Lavín y Vidal le hacen un flaco favor a la democracia participando de un juego para manipular a la opinión pública. Ayudan a desacreditar la política. y se olvidan de la trascendencia del proceso constitucional, que se acerca.
“La autoconciencia ha substituido a la conciencia de clase; la conciencia narcisista substituye la conciencia política.” (Gilles Lipovetsky).
El dirigente del PPD, Francisco Vidal y el Alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín, aparecen a diario en los matinales de la televisión. Y, en días de Fiestas Patrias mostraron a los televidentes un curioso espectáculo: se estrecharon en un fuerte abrazo, y vistiendo tenidas militares emularon el histórico encuentro entre San Martín y O’Higgins,
A los medios de comunicación y políticos de hoy les interesa empatizar con la opinión pública, independiente de las ideas que se profesan. Esto se logra con alguna actuación, que sea reconocida por audiencia. Es la política convertida en espectáculo con medios de comunicación funcionales a ese propósito.
El espectáculo que brindaron Lavín y Vidal es una muestra representativa de la política y del estilo de los medios que promueven el establishment. Por una parte, con su performance esos dos potenciales candidatos intentan captar la atención de los votantes, en preparación para próximas elecciones; y, por otra parte, el medio televisivo apunta con ello a mantener en alto las audiencias. El mercado manda, como lo indica la ideología dominante.
Se cree que así se logra la cercanía con la ciudadanía, en base a sentimientos positivos, pero sin ideas. Nadie se toma la molestia de tratar de entender las razones de los oponentes. Ello explica la creciente importancia del twitter dónde, con una sola frase, exenta de contenidos, se combate a los oponentes.
Vidal y Lavín utilizan, con astucia, el lenguaje y las técnicas de publicidad para posicionarse en el mercado electoral. Es lo que les interesa. Ambos tienen la convicción que la política se ha reducido a lo efímero y lo que importa es la seducción y el espectáculo. Así las cosas, la demagogia crece a pasos agigantados.
En consecuencia, los dos candidatos no se esfuerzan en proponer ideas que apunten a nuevas políticas públicas o a cambios constitucionales que la ciudadanía exigió en el 18-0. Sólo juegan a la política espectáculo. Y ello es funcional a la televisión y a las empresas que publicitan la venta de sus productos en ese medio.
La política como espectáculo la comparten políticos sin convicciones, medios de comunicación del establishment y también sus caras visibles. Por cierto, la realidad de los intereses del capital se oculta tras un espectáculo en el que lo inmediato borra lo de ayer y se olvida del mañana.
La permanencia de ese juego de máscaras no reconoce la insurgencia de octubre y la pandemia. Se olvida del Chile real, que demanda cambiar el país y que quiere una nueva Constitución. El pueblo chileno anhela políticos con mayor densidad de pensamiento que los conocidos en los últimos 30 años.
El neoliberalismo no quiere ciudadanos, sino prefiere consumidores. Y, los políticos, como Vidal y Lavín, junto a los medios de comunicación, nos han elegido como espectadores de sus juegos de artificios. Lo mismo intenta el Alcalde de La Florida, Rodolfo Cárter, aunque de forma un tanto vergonzante, con frases altisonantes y algo de cirugía estética. Mucho antes, iniciaron ese camino, Enríquez-Ominami y Pamela Jiles, profesionales de las comunicaciones. Ambos se sienten cómodos en esta forma de hacer política y a los medios de comunicación les gusta su trabajo.
El Alcalde de Las Condes es el mejor ejemplo. Le interesa alcanzar el poder a cualquier costo. Renuncia a sus ideas reaccionarias y se dice socialdemócrata, lo que revela que su candidatura presidencial ha recogido fielmente el apotegma de Groucho Marx: “Estos son mis principios y si no les gustan tengo otros”. Se trata de una manifiesta manipulación de la opinión pública, facilitada por la televisión, la que se encarga de instalar programas de entretenimiento ligados a la política. Ahí está Lavín en su salsa.
Lavín y Vidal le hacen un flaco favor a la democracia participando de un juego para manipular a la opinión pública. Ayudan a desacreditar la política. y se olvidan de la trascendencia del proceso constitucional, que se acerca.
Si, como señalaba Aristóteles, el fin de la política es el bien común, y si de verdad interesa el bien de la sociedad resulta fundamental el discernimiento político y por tanto el debate de contenidos no puede ocultarse. Cuando no hay real debate público no hay comprensión racional y la vida política se degrada. La política espectáculo es dañina.