Sin duda los debates presidenciales escondían cierta animadversión contra el candidato comunista. Pero también parece evidente que la poca conciencia de lo que podría significar un triunfo propio, era algo que rondaba la cabeza del alcalde de Recoleta, con actos inconscientes y conscientes que revelaban que tal posición de poder le parecía incómoda y no sabía manejarla.
A semanas de las primarias presidenciales de Apruebo Dignidad, cierta izquierda, la que estuvo tras la candidatura de Daniel Jadue, sigue llorando la derrota. Pero es un llanto que tiene implícito algo de placer, de felicidad por haber, una vez más, arrancado de la responsabilidad de articular el futuro no solo de los sectores progresistas, sino también del trayecto histórico de Chile.
Cosas como “hubo boicot”, “la derecha salió con todo contra Jadue”, no se podían sostener con datos serios sobre la mesa. Sin duda los debates presidenciales escondían cierta animadversión contra en candidato comunista. Pero también parece evidente que la poca conciencia de lo que podría significar un triunfo propio, era algo que rondaba la cabeza del alcalde de Recoleta, con actos inconscientes y conscientes que revelaban que tal posición de poder le parecía incómoda y no sabía manejarla.
¿La razón? Porque el poder requiere acción más que discursos; y sobre todo, necesita que quien quiera ejercerlo tenga claro que la efectividad de una decisión siempre debe poner en juego muchas cosas, entre ellas, el capital político. Ese capital no es útil en sí mismo sin que sea gastado, y eso al jaduismo le asusta. Lo concreto le parece espurio, cuando, en cambio, puede refugiarse en la abstracta futura victoria que algún día llegará. Eso hace que se sientan mejor consigo mismos, que se abracen y se feliciten porque no tuvieron que salir de su zona de confort ni arriesgar nada.
Por eso Gabriel Boric les parece sospechoso. Ha arriesgado demasiado. Y siempre a esa izquierda llorona la sospecha le parece aterradora, porque abre la posibilidad a que la derrota se transforme en victoria.
¿Qué harían en ese caso? ¿Qué pasaría si ganan? ¿Qué ocurriría si, como pasa ahora, la derecha pierde su poder político? Tendrán que responsabilizarse a ellos mismos. Hacerse cargo de sus acciones y cambiar cierta manera de entender la historia reciente de Chile. Y eso es muy incómodo.
Llorar frente al espejo trae algo de autocomplacencia; la imagen de verte llorando, provoca que sientas pena de ti mismo. Y mientras más tiempo estás frente a ese espejo, más olvidas las razones del conflicto, porque lo importante es demostrarte una y otra vez que estás sufriendo, que la felicidad está en la idea de que algún día serás feliz, mientras tanto sigues padeciendo el placentero dolor del fracaso. Y así no se construye más que un lindo relato, una bonita historia para contar a generación tras generación.
La izquierda llorona recurre a Salvador Allende para fundamentar su amor a la derrota. Dice sonriente que el presidente fue cuatro veces candidato, pero se olvida que entre esos años tuvo tareas fundamentales como unir a la izquierda tras un programa; que entre 1952 y 1970 no solo debió luchar contra las fuerzas reaccionarias que veían en su triunfo su peor pesadilla, sino también contra la porfía de sus propios aliados. Y, sinceramente, no veo en Daniel Jadue ni la mitad del coraje para enfrentar algo parecido. No hay futuro en medio de las lágrimas de lo que pudo pasar, mientras dejas que el presente y el futuro se difuminen.
*Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no representan necesariamente al medio de comunicación La Voz de los que Sobran.
Francisco, te olvidas de los hechos y no palabras que acompañan la gestión de Jadue en Recoleta. Es fácil decir que esto y lo otro, sin llegar al fondo del asunto. Horrible habría sido para muchos que un comunista y además, que no es de la elite, porque en el fondo, fondo del pensamiento de muchos, debería estar vendiendo tocuyo y calzoncillos sanforizados en Recoleta y no ejerciendo una exitosa labor pública. Menos aún, pretendiendo ser presidente. Eso está para otros, menos preparados y con pocas cosas que aportar. En resumen cualquier mediocre.