellos Motown y Stax en la década de mayor agitación social del siglo XX en occidente. La descolonización de los pueblos, el imaginario hippie y el ciclo revolucionario que se tejió en torno al mayo francés de 1968 impactó en sensibilidades como el medioambientalismo, el feminismo, la lucha por los derechos homosexuales y los derechos civiles, con nuevos partidos políticos y acciones de protesta como los trágicos disturbios de Detroit en 1967, que terminaron con 34 ciudadanos negros muertos y que inspiraría la canción ‘The motor city is burning’ de John Lee Hocker (versionada posteriormente por MC5).
Con el paso a los años 70, artistas como Marvin Gaye compondrían álbumes emblemáticos sin medias tintas en sus posturas políticas como ‘What’s going on’ de 1971 y el cine “blaxploitation” volcaría su atención hacia los guetos afrodescendientes de los suburbios, en historias como Coffy, Shaft y Super Fly con música de Curtis Mayfield, Isaac Hayes y Roy Avers. Canciones que expondrían el acontecer marginal del EE.UU. que se retiraba de Vietnam, se enfrentaba a la crisis del petróleo y despedía a Nixon de la casa blanca, como en ‘Across 10th Street’ de Bobby Womack (“Escapar del gueto era una cosa diaria. En la calle 110 los proxenetas intentan hacerse con las chicas débiles. Los camellos no dejan en paz a los yonquis. Los arribistas no dejan en paz a los yonquis. Una mujer busca clientes en la calle. Puedes encontrar todo en la calle”). Paralelo al espíritu comercial del funk, artistas como The Last Poets y Gil Scott-Heron tomarían el pulso funk, con algo de acento lisérgico y el influjo de la generación beat pariendo obras adelantadas de proto rap, con denuncias y propuestas radicales sobre el camino revolucionario hacia la emancipación negra y proletaria, como en ‘When the revolution comes’ y ‘The revolution will not be televised’.
En el otro lado del océano, con la carga social de la migración en los hombros y la precarización del trabajo que anunció la era Thatcher, el reggae consolidaba su lugar central tanto en las tribus urbanas inglesas como en los charts de popular de la mano de Bob Marley & The Wailers y uno de los himnos políticos de todos los tiempos, ‘Get up, stand up’. El reggae ejercerá gran influencia en el punk y la new wave de fines de los 70 atrayendo a la juventud blanca londinense, polarizada en aquel entonces entre ultranacionalistas neo fascistas y agrupaciones de izquierda que fundaron, entre otras agrupaciones, el movimiento “Rock against racism” con bandas como The Clash, Elvis Costello y The Specials, autores del clásico antiracista ‘Croncrete jungle’ de su álbum debut de 1979.