Por Carlos del Valle y Mauro Salazar, Doctorado en Comunicación UFRO
“Después de una era de combates gloriosos y de poder sin gloria, terminan por fundirse con la vieja clase dominante” (Robert Michels)
La endogamia fue un rito prácticado por algunas monarquías europeas que terminó inevitablemente con serias consecuencias, incluso hizo desaparecer la descendencia de algunos principados.
Desde una perspectiva sociocultural, podríamos entender la endogamia como aquella tendencia a una reproducción elitaria del poder político, porque -como muy bien dice Lévinas- “La política se opone a la moral como la filosofía a la ingenuidad”, de modo que hay una deformación intrínseca en el ejercicio endogámico del poder.
Las consecuencias de la atrofia, especialmente en el rostro -como en el caso de los Habsburgo- es notoria en el desplome de la Viena de 1919.
Esta práctica de la elite política, evidentemente, no es nueva. Ya es tradición esta tendencia a repartir los bienes simbólicos -y, por cierto, pecuniarios- entre quienes forman parte de una clase, casta o secta -según se interprete más o menos escatológicamente-. Lo novedoso, sin embargo, son las consecuencias visibles de las deformaciones de los rostros (botched) de sus políticos, a pesar de los intentos de rejuvenecimiento en los quirófanos estético-mediáticos de los tiempos selfie.
Como la política se da en el “cara a cara del encuentro con el otro” (Lévinas), precisamente vemos esta deformación en el rostro -la afasia del rictus- de José Antonio Kast agradeciendo su nombramiento como “experto” en la nueva convención.
Porque si bien un candidato a la presidencia sin duda que tiene vivencias para compartir y anécdotas por socializar, no es menos cierto que su nombramiento parece más una maniobra política pre-electoral -la papeleta de Republicanos- y no una convicción (construcción política) con el proceso constitucional que se avecina. Y será sencillo saberlo si condicionamos la participación en esta instancia con una posterior candidatura presidencial. Todo ello puede abundar en una Kastización de los contenidos políticos (xenofobia, rechazo de las minorías sexuales y el paradigma securitario) que no ha sido sometido a una lectura atenta de la carrera política que aquí se abre paso.
Lo mismo sucede con los rostros (botched) de otros “expertos” que circulan por las antesalas de las cámaras, como Hernán Larraín, Eduardo Frei o Ricardo Lagos, nihil novum sub sole. Aquí funciona la extraviada del padre (principio de realidad) contra las subjetividades rebeldes de la movilización social (2011 y 2019). Parafraseando a Lévinas en un lenguaje chileno muy coloquial, “estos caraduras nos ven la cara”.
Cabe preguntarse, a estas alturas, ¿qué entendemos por experta/o, ¿cuál es su economía argumental y su noción de las multitudes y los cuerpos? y ¿quién las/os define en su eventual neutralidad post/política? Las/os expertas/os son una parte sustancial de una racionalidad modernizante, de base empírica, positivista y tecnocrática, según el cual nuestro único camino es un progreso lineal -higienizante- e irrefrenable para controlar la demanda social y su eventual sentimentalismo. En este caso, la modernidad no se refiere a un tiempo, sino a una calidad intrínseca que erradica pasiones y antagonismos que conforman “lo político”. En este caso, la utopía solo es posible como una práctica y no se refiere necesariamente a algo mejor, porque no tiene correspondencia real, está “en ninguna parte”.
En La Nueva Atlántida, Francis Bacon describe varios tipos de expertas/os en distintos oficios y empleos, necesarios para atender las diferentes necesidades de la ciudadanía.
Están quienes buscan modelos en el extranjero (“mercaderes de la luz”), los que copian las experiencias (“depredadores”), quienes buscan modelos no tradicionales (“hombres del misterio”), quienes ensayan nuevas experiencias (“exploradores”), quienes clasifican todo lo anterior (“compiladores”), quienes extraen solo las aplicaciones útiles de las experiencias (“bienhechores”), quienes se aseguran de la incorporación de nuevas y mejores experiencias (“lámparas”), quienes ponen en práctica las experiencias (“inoculadores”) y, finalmente, quienes ofrecen todo tipo de explicaciones de las experiencias (“intérpretes de la naturaleza”). Veamos a qué grupo pertenecen las/os 24 expertas/os que iremos conociendo estos días.
Las/os expertas/os sustentan un modelo político tecnicista aislado, basado principalmente en una gestión vertical y asistencialista, que considera a la ciudadanía carente de capacidad alguna para construir algún horizonte de futuro. Básicamente, porque la teoría del “pueblo tonto” (“vulgo”) tiende a las utopías no prácticas, que la élite ve como una mera ensoñación o multitudes deformes.
En suma, la nueva conformación de la convención está más orientada por una visión tecnocrática -angelica- que ciudadanista. Todo indica que estamos librados a una democracia gestional, en desmedro de la demanda popular y las pasiones democráticas. Nuestra entrada al siglo XXI invoca la política capturada por la modernización 2.0, por la matemática conductual, pero nuevamente refleja su indolencia por domesticar un nuevo “Chile de Huachos”.
La atrofia mandibular de los Habsburgos era del siglo XVI y XVII por la rama de las casas españolas y portuguesas hasta la llegada de los Borbones. Los Hasburgos del siglo XX ya no tenían ese gen recesivo, quienes tenían problemas hereditarios eran los Coburgo-Gotha-Batenberg que por medio de la hemofilia del matrimonio de la Reina Victoria y el Príncipe Alberto muchos nietos y bisnietos la padecieron, entre ellos el Zarevich Alexis de Rusia.