Viernes, Marzo 29, 2024

De Ítaca a Qatar. Bielsa, modernización y Frente Amplio.

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Carlos del Valle R y Mauro Salazar J, Doctorado en Comunicación, Universidad de la Frontera

Dado el fervor del “nacionalismo deportivo” que ronda en las últimas horas mundialeras de Qatar, y obviando las irregularidades del proceso de adjudicación, es necesario consignar las “audiencias de boutique”, donde el “turbo capitalismo” no sabe de territorios exóticos.  El deporte, en tanto “nosotros medial”, es parte de un ritual de sociabilidad -orquestaciones mediáticas-, y por qué no, un “somnífero” de los onomásticos patrioteros que dulcifican la vida cotidiana ante la ausencia de relato y perpetuación del presentismo.

Aquí el fútbol representa identidades clasistas, regionales o nacionalistas del “espectáculo-mercancía” en medio de una irrefrenable fragmentación social e incorporación a los mercados globales. En suma, nos interesa revisitar los orígenes de un hito fundamental que marcó la “subjetividad neoliberal” en tiempos de “transición pactada”. Tal hito hoy se traslada a la figura de un “hincha nómade” que agrega nuevos elementos al “nosotros medial” de la Pos-dictadura. Y ya lo sabemos, Harold Mayne-Nicolls, más allá de alzar el valor de la entrada para des-popularizar barras bravas, organizó a la selección como una “marca” -generación dorada- que debía abandonar el estadio del siglo XX y entrar en el tren modernizador de la post-masa de la mano de Bielsa.

Ello implicaba hacer figurar a la Selección como un “objeto higienizado”, radicalmente independiente de los clubes estatales y su cultura popular. Tal empresa nos libraba a los intereses de una emergente capa media, cuya demografía -entre otras- tiene domicilio en el universo del FA (“Mesocracia cosmopolita”). De allí en adelante la célebre marea roja es un “elitismo deportivo” que declara su indolencia ante el futbol parroquial, esencialmente, por su mediocridad, y así, gustos, orfandades y arribismos, giraron a la Champions League, la liga inglesa, etc. En suma, se trata de segmentos de consumidores -carnavalescos- absorbidos en el “capitalismo emocional” que copan los estadios. FFIFA garantiza la soberanía del capital abriéndose a opciones insospechadas. Si alguna clase media aspiracional reclama la paternidad sobre los mercados, y en medio de su orfandad tuvo la osadía de viajar a Qatar a resolver “cuestiones de la autoestima”, la cadena de la deuda hablará por muchos años.

Volvamos a un trauma administrado por la Concertación cuando aún pendía de las cornisas el mundo popular y sus liturgias. Después del plebiscito de 1988, Chile se preparaba para ingresar a la “democracia pactada” bajo el swing del arco-iris (Concertación) y cumplir (1989) la mundialización bajo el mandato de los indicadores FIFA-OCDE. La codicia modernizante, fundida en memorias del trauma, presagiaban una saga de impunidades y pillajes en plena “gobernabilidad neoliberal” que la coalición del arcoíris debía gestionar visualmente administrando la configuración política del espectáculo. Todo con el afán de desterrar épicas, rebeldías y militancias. El vagón del progreso modernizador implicaba fragmentar la vida cotidiana en escenas testimoniales, hedonismos y consumos culturales.

En el Brasil de Teixeira y en el contexto de una eliminatoria para el mundial de Italia 90’, el equipo chileno apeló a la “mano moro” instalando la simiente tanática del Chile Actual. Un arrebato patriótico, autoinfligido por un futbolista dejó al descubierto la euforia nacionalista promovida por elites que, posteriormente, abrió paso a una sanción (oligarcas y heraldos, dirigentes, gremios, agentes de la dictadura y publicistas) ante la comunidad internacional. Los sucesos nos recuerdan que, ante 120 mil personas, cayó una bengala de la cual cualquier “Cóndor” debía huir. En este caso, el personaje decidió acercarse dejándonos a todos manchados por la sangre que manaba de su rostro -la Dictadura-, el bisturí, los guantes extraviados por el utilero y los aparatos de seguridad del régimen (CNI).

El fraude del Cóndor fue el bautismo del Pinochetismo modernizante -perpetrado como órgano institucional- que no se explica sin convocar imágenes de violencia, transgresión, muerte, tortura, detenidos, opositores quemados vivos y dinamitados en vida. El “guante” sucio de los militares fue la forma de inaugurar una “patria eufórica” -copia codiciosa del edén, entre un Cóndor y un Huemul- apedreando la embajada brasileña y rotulando de “primitivo al pueblo brasileño” (declaraciones del Almirante Merino). Luego delaciones, omisiones, transgresiones, humillaciones y una ráfaga de “violencia crónica” en la trama actoral. El lugar de la policía secreta (CNI) y elites sumariadas, pavimentaron un estado de zozobra.

En lo doméstico, ello estaba agudizado por la veleidad parroquial -cultura de masas que aún pervivía- contra las instituciones eurocéntricas, combinando la rabia periférica del Sur, el capitalismo popular de bota militar (las poblaciones callampas), el nacionalismo hispano-catolicista y la saturación mediática. En medio de la “bancarrota ética”, destacan las falsas lealtades del equipo, las presiones financieras para que Codelco generara incentivos usureros que forzaron a Sergio Stoppel -directivo de la época- a conceder montos escandalosos. La habilidad (sofismos)  con futbolistas vestidos de santidad y cristiano perdón, pero renegociando todos los premios (im)posibles, las militancias serviles hacia el régimen, los parlamentarios pidiendo viajes en la embajada de Suiza, la obsecuencia de los dirigentes (primero Ambrosio Rodríguez, la promiscuidad de Nazur con Havelange, Asfura como el operador más glonacal y después Stoppel,  Guillermo Weinstein y la Comisión Mosquera). De suyo, la información sesgada de los medios, fueron los hitos fundacionales de una “modernización carnavalesca” (1990-2011) que hacía de la Dictadura una vanguardia especulativa. Este hito, empapado de “nacionalismo deportivo”, consagró la capacidad de escándalo de la emergente democracia Alwynista.                                               

La guillotina huacha del Brasil de 1989, incluye al utilero de aquella selección que recién el año 2019 -coincidente el estallido social- sugirió nuevos nombres enlodados en la trama del “Maracanazo”: hito fundante de la post-dictadura chilena y la furia publicitaria del consumo popular. Y sí, todos estuvieron bajo el diagrama de una saga de clandestinajes y ello marcó el “karma generacional” de un proyecto doloso que relampaguea en nuestro presente (nuevamente el lumpenconsumismo, La Polar, antes Ripley, la Colusión del Confort, las Farmacias, luego PENTA y SQM). Debido a que estos sucesos no se deben solamente a la teatralidad de un personaje, sino una teatralidad obscena de intereses, urdida entre el técnico, futbolistas, intereses gremiales  (Aravena, Astengo) y otros nombres poderosos de la ACF y los heraldos de nuestra Uribe noche. En suma, la mordacidad de los sucesos nos recuerda la condición humana. Y es que, en medio de reyertas, rutinas hamponescas y trueques, se fundó el fetiche del “nacionalismo deportivo” (nosotros del reciclaje estival”) que la transición requería.

Una saga empapada de bastardías -en la cita en 1989 hasta La Roja de todos y la audiencia elitaria- sólo podía ser retratada por un formato espectacularizante que gestionara la “euforia exitista”, el emprendimiento y una cotidianidad de redes que, décadas más tarde, es capturada por el “Partido de la Gente” y los Matinales alwynistas. No debemos olvidar que, en 1992, el Iceberg trasladado a la Expo-Sevilla (1992), desde la Antártida, dio lugar a un sinfín de críticas ecologistas. Tal simulacro haría la performance de la internacionalización de un Chile planetario y purificado para pasar el “test de globalización”. Con todo, el Maracanazo fue la “remolienda experimental” y auguraba la “cueca democrática” de la (pot)transición chilena, mediante el fárrago de “sucesos huachos” aquí narrados. Una “profecía vulgar”, pero respetuosa de los onomásticos patrióticos. En suma, en 1989 se destaparon sucesos ruines, histerias, hitos grotescos, propios de un clima sedicioso -herencia del golpismo oligarquizante- como sala de parto del partido matinal y pivote de la “política de los consensos”.

No podemos olvidar que, por aquellos años, Abel Alonso obtuvo una invitación del presidente Patricio Aylwin a Joao Havelange para que visitara Chile en 1991. Se trataba de un documento oficial, casi de carácter diplomático, en una gestión gris de dirigentes y el “capo” del mercado futbolístico. Era el momento oportuno para que Havelange se hiciera un lifting, ex aliado de las dictaduras regionales de Bunzer, Stroessner y Videla. Ahora debía abrazar un nuevo “marketing político” de mano de la raquítica transición chilena. Nada mejor que el fantasma alwynista para valorizar olvidos y reprogramar amnesias. Todo conjuraba en favor de la anulación de cualquier público articulado y un travestismo infinito de los hábitos perceptivos sobre lo nacional. Al mismo tiempo el imperativo de asistir al oráculo de Zurich en interminables caravanas (“primer mundo de la futura OECD”) debía re-higienizar a las elites ensombrecidas por el botín estatal de los años 70’. Estos sucesos presagiaban un frenético “credencialismo globalizador” que buscaba establecer una comunicación basada en fragmentos y unidades aisladas para diluir el tiempo histórico y desterrar la cultura de masas.

En suma, los hitos del “nacionalismo deportivo” (con la trampa del arquero patriota, la metáfora Cóndor) fue el “nosotros bizarro” de la viscosa (post)transición chilena y una prevalente “subjetividad neoliberal” (plástica y ludópata) que se hizo presente en los días del Rechazo (04 de septiembre de 2022). La comunión de los heraldos quedaba consumada haciendo de lo popular un “resumidero de beligerancias”. De este modo, y de manera premonitoria, por aquellos días se comenzaba a fraguar el más eficiente mecanismo deshistorizante para un “Chile dócil” por medio del “simulacro” (Matinal). El tiempo atomizado abrió una nueva economía cultural, a saber, una comunicación discontinua donde no hay nada que pueda religar los acontecimientos en un reparto común. El coro de la modernización credit card representó un golpe a la lengua que abjuró de toda ética de la comunidad mediante el espectáculo llamado “La Roja de Todos” (subjetividad neoliberal) cuyo telón de fondo fue levantar un nacionalismo mediático -después del golpe de Estado. Hoy, lejos de los electorados cautivos y ante el abuso del armatoste institucional, se ha intensificado el desmoronamiento de las relatorías sociales que antes proporcionaban continuidad, duración y horizontes de sentido.

Lo anterior supone dos simulacros. De un lado, y con pobreza franciscana, el “caso Maracanazo” develó un descontrol de metas y arribismos modernizantes del Chile hipermercantilizado (“nosotros bizarro”) bajo el fetiche de Francia (1998) que se impuso tras la estridencia de la Copa Libertadores de 1991 -Copa América del mismo año- y activó el desbande glotón de las capas medias que reclamaban ansiosamente su participación en la masificación de los mercados. De suyo, la figura del futbolista retratado como adicto a la sombra, irresponsable y chapucero requería de una nueva imagen profesionalizante que liberara el revanchismo de los sectores populares de los ancestrales estigmas del fracaso. Y así, a la entrada de los años 90’ se puso en juego un nuevo narcisismo identitario mediante la despopularización de lo popular y el fútbol terminó de copar la agenda mediática a modo de nuevo paradigma cultural. Nuestros sucesos políticos deben interrogar los hitos fundantes de un “Chile tramposo” como un vector que modularía todo el universo de la post Concertación.  Luego, se precipitó una lepra arribista para los años venideros. “Emprendedores” fue el término instruido por “elites guillotinadas” ante un Reyno sin otro destino que el éxito domiciliado en los consumos contiguos y culturales- pero fugaces, al fin y al cabo. A la sazón, el matinal post 90’ se instauró como el más fiel exponente del Aylwinismo y un ritual purificante para consumar una mutación antropológica: el llanto de la unidad nacional fue la liturgia de aquellos años, que por otros medios mantenía el puente de la Teletón e inauguraba el maridaje entre matinales y post-dictadura.

Toda la épica se centraba en consumar la iconografía hedonista del emprendizaje que debía exorcizar el Maracanazo y un mundo de “chorros”. A poco andar, y con nuestra parroquia castigada ante la comunidad internacional, se agudizó el aislamiento, las aspiraciones de la emergente capa media y la vileza elitaria. La frustración popular se extendió y eso fue revertido desde un incontrolable deseo de legitimidad y uascenso sociales, que implicó transitar desde la FIFA a los paraísos galácticos (OCDE) exaltando de modo muy creativo el “milagro chileno” (PIB) en las codicias de Zurich, Suiza.

A poco andar la ráfaga de impunidad -bengala-, obligó a la policía secreta de Pinochet y a nuestras elites envilecidas por la bota militar a convencer a Havelange que la Copa América (1991), debía ser en Chile y esto liberaba a nuestro Reyno de su decadentismo programado; cabía nacionalizar la globalización y terminar con un presente enlutado. 

Luego el armatoste concertacionista articuló un aparato medial-transnacional y un nacionalismo medial de corte más local (Dupla Za-Sa). La mediología en un infinito reciclaje abrazó la configuración espectacularizante de la política Alwynista.

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