Además de reportear e interpretar acontecimientos, los periodistas suelen ser grandes “interpeladores”. Es decir, profesionales que, en el marco de sus rutinas de trabajo, están en posición de autoridad para pedirle explicaciones a alguien, por ejemplo, a un Presidente acerca de diversos asuntos.
Fue lo que ocurrió ayer en La Moneda durante una conferencia de prensa en la que, como suele ocurrir, una periodista le pide aclaraciones al Presidente Boric acerca de críticas al interior de su coalición. Hasta ahí todo normal, hasta que el Jefe de Estado decide responderle contra-preguntando “¿cuáles son las críticas y quién las dice?”.
En ese momento se invierten los papeles y la periodista es interpelada por el interpelado. Y pasa algo que es relativamente común cuando ocurre dicha transposición de roles: las respuestas de la periodista demuestran que su interpelación presidencial estaba llena de incertezas y vaguedades. El lenguaje es sintomático, y en situaciones de tensión devela rápidamente el fondo, y así aparecen, por ejemplo, los pronombres indefinidos (“algunos dicen”; “algunos lo querían plantear”) o los impersonales (“lo han dicho en privado…”), etc., es decir, emerge la falta de sustento de la interpelación periodística.
No sorprende realmente. En estos tiempos el grueso de la profesión periodística no suele estar preparada para la contra-pregunta, porque son tiempos propios de un país en el que se ha conformado un sistema de medios concentrado económica e ideológicamente y, por lo mismo, con escasos contrapesos. Se trata de lo que en otras columnas hemos denominado “periodismo duopólico”, el mismo que, acostumbrado a que sus puntos de vista y líneas editoriales sean las hegemónicas, ejerce su rol de interpelador desde una ya acostumbrada y rutinaria comodidad, esa que da la seguridad de creer que el sentido común y lo obvio está (obviamente) de tu lado.
Hasta que se invierte la dinámica con una contra-pregunta, y lo obvio deja de serlo.
Los medios no reflejan la realidad, reflejan relaciones de fuerza. Y en tres décadas de bicoalicionismo entre neoliberales de derecha y neoliberales progresistas, se conformó un tipo de periodismo duopólico que tanto en sus rutinas profesionales como mentales da por supuesto un lugar enunciativo del monopolio de la interpelación, especialmente contra aquellos que han cuestionado el Chile de los últimos 30 años.
Sin embargo, las correlaciones de fuerza parecen estar cambiando, y si es así, es del todo natural e incluso necesario de que ocurra una inversión enunciativa y una apertura de espacio que permita cuestionar el lugar enunciativo desde donde se interpela permanentemente y sin contrapesos a quienes cuestionan el sentido común de las últimas décadas.
Si las relaciones de fuerza realmente están cambiando en Chile, no solo es esperable, sino incluso necesario, que los medios duopólicos sean llevados por primera vez en la historia al lugar en donde nunca quieren estar, que es el de ser parte y objeto del debate que ocurre cuando se cuestiona al enunciador privilegiado, acostumbrado a interpelar con fuentes anónimas, pronombres indefinidos y uso del impersonal.