miércoles, octubre 9, 2024

El mal gusto de Lagos

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Ricardo Lagos, expresidente de la República y conocido comentarista de gobiernos cercanos a él y no así de a los que supuestamente se opone (aunque recordemos, él es un “hombre de Estado” que no se opone a nada, él es “más grande que eso”), apareció nuevamente, en otra de las tantas entrevistas que ha dado en este tiempo, hablando de los indultos de Boric, de la forma en que se gobierna y qué debe hacerse en tal o cual situación.

Con su tono de profesor, durante toda la entrevista, Lagos trata de deslizar sutilmente que en este gobierno hay gente sin experiencia, gente que habló mucho y que no tenía el rodaje empírico que se necesitaba para “habitar” La Moneda.

¿Es falso esto último? Claro que no, es más que evidente, lo hemos visto en estos meses y no debería quedar ninguna duda; ¿pero es sólo ese el problema en la crisis que aún vivimos? Es una buena pregunta para hacerle al hombre del dedo a Pinochet, de quien, al menos yo, espero más que de la medianía de los exConcertacionistas enojados con una generación que los criticó para poder crecer políticamente y ofrecer una alternativa aunque sea discursiva.

¿Son sólo la inexperiencia y los discursos posmodernos los que tienen a Chile “a la deriva”, como ha repetido en este último tiempo? ¿Es únicamente una generación voluntariosa lo que nos tiene en un marasmo de tanta intensidad? Parece extraño que una persona que piensa tanto Chile no vea lo que está sucediendo desde una perspectiva más grande y, por el contrario, se dedique a tirar mensajes entre vengativos y cizañeros por la prensa. ¿Acaso las deficiencias políticas que tiene hoy el país no se deben, entre otras cosas, a que la política desapareció del espacio público,de la discusión y fue sólo reducida a pancartas, a causas individuales más propias de inquietudes de clientes, que de otra cosa? ¿Y no se debe eso acaso a las prioridades de una ciudadanía que fue construida durante los años en que él estuvo en el poder?

Para hacer un análisis político mínimamente consistente, lo fundamental es identificar las falencias de lo que parecía perfecto, saber dónde estuvo lo que se hizo mal, lo que no se trabajó, lo que no se reformó y lo que simplemente no se quiso hacer.

Sin hacer tal análisis, es muy fácil ver las falencias en el otro, en quien osó cuestionarte mientras tú hacías todo por salvar a Chile. Y Lagos, con su tono pomposo y lleno de cierta aura republicana, no es más que eso hoy en día, porque en vez de tirar líneas sobre el futuro del país, lo que está haciendo constantemente es tratar de recordarnos que él y los suyos tenían la razón y que la única manera de hacer política es aquella en la que su generación reinó con una corona prestada por sus adversarios políticos.

Es curioso que alguien con tal seguridad de su rol en la historia patria, luche día a día porque los otros la reafirmen; su gusto por ser aplaudido por quienes en su gobierno le hicieron la vida imposible ha hecho del exmandatario un adicto a dar entrevistas con títulos de estadista, como si fuera De Gaulle, con la diferencia de que el político francés hizo más gestos que reconocían la incompatibilidad de su mirada con el país que había crecido bajo su reinado.

El mal gusto de Lagos de andar por la vida recordando sus proezas, como si nadie más hubiese gobernado Chile en los últimos años, es una demostración de que su ego se sustenta en una visible inseguridad, en una necesidad de estar, de ser aplaudido, de no ser culpado de lo que no se hizo, pero sí ser responsabilizado de todo lo bueno, lo difícil y complejo que debió afrontar, como el ya agotador cuento de que le dijo que no a Bush ad portas de la guerra de Irak. (Por si acaso, ya lo sabemos y ya se lo aplaudimos en el momento, señor Presidente).

Si bien eso puede servir en un comienzo para un presidente como Gabriel Boric, luego se va convirtiendo en un mal show de sensibilidades dañadas, de un egocentrismo algo patético que en vez de alimentar el mito de “el hombre de Estado”, sólo va matando en tiempo real la pomposidad que quiere mantener viva en torno a sí mismo.

Ricardo Lagos se enamoró de lo que se comenzó a hablar de él últimamente (luego de años en que cierta izquierda lo culpara injustamente de todos los males de la transición), en este constante vaivén epocal, más de lo que fue realmente su gobierno. Mucho se habla de sus puntos altos, de sus gestos propios de una autoridad presidencial, pero ya casi nada se comenta de cómo la derecha cuestionó aquella autoridad al hacer que su administración dependiera de la mano que le dio en el caso Mop-Gate.

El Lagos triunfante y garante de gobernabilidad se ha posado en este último tiempo por sobre aquel que sufrió una oposición intransigente que, por medio de presiones políticas, le dio impulso para terminar su mandato. La memoria es frágil. Por eso siempre es mejor hablar desde la historia más que desde la memoria.

Francisco Méndez
Francisco Méndez
Analista Político.

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