No todos los muertos son buenos…

No todos los muertos son buenos, y no todos se merecen gestos de reconocimiento. No hay legado ni trayectoria artística alguna que justifique censuras y desprecios por la democracia y por la vida. 
Foto: Agencia Uno

Agradecimientos a Claudio Benavides por la edición del texto.

La muerte es un misterio que nos convoca de manera humanitaria al silencio, incluso o aún más cuando se trata de quienes en vida estuvieron en nuestras antípodas ideológicas. Sin embargo, transcurrido un tiempo prudente, es necesario socializar información y alimentar ciertos debates pues la relativización de hechos graves, nos convierte o puede convertir en cómplices pasivos de crímenes culturales imperdonables.

Mucha gente joven ignora quién fue Benjamín Mackenna realmente. El excelente reportaje de Marisol García sobre la censura musical en dictadura da luces al respecto:

“(Tras el golpe de Estado de 1973) en el contexto de una institucionalidad cultural menos que precaria, la política oficial hacia la música fue una mezcla de saña y torpeza, prejuicio e improvisación. A poco de instalada en el poder, la Junta Militar contactó a Benjamín Mackenna, de Los Huasos Quincheros, para asesorar al régimen en lo que entonces se identificó como “relaciones culturales”. En su estudio homónimo sobre la Nueva Canción Chilena, el investigador René Largo Farías registra el testimonio del folclorista Héctor Pavez sobre una reunión de fines de 1973 a la que fue convocado junto a músicos como Hilda Parra, Homero Caro y algunos integrantes del Cuncumén, y en la que un grupo de militares encabezado por el coronel Ewing y el propio Mackenna creyeron conveniente indicarles lo siguiente:

“Nos dijeron la firme: que iban a ser muy duros, que revisarían con lupa nuestras actitudes, nuestras canciones, que nada de flauta, quena ni charango; que la ‘Cantata Santa María’ era un crimen histórico de ‘lesa patria’ […]; que los Quilapayún eran responsables de la división de la juventud”.

Mackenna, como queda claro en dicha investigación fue eso: un censor, un miembro activo de la dictadura y un apologista de ésta.

“El Patito Chiquito” fue una popular canción que su grupo folclórico Los Huasos Quincheros puso en el tapete radial a mediados de los años 50 y que en la década de los 70 decidieron modificar para celebrar el golpe de estado.

“El Patito Chiquito / No quiere ir al mar / Porque en agua salada / No sabe nadar. El patito el día 11 / Rezaba sus oraciones / Y a don Jecho le decía… Por este día te agradezco señor… El Patito periodista / Visitaba La Moneda / Y asombrado comentaba… No queda nada, nadita de nada… El Patito escuchó / Un discurso de la Tencha / Que en México así decía… Ay de mi llorona llorona…”.

Un censor y una persona indiferente respecto del trágico final de la UP, un ser frío y burlesco, y por lo mismo resulta inverosímil lo planteado estos días por el músico de los 80, Óscar Andrade, que dijo que “Benjamín Mackenna salvó todo el material discográfico de artistas como Violeta Parra, Inti Illimani, Quilapayún entre otros, el 11 de Septiembre de 1973”.

Esta idea que propone Andrade de Mackenna como una suerte de Schindler cultural no resiste análisis, y la desmiente un técnico del sello Emi, Juan Ramírez:

“Un día cualquiera llegó a visitarnos a la EMI, a Benjamín Mackenna, lo recuerdo usando un terno y con un curioso peinado que seguramente ocultaba su incipiente calvicie, se veía serio. La cuestión es que nos traía una tarea, recuerdo que nos dijo al equipo de grabación: Víctor Vidal, Hernán Siviragol, Alfredo Auad y a mí, que, como recién nombrado Censor de la Junta de Gobierno, venía a informarnos que debíamos BORRAR todas las cintas master originales de los artistas de izquierda; recuerdo la mirada de don Víctor, él era un profesional, un excelente profesional, se veía demacrado. En la cintoteca de la EMI había verdaderas joyas discográficas discos de todos los artistas de los 60- 70, artistas como Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Inti Illimani, Illapu, Los Jaivas, Congreso, Pablo Neruda, etc. Recuerdo que mi jefe, una vez que se retiró Benjamín, me indicó que buscara todos los masters de Quilapayún, Inti Illimani, Víctor Jara y otros que no recuerdo, y que los borrara completamente. Yo era el que debía hacer el trabajo sucio. LO BORRE TODO. No dejé ni una cinta sin borrar.

Creo que lo que más me dolió borrar fue una cinta de Víctor Jara en el Estudio, él era un ícono, estuve trabajando toda una tarde con él y yo nunca dejé de grabar, lo grabé todo, cómo hablaba con los otros músicos, cómo se reía y payaseaba, las equivocaciones y vueltas a empezar, hasta la toma final. Ésa era una grabación para mí. Sin embargo también la borré, dejarla era jugar con la ruleta rusa, cualquiera con un poco de intuición psicológica vería un fan y esa era una época peligrosa, estábamos gobernados por sádicos fanáticos. Benjamín había sido muy claro, teníamos que borrar todas las cintas, mi jefe me lo había repetido: “Julio, borre todas las cintas de esos artistas”.

Mackenna como vemos, no fue solidario con sus colegas asesinados como Víctor Jara o exiliados como Quilapayun, promovió amplias censuras, fue parte activa de la dictadura y de su aparato comunicacional, y en ese contexto se codeó con golpistas como Kissinger.

“La consolidación de Allende en el poder en Chile, supondría varias amenazas muy graves a nuestros intereses y posiciones en el continente. Hay que impedir, hacer algo para prevenir que se consolide ahora que sabemos que es más débil de lo que nunca será. Él es nuestro enemigo”

Esta frase sobre el presidente Salvador Allende pertenece al citado Henry Kissinger quien junto a Richard Nixon fueron quizás los principales y más grandes instigadores norteamericanos del golpe de Estado contra Chile el 73.

Los documentos revelados por Max Casa Blanca en ese sentido son muy fuertes, no sorprenden, pero impactan, tanto como la provocadora foto del grupo chileno Los Huasos Quincheros, compartiendo una tarde felices junto al propio Henry Kissinger, una foto que se encuentra publicada y destacada en la propia página web del grupo.

Mackenna y los suyos jamás solidarizaron y nunca se arrepintieron, al contrario, se enorgullecían de haberse ubicado en la zona más oscura y siniestra que pudieron dentro de nuestra tragedia.

Mackenna jamás intervino por nadie ni salvó ninguna cinta, y no apreciaba a Víctor Jara. “Nunca me llamó la atención Víctor Jara -señaló Mackenna-. Era un buen director de teatro, pero un cantante regular. Si buscas en todo su repertorio, te vas a encontrar con tres o cuatro canciones valiosas”, dijo hace unos años a La Tercera.

Por eso cuando el público de Santaferia los pifió en el Festival del Huaso de Olmué me pareció algo lógico y de algún modo, justo. Incómodo, pero justo.

Mackenna no estuvo esa noche, pero él y su gente se dedicaron a proyectar siempre un folclore patronal y de postal, a censurar, a actuar con desdén y desprecio por sus colegas de izquierda.  

Como bien lo consigna el escritor Fabio Salas, el líder de los Quincheros armó en los 80 un grupo de artistas inocuos y funcionales al régimen que coparon todos los espacios oficiales en esos años, silenciando al resto. El llamado clan Mackenna fue un grupo hegemónico que marginó a muchos otros artistas en los 80. Al mismo tiempo la voz de Mackenna fue parte activa de la campaña del sí. Por todo eso el debate es necesario.

Lo escribieron en El Desconcierto:

“Que Los Quincheros hayan sido pifiados en ese espacio, en Olmué revela el síntoma del malestar que supone su constante propuesta reproductiva, repetitiva y anquilosada sobre la identidad chilena. El reproche a la connivencia que ellos cultivaron con los crímenes de la Dictadura no es más que la punta del iceberg. El fenómeno es más profundo, pues se constituye en un reclamo que viene desde la galería para atender cuestiones no resueltas y que, poco a poco, comienza a hacerse voz, ya no sólo en las periferias culturales, sino en los centros mismos donde la cultura oficial intenta mantener y revitalizar sus tradiciones”.

No todos los muertos son buenos, y no todos se merecen gestos de reconocimiento. No hay legado ni trayectoria artística alguna que justifique censuras y desprecios por la democracia y por la vida. 

Por eso es necesario discutir más al respecto, de lo contrario, entraremos inevitablemente en un espiral de impunidad avalada por nuestro silencio.

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