En días de extrema conflictividad como los que vivimos hace varios años, hay una lucha intensa por tener la razón, por ser dueños del futuro o del pasado. La gran controversia hoy en día es entre quienes quieren ser los propietarios de la dignidad, del ehtos del 18 de octubre, y los que creen tener credenciales suficientes para erigirse como los voceros de la sensatez.
Como ya sabemos, están los “amarillos”, esos hijos o hermanos menores del legado concertacionista, de la mal llamada “socialdemocracia chilena”, que parecen seguros de tener a la historia de su lado por cuestionar a quienes creen que son la historia en curso. Ellos se atribuyen la cordura, el haberse opuesto al dictador siempre con prudencia, y también haber aprendido de la juventud alocada en la que querían todo a la vez.
Ahora no quieren nada. Se espantan del griterío convencional y lo observan asustados, como si fuese un ataque extraterrestre, una fuerza maligna que no tiene razón de ser, cuando se debe precisamente a esa supuesta sensatez que sumergió los conflictos y los encauzó mediante el crédito.
Si el amarillismo fuera liderado por quienes realmente enfrentaron la tiranía y debieron pactar con ella por miedo o comodidad, al menos en mi caso, no habría tanto problema para aceptar su postura; sin embargo, acá estamos frente a quienes fueron actores secundarios, quienes miraron el terror dictatorial y la conveniencia concertacionista como quien echa una ojeada a un problema callejero y luego llega a su casa a contarlo.
Uno de estos personajes es Mario Waissbluth, a quien algunos quisieron y respetaron, y hoy tratan como “traidor” -acusación muy propia del pensamiento de tribu- para, como siempre, congraciarse con ellos mismos y la mal sobrevalorada consecuencia. Para los que creen ser la historia, no importa las locuras que diga, sino que las diga; pero hay que detenerse a pensar por qué las dice.
Waissbluth estuvo muy acostumbrado a que le encontraran la razón, y comenzó a codearse con todo quien lo hiciera. Escapando del juicio de quienes también creen que todo lo que dicen es “la verdad” -y ya no encuentran que él sea portador de ella-, este director de diversas fundaciones corre a todo lugar donde hoy sí le crean.
Luego de una fallida visita al programa Tolerancia Cero, donde terminó explicando por qué escribió un tweet, y además no pudo instalar su mirada, corrió donde Franco Parisi y los Bad Boys, y ahí encontró un nuevo séquito de fieles; se codeó con sujetos que, con muy poco conocimiento de todo, asentían a sus críticas al nuevo texto, que no tendrían por qué molestar, pero también a sus delirios que ponían en duda el resultado del plebiscito.
Es complejo cuando personas que están acostumbradas a un sitio de confort en el que su palabra era ley, de un día a otro, bien o mal, lo pierden. Desde ese momento necesitan cualquier espacio, recurren a cualquier lugar para que sigamos encontrándolos sensatos, para volver a sentir esos aplausos de un lugar que dicen despreciar, pero del cual necesitan su caluroso espaldarazo.
Como dijimos al comienzo, estamos en un momento de conflictividad, y quienes dicen estar al margen, sobre el bien y el mal, como este grupo amarillento de quienes quieren apoderarse de un legado lejano, no están distantes de él. Por el contrario, muchas veces son sus peores exponentes.