En este escenario, podrían aprender a ceder la palabra quienes han tenido el privilegio de ser escuchados y representados durante décadas, dejando el protagonismo de lado y el espacio disponible a quienes han sido silenciados y negados por toda la historiografía tradicional del occidente moderno.
Se llama eurocentrismo a la manera hegemónica de ver y comprender al mundo, basándose en los principios de la cultura occidental moderna (Lander, 2000). Este paradigma establece, en todos los ámbitos del quehacer humano, principios de superioridad e inferioridad. Así todo lo indígena, lo homosexual, lo femenino, lo trans, lo pobre, son símbolos de subalternización frente al constructo ideal del hombre blanco, occidental, heterosexual y de clase alta (Lugones, 2011).
El eurocentrismo está impregnado en la gran mayoría de las sociedades latinoamericanas y la chilena no es la excepción. Desde los tiempos de la colonia, cuando el Estado regaló territorios indígenas a inmigrantes europeos para colonizar todo el sur de Chile (Hofflinger et.al 2020); siguiendo con el disciplinamiento educativo que se imparte en la gran mayoría de los colegios (Foucault, 1998), donde se caricaturiza los orígenes indígenas de América Latina; hasta la publicidad que blanquea todo a su paso, desplegando un ideal de belleza distante de los rasgos que efectivamente caracterizan a la gran mayoría de la población chilena.
Bajo este contexto, el actual proceso constitucional no queda ajeno de este paradigma excluyente, que desde sus primeros indicios está intentando generar un modelo del “constituyente perfecto” -o al menos desacreditando a quienes no lo serían-.
José Maza, destacado astrónomo de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Ciencias Exactas, a quien respeto y valoro en su gran capacidad intelectual, nos dice: “Hay algunos que de bailar el caño ahora quieren ser constituyentes” (El Mostrador, 2020) Y mi pregunta es: ¿cuál sería el problema con eso?
Esta frase si bien es una metáfora que muchos pueden compartir, es también reflejo de un profundo eurocentrismo académico. No puede ser que creamos que la constitución tiene que ser redactada y discutida solo por intelectuales, académicos, abogados, políticos, que únicamente dan cuenta de los estandartes del hombre, heterosexual, de clase alta, europeizado.
Mi invitación es a materializar una nueva forma de respeto y valoración por la diversidad, donde los 18 millones de habitantes de este país, tengan algún grado de representación en la nueva constitución. Donde sean prioridad, quienes han sido históricamente marginados de todos los procesos políticos, como son: Pueblos Originarios, Mujeres, Diversidades Sexuales, Pobladoras/es.
En este escenario, podrían aprender a ceder la palabra quienes han tenido el privilegio de ser escuchados y representados durante décadas, dejando el protagonismo de lado y el espacio disponible a quienes han sido silenciados y negados por toda la historiografía tradicional del occidente moderno.