Señor Girardi, lo admiro

Usted don Guido, no está para esas cosas de niños chicos. Usted apunta y logra su objetivo, para luego volver a las sombras, a esos rincones en los que se siente más cómodo. Lo hace con naturalidad, sin mover ni un solo músculo de su cara, sin mostrar ni un solo sentimiento, porque, usted lo sabe, esto es política. Solo eso. Ni más ni menos.
Foto: Agencia Uno

                          

No soy de escribir cartas abiertas, porque me parecen autorreferentes y de mal gusto. Sin embargo, creo que el personaje, don Guido Girardi, a quien admiro secretamente desde hace muchos años, calza perfectamente con el formato.

Guido, o don Guido, debo decir que su reaparición en la política nacional me parece una buena noticia, un acontecimiento político de grandes dimensiones. En tiempos en que muchos andan peleando por ser “verdaderos” o “sensatos”, siempre escapando de todo lo que se parezca a ser político, aparece usted, disparando balas a diestra y siniestra, vengándose de los que lo miraron mal y lo asociaron con la mafia, con lo más sucio (inmundo mejor dicho) de la política.

Lo mejor es cómo lo hace, porque nos recuerda la razón de por qué es usted el mejor de todos, el imbatible, el impermeable. Sus formas, su tono y sus palabras fueron precisas; porque sacudiéndose del pasado que le pesa, de ese del que se habla en los pasillos y nunca ha sido del todo claro, se levantó para tratar de escenificar magistralmente a un mundo herido, como si realmente le interesaran los ataques a su dignidad y a su historia.

Al llamarle “la Lista del Indulto” a lo que podría ser una única lista electoral ad portas del proceso constitucional, logró salirse de inmediato y de manera muy inteligente del lugar que hoy habitan aquellos que lo despreciaron en el pasado. Logró, a pesar de las chimuchinas de pasillo sobre su oscura forma de hacer política, ponerse en otro lado, en uno mejor visto ante la prensa nacional. Y eso, discúlpeme, no lo hace un novato, sino un político de excelencia.

Pero, sin duda, lo más brillante es que lo hace en medio del Congreso Futuro, aquella creación suya que lo hace ver como un hombre de ideas grandes, de miradas universales, por sobre esos temas mundanos que lo hicieron poderoso.

¿Cómo no admirarlo? ¿Cómo no aplaudir, en días en que todos fracasan al querer hacer política en tiempo real, al rey de las jugadas que volvió en gloria y majestad? Si yo fuera asesor de La Moneda, en serio, tomaría apuntes a cada una de sus movidas, porque no siempre se tiene el lujo de vivir al mismo tiempo que los mejores en su área.

Se agradece ver el descaro en días en que todos tienen el descaro de ocultarlo. No hay nada más nutritivo para quienes nos alimentamos del debate coyuntural que ser testigo de estos espectáculos llenos de desfachatez, carentes de rubor, de arrepentimiento, en una escena política que se ha ido colmando de quienes piden perdón o quienes exigen al otro que se arrepienta de lo que dijo hace un par de años.

Usted don Guido, no está para esas cosas de niños chicos. Usted apunta y logra su objetivo, para luego volver a las sombras, a esos rincones en los que se siente más cómodo. Lo hace con naturalidad, sin mover ni un solo músculo de su cara, sin mostrar ni un solo sentimiento, porque, usted lo sabe, esto es política. Solo eso. Ni más ni menos.

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