Si fuera argentino sería peronista, no tengo duda. Ahora, dado el caleidoscopio que es esta suerte de magma cultural que es el peronismo mismo sería, obvio, uno de izquierda. Pero lo sería reconociendo que, en cualquiera sea su versión, el noviazgo de los diferentes gobiernos de los últimos 70 años con la corrupción y la “fraternidad” han terminado por gangrenar una de las implosiones políticas y culturales más impresionantes y profundamente populares del siglo XX hasta hoy. Sin Perón no hay Charly García, no hay Maradona, ni Leopoldo Marechal, ni el “flaco” Menotti, en fin; no hay esa Argentina pletórica de lo público y de Estado. “La patria es el otro” dijo una vez Cristina en un arrebato hermoso y casi citando a Emmanuel Levinas.
Milei es el desagüe, la canaleta por donde este auto-complot que se infringe el gran peronismo deja discurrir sus peores delirios. Él, Milei, es el rostro de un demiurgo agónico y que nada más canalizó y filtró esta decadencia en bulla insoportable, léxico babeante, mentiras y haciendo de la palabra libertad una suerte de factótum que nada más mimetiza su verdadera cara fascista-neoliberal y proto-despótica; la desfiguración de un rostro que en su orgía estética supo cómo ir ahí donde el intenso y denso peronismo mostraba el talón.
Argentina vivirá uno de sus peores nocturnos con este monstruo de estética draculezca, lo creo; y claro que embarga la tristeza porque amo ese país, su historia, su gente, las/os amigas/os.
Sin embargo, al final de todo y por más que hoy se imponga el pulso de una enajenación y que la barbarie y el horror se desagüe vía democrática tengo la esperanza de que el peronismo, su flama popular, su vocación al pueblo y su amor por Argentina, no se extinguirá y habrá que reinventarse dejando atrás toda la “viciología” que terminó por disparar hacia el trono –a modo de vómito– a un loco tiránico como Milei.
El peronismo no es un partido, no es una historia cualquiera, no es un juego político más ni menos una coalición, es, nada más y todo más, el sentir de un pueblo que se refleja y emancipa en el sentimiento de “una” justicia.
Este es el momento justo para levantarse y poner los pies en la calle y en las ideas.